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Abortar siempre duele

Por: El Desconcierto | Publicado: 21.09.2017
Abortar siempre duele |
La semana pasada se promulgó la ley de aborto en tres causales y si bien siento mucha alegría y agradecimiento por todas y todos quienes lucharon para restituir ese derecho en nuestro país, la dignidad de las mujeres no estará completa hasta que tengamos acceso a abortar libremente.

Escribo esto en una fecha en la que, si no hubiese abortado, tendría siete meses de embarazo. En mi caso, tiene que ver con una historia de amor, pero también de desamor, desconfianza, pena y rabia. Eso me hacía sentir un miedo infinito, mientras sentía como mi cuerpo estaba distinto; lo supe muy pronto.

Estos últimos meses el aborto ha estado en el centro del debate nacional. De entre todas las burradas que se dicen, creo que las que más me afectan son las del tipo “abortando con las mejores” o “hoy el aborto está más crujiente”. Al resto simplemente no me referiré, sólo diré que siempre he pensado que tener un hijo es una de las decisiones más trascendentes que podemos tomar en nuestro paso por el mundo y que más que la responsabilidad práctica existe también una responsabilidad ética respecto a qué le entregamos a esas nuevas personas y en qué contexto lo hacemos. Crecí en un lugar donde mucho de esto no se tuvo en consideración y he cargado durante mis 30 años con las penas y las inseguridades que se generan creciendo en temprano contacto con la violencia y la falta de amor.

Cuando quedé embarazada fue en un momento en que revivía con fiereza esos dos sentimientos: violencia y falta de amor. Como ya dije, tengo 30 años, soy independiente hace varios y formalmente no tendría mayores problemas para hacerme cargo de un hijo. Pero no tenía nada más que eso, lo material, que hoy el sentido común ubica como lo más importante, pero que para mi no lo es, no de manera prioritaria.

¿Cómo podía yo darle a mi hijo lo mismo que me dieron a mi? Sería incapaz. ¿Cómo podría llevar el largo proceso de un embarazo con rabia y después con pena, el sentimiento que viene después de la rabia? Si bien creo que todos tenemos derecho a armar nuestras familias como nuestros deseos manden, tampoco me visualizaba siendo mamá “soltera” (aún seguimos usando ese eufemismo), pero la maternidad nunca estuvo de manera muy presente en mis horizontes y si alguna vez antes de esta experiencia lo pensé seriamente, siempre creí que lo que yo quiero entregarle emocionalmente a mis hijos tiene como sustento un proyecto de pareja.

Lo que quiero decir con todo esto es que abortar duele. Evaluar todas las opciones, revivir penas e inseguridades, imaginarte un futuro que no has imaginado, tomar una decisión… saber que esto siempre será un capítulo de tu biografía, no saber si algún día te arrepentirás, no saber si estás pensando tú o las hormonas que te tienen el mundo patas para arriba, pensar que tal vez los fachos fanáticos tienen razón y sí, te vas a deprimir, o sólo te sentirás eufóricamente aliviada cuando tu vagina vuelva a sangrar… es pura incertidumbre. La vida misma, dirían algunos y sí, la vida misma, pero no sólo la tuya.

Porque eso es lo peor de todo: la espera. Después de pasar por esto, estoy segurísima de que en cada círculo, en cada familia, hay un aborto. Nunca llegué a dimensionar cuánta gente me diría “a mi también me pasó”, “con mi polola del colegio, éramos muy chicos” o la reunión de 20 mujeres embarazadas a la que asistí después de ser estafada por un gallo que decía ser estudiante de una carrera del área de la salud, quien me cobró 180 lucas por un set de pastillas que sólo me provocaron vómitos y fiebre.

Algo que aprendes cuando abortas en un país como Chile es que el misotrol es una forma segura y efectiva de interrumpir un embarazo, pero que no tiene eficacia sino hasta la sexta o séptima semana de embarazo. O sea, desde el mes y medio, aproximadamente.

Yo, que supe a los dos días de atraso (o sea, cuando llevaba unas dos semanas de embarazo) tuve que esperar un mes para el primer intento. Un mes en que te sientes rara, distinta, te duelen las pechugas, tienes más hambre, tienes nauseas y caes es una hipervigilancia de tu cuerpo, porque la forma más precisa que tengo de describirlo es que te haces consciente de tu condición de mamífero y es una sensación que probablemente con nada más podrás vivir. Ni siquiera el sexo más profundo, caliente e íntimo te traslada a sentir algo como lo que sientes cuando hay otra vida formándose dentro tuyo.

Si no hubiese tenido que esperar un mes, habría sido todo más fácil. Si no me hubiesen vendido pastillas vencidas, no habría tenido que contarle a mi jefe que había intentado abortar el fin de semana y que era posible que aún me sucediera algo, así que necesitaba alertarlo en caso de que me pasara algo en la oficina. No habría tenido que lidiar con el pánico de tener algo muerto dentro mío y de entre los millones de rollos posibles, pensar que podía darme una septicemia y si me tenían que llevar a un hospital, estaría vulnerable a las preguntas de enfermeras o médicos pesquisando un posible aborto.

Por todo esto, abortar duele. Duele el cuerpo, también, cuando resulta. Cuando sientes que algo pasó en tu útero y vas al baño, donde no te encuentras con “una regla abundante” sino con algo que claramente es orgánico y es grande y es potencia, una potencia que detuviste en pleno uso de tus facultades, físicas, éticas, emocionales y morales, pero que también es muerte. Y la muerte duele. Duele por los que quedan, duele por lo que no fue, duele por la angustia de no contar con una institucionalidad que se haga cargo de la libertad de decidir no sólo por mi vida, sino por las vidas que vendrán. Duele la consciencia de esos 30 días, duele el recuerdo de la ecografía que te tienes que hacer consiguiendo una orden de examen a la mala y donde te dicen, sin preguntar “mamita, felicidades, escuche los latidos”.

Las niñas que me acompañaron en todo este proceso son unas grosas. Ellas son Con las amigas y en la casa, un grupo de mujeres feministas que, estoy segura, hacen esto por amor a la vida. Suena paradójico, pero no lo es.

Agradeciendoles profundamente todo lo que hicieron por mí, nunca estuve de acuerdo con una de sus sentencias: “hagan de su aborto algo alegre”. Entiendo el fondo, pero se presta para una cierta banalización -sobre todo por estos días- que siento, debemos combatir. Como mujer, como adulta, me alegra profundamente tener la posibilidad de tomar decisiones; es más de lo que alguna vez pensé que tendría. Sin embargo, como en toda decisión, siempre dejamos algo atrás. No siempre las decisiones son alegres. Pero son mías. El hijo que no tuve siempre estará ahí, de una manera que trasciende a la vida y la muerte, o más bien representando esa tensión inherente al ser humano. La semana pasada se promulgó la ley de aborto en tres causales y si bien siento mucha alegría y agradecimiento por todas y todos quienes lucharon para restituir ese derecho en nuestro país, la dignidad de las mujeres no estará completa hasta que tengamos acceso a abortar libremente. Si en mi próximo embarazo engendro a una mujer, espero con toda la intensidad que me provoca poseer esta historia, que ella tenga la libertad que no tuve yo. Ni ella, ni ninguna otra mujer. Porque no merecemos esa tristeza.

*La autora de este texto utiliza un seudónimo

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