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Pía Barros y Jorge Montealegre: 35 años escribiendo pa bajo y pal lado sin invadirse ni competir

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 14.02.2019
Pía Barros y Jorge Montealegre: 35 años escribiendo pa bajo y pal lado sin invadirse ni competir JM y Pia – Parte de matrimonio – marzo 1987 (1) |
Ella lo persiguió hasta enamorarlo. Sus hijas jugaban a la papá y el mamá. Ambos son escritores y no compiten entre ellos. Lejos de las historias de amor sufridas en que la mujer deja de lado su carrera y se opaca para que triunfe él, ellos han sabido apoyarse y salir adelante juntos. Los visitamos en su morada desde 1990, en la calle que lleva el nombre del poeta Rubén Darío en La Reina, donde cada uno tiene su cuarto propio, quizás una de las razones por las han podido desarrollar sus proyectos literarios y ser cómplices por tanto tiempo.

A comienzos de los 80 Pía vio un rayado en un baño de la USACH, y le quedó dando vueltas. Preguntó hasta saber quién era el autor y comenzaron a encontrarse. “Se llama Alta poesía: Todos los vecinos de mi barrio duermen siesta,/ pero hay chicos que golpean puertas fastidiando:/ piden pan y no dejan/ escribir los mejores poemas sobre el hambre”, recita ella. “Se lo sabe de memoria y yo no”, explica Jorge, quien lo incluyó después en su libro Exilios de 1983.

Los dos coincidieron en una premiación en que ella ganó en narrativa y él en poesía, desde ahí se siguieron viendo en las protestas y en las actividades culturales. Aunque Jorge ha investigado sobre el tema del humor gráfico y ha trabajado escribiendo chistes en La Tercera y hasta en Condorito, es Pía quien tiene la chispa a flor de labios, en forma natural.

©Harold Illanes

P: Yo iba a todas partes donde iba Jorge… (risas)

-¿Y tú te dabas cuenta que ella iba a todos lados?

J: Que iba a todos lados sí, pero el móvil no

P: Es más lenteja para darse cuenta. Originalmente (el poema) decía Alberto Vega, y después el Aristóteles España me dijo que era de Jorge Montealegre, no de Alberto Vega, y el Tote me pasaba los datos de donde iba a estar Jorge. El Tote y Eduardo Llanos que eran mis amigos.

La segunda SECH

El 83 se fueron a vivir juntos en un cité, donde Montealegre compartía casa con Payo Grondona. Después se fueron a un departamento en Vicuña Mackenna. “La otra sede de la SECH, nuestra casa estaba a dos cuadras, y todo el mundo pasaba por ahí a copuchar”, dice Pía. Tenía que echarle más agua a los guisos y sopas a diario. “Yo recuerdo que aparte de la gente de los talleres de Pía, entre los comensales, como era una época de retorno, llegaba gente con la que nos habíamos conocido afuera o por publicaciones. Recuerdo bien a Gonzalo Millán, o a los dibujantes que andaban de paso, por ejemplo José Palomo que vivía en México, Fernando Krahn, Rufino; se fue dando una mezcla de escritores con dibujantes y cantantes, el Payo Grondona también era parte de la familia, el Leo Masliah por ejemplo, que en esa época no lo conocía nadie. El Pedro no era muy conocido todavía, pero ya estaba en el proyecto las Yeguas del Apocalipsis; entraba a la casa cuando había una manifestación afuera, llegaba de Pedro Mardones y salía de Pedro Lemebel, se vestía, se transformaba un poco. Estaba la gente que iba a la SECH, los amigos retornados, los dibujantes, y la familia. Siempre había gente y había almuerzo sencillo, eran entretenidos… mucho tallarín”, bromea él. “Y mucha acelga”, recuerda ella. Eran tiempos en que no se avisaba, pasaban por ahí y simplemente tocaban la puerta.

A roto power

Un año entero se quedó Pía sin hombres en su taller literario porque cuando estaba criando, “tiraba la guagua arriba del pupitre, sacaba la teta arriba y le daba a mi hija; yo siempre he sido feminista entonces no ando jugando a las bolitas ni le miento a nadie sobre quién soy”, sintetiza. Cuando sus hijas eran pequeñas jugaban al papá y la mamá. Chao mi amor, decía de sombrero y maletín la mamá. El papá era el que se quedaba en la casa. “Jorge fue muy buena mamá y yo fui un gran padre; el que contaba los cuentos de noche, el que hacía unos chapes chuecos era Jorge, porque yo salía temprano y volvía tarde en la noche”, cuenta. La casa la fueron armando de a poco con los premios y becas de ambos. “Debería estar llena de plaquitas”, se ríe Pía. El pie de la casa lo dieron con una beca Guggenheim de Jorge. El piso lo cambiaron con un municipal que ganó él. Ella obtuvo una beca de Fundación Andes y construyó la sala de taller, el baño de talleristas y el cuarto propio de él. “Hasta el microondas debería tener una placa”, dice la narradora.

©Harold Illanes

Hay una foto de una de sus hijas apenas caminando con un número de la revista La Castaña en las manos. Es del año 85. La publicación, que Jorge había iniciado años antes, la continuaron juntos hasta 1987. “Era humor gráfico y poesía, y cuando nos conocimos con la Pía se le agregó narrativa, cuentos breves –relata–. También significaba encontrarse con gente, buscar colaboradores, era como otra fuente de amistades y contacto. Éramos rascas, pero trabajábamos con los mejores dibujantes, los mejores escritores y las mejores imprentas”. La repartían a “roto power”, como define ella, o sea a mano, con libreros amigos. Posteriormente Erwin Díaz se encargaba de venderla. La plata era fundamentalmente para el papel de envolver, que según sentencian pusieron de moda. Alcanzaron a sacar ocho números en varios años. A partir de lo que hacían con los dibujantes en La Castaña, Pía fue agregando a sus talleres Ergo Sum la parte de publicaciones, hasta la actualidad sigue publicando el trabajo de talleristas y otros libros objeto en papel Kraft. Elvira Hernández y Pedro Lemebel, entre tantos otros, publicaron sus primeros libros con Pía Barros.

©Harold Illanes

Es que nosotros teníamos un holding (risas) –bromea Jorge–, esto es como un juego dentro de la precariedad que vivíamos. Ediciones Tragaluz sacaba La Castaña, y sacamos los primeros libros de Eduardo Llanos, los primeros libros míos, y de otros poetas. Era el nombre del grupo literario en el que yo estaba. Y la Pía tenía el sello Ergo Sum, que era casi únicamente de mujeres y el logotipo es una pluma de escribir con el signo feminista. Entonces estaba clara la separación de bienes y de males. Después he publicado en Asterión, que es el sello legal. Ambos son iniciativas de la Pía, yo no me mando las partes con nada de lo que hace la Pía”.

Tanto Asterión como Ergo Sum siguen existiendo. Los libros de este último son libros objeto y se hacen en un máximo de 700 ejemplares que no pueden ser reeditados, los mismos autores ayudan en la parte de manufactura. “Algunos hay que doblarlos, pa qué te digo cómo tengo las uñas”, dice ella. Todos los años saca al menos una publicación con un guiño a los eventos sociales y políticos. El 2018 el libro objeto se llamó Encapuchadas y venía en una cajita. Por eso Pía también enseña en liceos que es posible hacer libros con pocos recursos.

©Harold Illanes

-¿Cómo lo han hecho para que cada uno pueda desarrollar todas sus potencialidades y apoyarse mutuamente a la vez?

J: Somos muy discretos respecto a cuánto nos metemos en el proyecto del otro.

P: Jajaja, no hay que perder la oportunidad de quedarse callado. Hay ciertas cosas que nos unen, política y memoria, por ejemplo, pero yo no me meto en sus investigaciones. Siempre he dicho no soy política, soy activista. Pero además, como que los carriles son bastante separados. Esto no significa que no haya espacios en común y que yo no odie a José Miguel carrera cada vez que lo nombran porque lo están investigando. Pero no es que nos invadamos. Usualmente hacemos vidas súper separadas y nos une todo lo doméstico, lo que tiene que ver con la familia, los amigos, la complicidad. Somos súper cómplices. Y lo otro, no competimos. Yo sé que en el mundo de los escritores uno compite, pero como él escribe pa abajo y yo pal lado, está bien…

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