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Opinión

Edición y bibliodiversidad: Feria Internacional del Libro de Santiago

Por: Eduardo Farías | Publicado: 31.10.2018
Edición y bibliodiversidad: Feria Internacional del Libro de Santiago Filsa |
¿Cómo afecta FILSA a la sociedad chilena? Pues bien, el Estado permite y entrega recursos públicos para que una empresa lucre con el negocio del libro; con el financiamiento estatal se costea una un negocio redondo, no se invierte en una política pública de lectoría, la que debería apuntar a reunir la edición chilena en una gran feria del libro.

Mientras se desarrolla una nueva versión de la FILSA, la repercusión sobre la ausencia de las principales asociaciones y el financiamiento estatal de último momento nada significaron para la discusión sobre el rol del libro, los editores y las editoriales en la construcción de la sociedad; sin embargo, ideas interesantemente negativas sobre edición, bibliodiversidad y organización pasaron por debajo, coladas. Pues bien, parece necesario discutir lo que no parece ser tan obvio. He aquí mis disparos al aire.

La FILSA es un producto comercial de la relación entre el Estado y el rubro de los editores. Desde un principio, en la organización de esta feria la relación era exclusiva con La Cámara Chilena del Libro y económicamente administrada por Prolibro S.A., empresa que tiene un contrato directo con el Estado. Este monopolio, en apariencia, se abre en 2001 cuando se crea Editores de Chile; en 2014, la Cooperativa de Editores de la Furia; y en 2015, la Corporación del Libro y la Cultura. La entrada de estas organizaciones no llevó a un cambio en la relación del Estado con el rubro editorial, sólo se amplió.

¿Cómo afecta FILSA a la sociedad chilena? Pues bien, el Estado permite y entrega recursos públicos para que una empresa lucre con el negocio del libro; con el financiamiento estatal se costea una un negocio redondo, no se invierte en una política pública de lectoría, la que debería apuntar a reunir la edición chilena en una gran feria del libro. Los costos por stand y la lógica de mall discriminan y marginan a editores independientes y a microeditoriales, tal como lo plantea Paulo Slachevsky[i]. Finalmente, el lector de Santiago va para ver libros de editoriales que pudieron costear un stand o un megastand, y el público paga una entrada, generando lucro para una organización en particular: capitalismo.

Junto con el negocio redondo de la Cámara, es preocupante que la relación del Estado con el sector editorial se concentre en el diálogo solo con las cuatro organizaciones existentes, idea interesantemente negativa. No tengo un prejuicio a priori sobre la posibilidad de organización de los editores, de hecho, ha sido necesario aunar esfuerzos para combatir el desierto de lectores que es Chile y para hacer frente a la edición banal, la edición del espectáculo. Desde mi perspectiva, el problema surge cuando un sector productivo se define solo por las organizaciones que lo componen; muy buenas intenciones se pueden tener al organizarse, pero no debemos olvidar que la organización es otro camino para la búsqueda del beneficio propio: capitalismo. Es necesario exigir que el Estado tensione esta relación con el rubro editorial, con sus organizaciones; los objetivos del Estado con sus políticas públicas para el libro y la lectura no pueden solo promover el desarrollo de una industria económica, tal como ha sido desde la dictadura. Si no se advierte que las políticas públicas enfocadas en el mundo del libro exceden los intereses particulares de las editoriales y sus organizaciones, esta lucrativa relación seguirá siendo un goteo de poder y de dinero.

Otra idea interesantemente negativa es la ecuación: organizaciones editoriales = edición chilena. En el debate, este planteamiento ha sido esbozado por Arturo Infante y Paulo Slachevsky. El director de LOM[ii] plantea que “los cuatro referentes gremiales expresan claramente los polos del campo editorial chileno”, así, sin más, se reduce toda la complejidad del sector editorial a solo cuatro organizaciones; por tanto, no importa ni la movida cartonera ni la unión de editoras experimentales ni la escena editorial anarquista ni la autoedición. No, Paulo, nuestro campo editorial es mucho más complejo, es parte de él lo que se desarrolla en los márgenes (y fuera) de la legalidad y de Santiago, en proyectos que funcionan por lógicas (no) comerciales y que (no) están organizados. Si las políticas públicas se ejecutan pensando solo en la representatividad de las cuatro organizaciones de editores, la posibilidad de acceso del lector a una bibliodiversidad real se limita a ser una pésima ficción.

La bibliodiversidad, concepto que básicamente describe la diversidad de libros en un espacio-tiempo determinado, exhibida en FILSA e impulsada por las políticas públicas del libro y la lectura, es un fragmento de la totalidad, fragmento compuesto por proyectos editoriales caracterizados por el editar bajo la lógica legal de lo comercializable. Demostrado que el campo editorial chileno es más complejo, la bibliodiversidad también excede a la que solo se comercializa en librerías, en la FILSA, en la Primavera del Libro, en la Furia del Libro. La bibliodiversidad no puede ser definida por lo económico ni por lo legal, sino por los contenidos existentes y por los que faltan en el sector editorial, por el ejercicio de distribución y venta (i)legales, por el desarrollo territorial de proyectos editoriales. Es necesario reconocer y respetar la complejidad del sector editorial, entender los diversos caminos que asumen los editores para llegar a los lectores como esfuerzos válidos para construir una comunidad educada, crítica. Al reconocer y respetar el campo editorial, estaremos honrando la importancia de la bibliodiversidad en la construcción de una sociedad culta.

Por último, FILSA no es la feria del libro chileno y difícil que alguna lo logre si no tiene por objetivo albergar la bibliodiversidad en igualdad de condiciones. Por el momento, tenemos lo que tenemos y si bien no se encuentra todo, está el trabajo de editores serios con catálogos y libros notables, vaya por ellos. Para el futuro, el sector editorial chileno, primero, debe reconocer su complejidad inherente, junto con la existencia de actores invisibilizados dignos de consideración y respeto; y, segundo, debe exigir una política pública del libro y la lectura digna de su bibliodiversidad y alejada lo más posible de la búsqueda exclusiva de crecimiento económico de intereses particulares, es decir, de más capitalismo.

[i] FILSA. Las cartas sobre la mesa: http://www.eldesconcierto.cl/2018/08/07/filsa-las-cartas-sobre-la-mesa/

[ii] FILSA. Las cartas sobre la mesa: http://www.eldesconcierto.cl/2018/08/07/filsa-las-cartas-sobre-la-mesa/

 

Eduardo Farías