Avisos Legales
Opinión

La invisibilización del vello corporal femenino y la vuelta de tuerca del cuerpo feminista del siglo XXI

Por: Pilar Villanueva | Publicado: 21.06.2018
La invisibilización del vello corporal femenino y la vuelta de tuerca del cuerpo feminista del siglo XXI vello | Instagram: i_am_morgie
La invisibilización del vello en la mujer tiene como efecto producir sentimientos de vulnerabilidad e inadecuación, ya que implica la noción de que los cuerpos de mujer son problemáticos de la manera en que son naturalmente.

Colas de caballo cayendo del trasero, piernas con pelo largo, axilas de color negro, unicejas mirando al horizonte y bigotes sobre labiales rojos. Todas estas son expresiones han sido utilizadas para estigmatizar, categorizar y/o identificar a las mujeres feministas, sin embargo, la mayoría de los comentarios que se hacen al respecto están lejos de representar el significado profundo que estos actos corporales manifiestan. La eliminación del vello corporal en las mujeres tiene una historia que data de la existencia de las antiguas civilizaciones, como la griega y la egipcia, hasta nuestros días. Esta historia ha sido configurada a partir de múltiples aspectos que confluyen a la hora de dictaminar cómo debe ser el cuerpo de la mujer. Es necesario, por tanto, comprender dicha historia para entender estos actos políticos cuyo fin último no es otro que la reapropiación y descolonización de nuestros cuerpos.

El control de las mujeres se ha producido por distintos medios y espacios, guiado por una mentalidad patriarcal, y se expresa tanto en instituciones como en los actos cotidianos. Una de las formas que ha tenido el patriarcado para manipular y conquistar el cuerpo de las mujeres es a través de la industria de la moda y sus modelos de belleza lampiñas. La depilación del vello corporal y facial es una de estas manipulaciones, y ha estado presente en la humanidad desde la prehistoria, sin embargo, no fue hasta los últimos siglos en que comenzó a configurarse como un medio de validación social, estética y de género.

En la prehistoria, tanto mujeres como hombres se rapaban la cabeza y depilaban con el fin de ser más efectivos al cazar pues así, cual fuera el enemigo, no tendría la posibilidad de tirar de su pelo y hacerles perder esa batalla. Hasta ese momento, la eliminación del vello era igual para ambos géneros y tenía un fin práctico de sobrevivencia. Esto dio un giro con la civilización egipcia y mesopotámica. Para los egipcios, por ejemplo, la falta de vello corporal se relacionaba a la limpieza y a la civilización. Aquellos que tenían grandes cantidades de vello en la piel eran concebidos como ‘incivilizados’ o ‘sucios’. Además, Cleopatra, quien designaba el modelo de belleza de la época, practicaba la eliminación del vello corporal, por lo que las mujeres debían seguirla. Estas prácticas de eliminación del cabello no estaban ausentas de un alto dolor físico, pues las primeras formas de depilación eran con piedras filosas o papeles de lija que luego terminaban en un daño brutal a la piel.

Al igual que los egipcios, los griegos consideraban que un cuerpo depilado era el ideal de belleza, pero no fue hasta la construcción del Imperio Romano que la depilación se transformó en un asunto de clase. Las castas más altas se conocían por mostrar cuerpos sin pelos mientras que los más pobres, ‘salvajes’ o ‘ineducados’ eran los que tenían más vello corporal. Fue también en este momento cuando los hombres pudieron decidir por sí mismos si depilarse o no, pues estas connotaciones de limpieza, pureza y clase dejaron de aplicarse a ellos. En este sentido, la falta o abundancia de pelo, ya era comprendida como un sistema de división social y racial, unido a un paradigma higienista, que categorizaba ciertas características fenotípicas como superiores e inferiores, especialmente en la mujer.

Rebecca Herzing, en su libro Plucked, A History of Hair Removal se refiere exactamente a esta división entre los seres humanos a través del pelo que poseen. La autora afirma que “la modificación del vello corporal establece múltiples límites al mismo tiempo: no solo separa a los individuos entre ellos mismos y ‘el/la otra’, sino que también divide y crea distintas ‘categorías y tipos de personas’.” Asimismo, en Estados Unidos, que es donde comenzó esta división para luego transmitirse a Latinoamérica y el resto del mundo, dichas categorías se han usado para segregar a los cuerpos en razas, sexos y especies, lo que a su vez delimita los privilegios y derechos que cada persona tiene de acuerdo a estas etiquetas.

Desde el siglo XVIII en adelante, estas ideas solo se reforzaron y normalizaron por medio de la influencia de la industria de la moda, los nuevos estándares de belleza dictaminados por la publicidad, las producciones audiovisuales y el sistema económico capitalista. A comienzos del XIX, la industria de la moda comercializó la primera rasuradora para mujeres y se creó la primera gran Campaña contra el pelo bajo las axilas, acompañada de distintos afiches publicitarios que promovían la depilación. Posteriormente, hubo otros elementos que influenciaron aún más en este fenómeno anti-pelos como la crisis del nylon durante la segunda guerra mundial. Las mujeres no podían usar medias todos los días, lo cual estaba altamente de moda, por lo que para similar este uso comenzaron a rasurarse las piernas. A finales del siglo XIX, con la creación del bikini y la explosión del porno, esto se llevó a otros extremos como por ejemplo la introducción de la brasilera, que es la eliminación completa del vello púbico.

La invisibilización del vello en la mujer tiene como efecto producir sentimientos de vulnerabilidad e inadecuación, ya que implica la noción de que los cuerpos de mujer son problemáticos de la manera en que son naturalmente. Más aún, se ha demostrado que las mujeres que reúsan a depilarse son percibidas como ‘sucias’ o ‘repugnantes’, y son categorizadas como menos atractivas, inteligentes, sociables y felices (Herzig 1971). Afortunadamente, desde el año 2010 en adelante estas prácticas han estado tomando un giro y más mujeres se atreven a alzar sus brazos y mostrar lo que es natural: su pelo.

Las identidades de género sumado a las prácticas sociales e individuales son sustancialmente corporales, por lo que a través de estos actos renovamos nuestro ser feminista y moldeamos nuestra ideología y nuestra participación social, en base a experiencias corporales, emocionales, y cognitivas. Mostrar una cola de caballo que cae por el trasero, marchar mostrando nuestros senos, realizar una performance con sangre en nuestros calzones, son todas acciones que buscan ponerle cuerpo a las reivindicaciones feministas. De otra manera, si nos quedamos en la abstracción y teoría, caeríamos en la invisibilidad que hemos testimoniado durante siglos. A partir de nuestros cuerpos -que son políticos, sociales y culturales- podemos generar una reflexión sobre la sexualización humana, la descolonización y las relaciones de género.

Pilar Villanueva