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Frente Amplio (I): Hacia un pueblo frenteamplista

Por: Ricardo Camargo | Publicado: 07.05.2018
Frente Amplio (I): Hacia un pueblo frenteamplista | / Agencia Uno
En esto hay que ser claro: o se constituye un pueblo frenteamplista (no una mera opinión pública o ni siquiera un padrón electoral), o bien el Frente Amplio no pasará de ser un muy exitoso experimento electoral explicado más por variables exógenas que endógenas.

A casi dos meses de la llegada de Sebastián Piñera a la presidencia de la República, sigue pendiente la constitución de una oposición que esté a la altura del desafío. Convengamos que no solo se trata de un segundo gobierno de la derecha en diez años, sino de uno que encarna -al menos en el discurso- un proyecto de largo aliento. De ahí que urge abrir el debate sobre las condiciones que harían posible articular una fuerza política de oposición que se disponga a levantar un proyecto de sociedad más democrática, y con perspectiva hegemónica, que confronte a aquel liderado por la derecha. En esta primera columna (de una serie de varias) voy a sostener dos tesis al respecto: la primera, es que solamente hay un actor en condiciones de hacer aquello: el Frente Amplio. La segunda, es que para que ello ocurra, se deben abandonar las inercias políticas actuales, las fórmulas clásicas (tipo “foro de las izquierdas”) y se debe avanzar hacia la constitución de un “pueblo frenteamplista”.

La primera tesis se esgrime de manera negativa y luego potencialmente positiva. Negativa pues supone afirmar que la Nueva Mayoría -la otrora coalición de gobierno de centro izquierda- no solo no existe, sino que ya nunca más volverá a nacer. Las razones son variadas, y no me detendré en todas ellas. Solo subrayaré una, que me parece la más importante: en su interior habitaba un equilibrio espurio, que colapsó. Lo hizo tanto en su horizonte reformista (no podía ir –sin quebrarse- más allá de donde arribó), como también en su legitimidad democrática (que se evidencia con los escándalos de corrupción y financiamiento irregular de la política). Para decirlo en dos frases: era imposible que los sectores mayoritarios de la Democracia Cristiana y del PPD hubieran adherido a la gratuidad universal en educación superior, ¡si todos sus intereses estaban en el negocio de la educación! Y es improbable que políticos como Girardi, Rossi, Pizarro, Zaldívar y compañía logren liderar una apelación convincente al resguardo de la vida pública, cuando sus intereses privados contradictorios han quedado en evidencia para toda la población. ¡Simplemente ya no se les cree más! Ahora, cuando una coalición se desfonda, tanto en lo programático como en lo ético, entonces su extinción está declarada, más allá de lo que digan algunos de sus “nocheros” que aún no se han enterado que nadie vendrá abrir la fábrica en la mañana.

Y entonces, ¿es el momento del Frente Amplio? Sí y no, habría que decir. Sí, pues las cifras de las elecciones presidenciales y parlamentarias pasadas así lo han indicado, y muy categóricamente. Se ha reflexionado poco sobre esto, pero que una fuerza política sin recursos, sin historia común, sin poder territorial ni institucional, logre lo que alcanzó el Frente Amplio en noviembre pasado, es comprensible solamente ‘más allá del mismo Frente Amplio’.

Me explico: en noviembre se expresó un malestar, aún difuso y poco articulado, que vio en el Frente Amplio (en algunas de sus figuras, para ser más preciso) un receptáculo de encarnación. La tentación está, sin embargo, en pensar que lo que se logró fue una adhesión “histórica”, anclada en algún nicho o clivaje solo interpretable por el Frente Amplio (de hecho, solo tres semanas más tarde, Piñera logra convocar a parte de ese electorado sin problemas).

De ahí que la respuesta a la pregunta anterior también es un potencial “no”. No hay nada intrínseco, ninguna propiedad esencial, en el Frente Amplio o en sus dirigentes -más allá de sus carismas y sonrisas anchas-, que le asegure a la coalición que su momento en la historia ha llegado. Más aún, como sostendré a continuación, solo un cambio cualitativo de sus inercias podría catapultarlo en tal sentido. Como siempre en política, los momentos suponen articulaciones, no son “gracias” caídas del cielo.

Sostenía antes que la adhesión lograda por el Frente Amplio se explica más allá del mismo. Para los que somos parte de su historia, esta afirmación es de toda evidencia. Su estructura organizativa es en muchos sentidos un misterio. Solo la voluntad empecinada de algunas y algunos logran explicar cómo algo tan difuso puede en algún sentido funcionar. Lo programático, tampoco es de una claridad prístina. Se cuenta con un programa, es cierto. Pero muchas de las ideas ahí expuestas están en verdad en barbecho, dispuestas a ser regadas por un agua que aún está por verse si llegará.

Ahora, paradojalmente, tanto la fragilidad organizativa como la imprecisión programática resultaron -hasta el momento- beneficiosas para una fuerza que carece de lo básico para existir: un proceder claro para asentar sus acuerdos y/o resolver sus diferencias de manera constitutiva. Es decir, la definición del ”nosotros” y del ”ellos”, tan propio de una política democrática contrahegemónica, para el Frente Amplio se ha resuelto por una inercia, que en este caso es además difusa y volátil. Ha sido, si se quiere, una existencia por envión -de una adhesión popular que en gran parte nos supera y que no se explica en lo que hemos hecho, sino más bien en lo que no hacemos aún: en una palabra, en una ”esperanza” (“con fuerza y esperanza, el Frente Amplio avanza”, reza el grito más conocido del conglomerado). Sin embargo, para una fuerza que tiene el desafío de disputar los horizontes de sentidos impuestos por la derecha, las esperanzas difusas no bastan. Se requiere mucho más. En lo que sigue sostendré una idea simple que me parece es condición necesaria para dar un salto cualitativo desde lo que en la actualidad identifico como no más que una existencia por inercia, a saber: la apuesta por la constitución de una fuerza radicalmente democrática.

Cuando dije que el Frente Amplio es en gran medida un misterio, por cierto exageraba para hacer el punto. De hecho, en su corta historia hay tendencias organizativas, muy novedosas para el contexto político chileno, que están en la base de su existencia y que constituyen a mi juicio las claves para su instalación como fuerza con potencialidad hegemónica. Tanto en la inscripción de primarias legales (un golpe duro para la Nueva Mayoría) como en la campaña presidencial de Beatriz Sánchez, hay un vector común muy importante a destacar: la participación activa de muchas personas “de a pie”. El Frente Amplio apostó, al menos en esos hitos, a ir más allá de los círculos de convencidos y jugar toda su existencia por el evento incierto de lograr las firmas para inscribir primarias legales (cuestión para nada asegurada y resistida por muchos), y en obtener un resultado electoral expectante en primera vuelta (cuestión negada por la mayor parte de las encuestas “serias” de la plaza). Por cierto, el modus operandi estaba justificado en la idea de participación ciudadana, una premisa discursiva legitimada en oposición a la criticada elilitización de la política tradicional. Sin embargo, sostengo acá, tras ello, intuitivamente, el Frente Amplio rozaba una idea más fundamental, a saber: que su primera tarea, si busca convertirse en fuerza política hegemónica, es convocar y en definitiva constituir un pueblo frenteamplista que no existe antes del Frente Amplio.

Lo que demuestran los hitos mencionados es que la constitución de un pueblo frenteamplista no es la mera sumatoria de identidades locales (de las 14 organizaciones políticas que lo componen o de las organizaciones sociales que adhirieron a él), si no la conformación de una nueva identidad popular, más amplia y diversa que la que anida en su núcleo de militantes actuales. Y en esto hay que ser claro: o se constituye un pueblo frenteamplista (no una mera opinión pública o ni siquiera un padrón electoral), o bien el Frente Amplio no pasará de ser un muy exitoso experimento electoral explicado más por variables exógenas que endógenas.

La constitución de un pueblo frenteamplista será la temática de las próximas columnas. Por lo pronto, mencionaré el requisito de forma que resulta imprescindible para aquello: el Frente Amplio debe dotarse de una estructura organizacional radicalmente democrática, en donde sus dirigencias tanto nacionales como locales sean electas por un pueblo que se constituye en ese mismo proceso y que por tanto hay que salir a construir en el mismo acto, y no dar por sentado.

Más aún, el pueblo frenteamplista no es ni por cerca sinónimo ni de asambleas de militantes de base o territoriales, por muy meritorias que estas sean, como tampoco se trata de un conjunto agregado de individuos que participan solo en cuanto tales desde la comodidad de sus casas. Desde luego, alejarse de estos extremos (por un lado, la apelación romántica a la asamblea de convencidos y por otro, del individuo neoliberal que agrega preferencias) es un proceso, o mejor aún, un horizonte, que debe guiar todas las actuaciones formales del Frente Amplio, partiendo por la elección de su mesa nacional. Lo peor que le puede pasar a esta fuerza es que siga operando como un acuerdo de conducciones federadas de grupos (aún cuando mejore la proporcionalidad de sus representaciones) que responden más a identidades locales (legítimas todas) pero que son completamente insuficientes para la disputa política que siempre supone la constitución de un sujeto colectivo con vocación universal.

En dicho proceso, la votación directa, secreta, universal y, dentro de lo posible, presencial de todos aquellos que se sientan sus adherentes, sin restricciones previas impuestas por sus actuales orgánicas, es un requisito fundamental. El Frente Amplio debe aprender de su corta historia (sobre todo de la fenomenal experiencia de primarias legales, de cuyo hito ya casi enteramos un año) y no temerle a las prácticas de la democracia representativa para la elección de sus representantes y la definición de sus políticas. Pero claro, dotándola de un contenido y forma de democracia radical que la vuelve constitutiva de un pueblo frenteamplista. Volveremos sobre esto en la próxima columna.

Ricardo Camargo