Avisos Legales
Opinión

Hijitos mimados de papá en cuna de dinero: Donald Trump y Brett Kavanaugh

Por: Jaime Valdés Cifuentes | Publicado: 24.10.2018
Hijitos mimados de papá en cuna de dinero: Donald Trump y Brett Kavanaugh trumpca |
El pensamiento supremacista es contagioso. Cuando las élites se entregan a sus creencias más indecentes sobre su derecho divino para seguir ganando, estas se propalan, otorgando a sus partidarios la licencia para asumir un estatus superior a lo imaginado, sobre cualquiera que parezca lo suficientemente indefenso. Al igual que los príncipes herederos de los emiratos del petróleo y los engendros de «principitos» de los principales funcionarios chinos del partido.

Como siempre Naomi Klein nos sorprende con su claridad y lucidez. En este artículo que traemos desde el El Intercept nos muestra el trasfondo de los mitos meritocráticos del grupo social de super ricos norteamericanos, y sus creencias corruptas y peligrosas de supremacía social inherente.

¿Qué dice Naomi Klein?

Los ultra ricos han insistido durante mucho tiempo que construyeron sus imperios con sudor e inteligencia. La idea central es que cualquier persona con inteligencia y manejo podría hacer lo mismo.

Pero se sabe que Trump ya era millonario en la escuela secundaria, con un imperio de US$ 413 millones de bienes raíces de su padre. Todo un “principito mimado”, como muchos niños de élite cuya fortuna les ha sido entregada por sus familias, niños que disfrutan de todo tipo de protecciones no reconocidas.

Por eso su feroz defensa contra el concepto de igualdad y gobierno de las mayorías. Por eso el grupo de ultra ricos al cual pertenece, necesitan una desregulación radical de los mercados, el desmantelamiento de derechos, protecciones ambientales y reducción de impuestos corporativos. Como muestra la investigación de Jane Mayer Dinero Oscuro, la historia oculta de los multimillonarios escondidos detrás del auge de la extrema derecha norteamericana

Es el gran acuerdo, dice Klein. Es el proyecto económico de estratificación radical de la riqueza: las personas pertenecen a la escala económica y social donde están. Trump puede reclamar completamente su herencia como hijo de la riqueza. Y la base social que lo apoya exigir su herencia como ciudadanos blancos de una nación cristiana patriarcal. Ciudadanos que están siendo invitados a formar parte del equipo ganador, recuperando el país de las amenazas, de los inmigrantes que toman «nuestros» trabajos.

Pero como todo sistema marcado por una fuerte desigualdad e injusticia requiere una narrativa de justificación. El salvajismo colonial y el robo de tierras requerían la doctrina del descubrimiento, el destino manifiesto, el territorio vacío y otras expresiones de la supremacía cristiana y europea.  El comercio transatlántico de esclavos, de manera similar, exigía un sistema intelectual y legal basado en la supremacía blanca y el racismo «científico». El patriarcado y la subyugación de las mujeres requerían una arquitectura de teorías aún más pseudocientíficas sobre la inferioridad intelectual y la emocionalidad femenina.

El caso del sistema político estadounidense comenzó como una red de protección para los hombres blancos propietarios, otorgando derechos inalienables a una minoría a expensas directas de esclavos africanos y mujeres. Las propuestas serias para nivelar el campo de juego, desde un sistema de escuelas públicas verdaderamente integradas hasta salarios justos para el trabajo doméstico, fueron aplastadas una y otra vez.

Hay indicios que el papel de la riqueza heredada solo ha aumentado desde entonces. Esto se debe a que los activos de los ya ricos, en bienes raíces, bolsa y en beneficios corporativos directos, están creciendo a una tasa significativamente más alta que la economía en general y los salarios de los trabajadores, que se están estancando.

Esta fue una de las ideas clave de el «Capital en el siglo XXI» de Thomas Piketty.

Cuando la tasa de rendimiento del capital es significativamente duradera y mayor que la tasa de crecimiento de la economía, es casi inevitable que la herencia (de las fortunas acumuladas en el pasado) predomine sobre el ahorro (la riqueza acumulada en el presente). La riqueza que se origina en el pasado crece automáticamente más rápidamente, incluso sin trabajo, que la riqueza derivada del trabajo.

Por eso que Trump no se molesta en defenderse, es demasiado obvio para negarlo. Mucho dinero se está acumulando en los escalones económicos más altos. El derecho divino de los reyes ha sido reemplazado por el derecho divino de la riqueza

¿Y cuál es la nueva narrativa instalada?

La teoría supremacista sostiene que los ricos y poderosos merecen su parte muy desigual, ya no lograda principalmente por su arduo trabajo (porque hoy es heredada) sino por su identidad. Por la familia en la que nacieron, su genética superior (imaginada), sus valores supuestamente elevados y, por supuesto, por su raza, religión y género. Dentro de la lógica de este relato, el éxito no llega porque se te han cubierto privilegios. Te bañaron con privilegios porque eres mejor.

Si heredas dinero, sientes: «¿por qué yo obtuve todo esto y existe alguien que es más pobre?’ Y te respondes. Bueno, Dios tiene una razón para ello. Dios nunca te va a dar algo que no puedes manejar, si soy rico significa que Dios me ha dado muchos bienes para ser su administrador”. “Trabajé por el dinero que tengo…nuestra familia se lo merece. Tenemos mejores valores o una ética de trabajo diferente». Incluso, como peligrosa auto justificación, tenemos una genética expresada en “salud mejor o más energía”.

Solo ideas como estas pueden justificar una defensa cerrada para evitar impuestos sobre un montón de riqueza que se ha pasado a través de generaciones. Tienes que creer que hay algo inherentemente superior en tu familia. E incluso aunque no se dice, también tienes que creer el corolario: que hay algo inherentemente inferior en cuanto a las personas que se beneficiarían de esos impuestos. Del mismo modo que mereces tu lugar no ganado en la parte superior, los demás deben merecer el suyo en la parte inferior: son «hombres malos», provienen de «países de mierda», y así sucesivamente. Aceptando este lógica es más fácil de abusar, deportar, incluso torturar.

Podría así creerse que Kavanaugh tiene derecho a un lugar de por vida en el Tribunal Supremo a pesar de no haber juzgado un caso. Podría creerse que tiene derecho a ser presidente a pesar de no tener antecedentes de servicio público y venir sólo del mundo de sus intereses privados.

Y, en algunos casos, es posible que se sienta con derecho a hacerle cosas contra su voluntad a personas que no están en su club, ya sea forzando a una mujer a tener un embarazo que ella no elija, o agarrando los cuerpos de las mujeres sin su consentimiento.

El pensamiento supremacista es contagioso. Cuando las élites se entregan a sus creencias más indecentes sobre su derecho divino para seguir ganando, estas se propalan, otorgando a sus partidarios la licencia para asumir un estatus superior a lo imaginado, sobre cualquiera que parezca lo suficientemente indefenso. Al igual que los príncipes herederos de los emiratos del petróleo y los engendros de «principitos» de los principales funcionarios chinos del partido.

O como a tantos «hijitos de su papá» chilenos (esto lo decimos nosotros) forrados en dinero o incluso como el mismo yerno del dictador que corrompió la política y el salitre. Sabemos que ocurre todos los días, que el poder del “dinero oscuro” se impone para abusar.

Pero no se ve como un conflicto. Simplemente hay dos clases de personas: nosotros (ganadores) y ellos, el resto (perdedores). Y la conclusión es obvia. A medida que se traspasa más y más la riqueza heredada, libre de impuestos, de una generación a otra, podremos ver mucho más de ese descaro.

Todo esto fue predicho, termina diciendo Klein. Hace casi dos años, Trump realizó su primera entrevista televisiva después de las elecciones de 2016, cuando alineó a toda la familia en sillas doradas, como tronos.  Esa debería haber sido nuestra primera pista de que el capitalismo estadounidense estaba entrando en una nueva etapa: la Era del Principito Mimado.

Jaime Valdés Cifuentes