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Cuando era bonita

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 16.01.2015

Ilka OlivaHace mucho que dejé de ser bonita. Creo que desde la adolescencia, cuando   dejé de ir al grupo juvenil –a hacerla de celestina entre las parejas de tortolos en plena calentura de la edad– y a misa los domingos por la tarde –a cantar el Hosanna y a dormirme a la hora del sermón– y lo cambié por irme a jugar fútbol y a los bailes callejeros. Entonces no sólo me convertí en una endemoniada que no le dedicaba tiempo a Dios sino también en una libertina que prefería la indecencia del baile a darse los tres golpes de pecho rutinarios en misa. Para aquellos años La Lambada podía más que cualquier refacción gratis después de misa.

Dejé de ser bonita cuando preferí vestirme con pantalonetas cortas que con vestidos. No sólo dejé de ser bonita sino que me convertí en marimacho.

Dejé de ser bonita cuando opté por jugar cincos y trompo en lugar de muñecas y de casita.

Dejé de ser bonita cuando le quité todo pudor a mi cuerpo y me desnudaba con mis amigos del alma y nos bañábamos todos en el riachuelo entre las montañas. “Eso no lo hacen las niñas decentes, solo las perdidas.” Ya no vas a conseguir marido porque a los hombres les gustan las mujeres decentes y bonitas. Fui entonces perdida y hasta de sobra. Y fea a morir.

Nada bonita cuando cambié las tardes de pláticas aburridas entre amigas por ir a barranquear o emborracharme con mis amigos varones a la cantina Las Galaxias. Entonces de ribete me gané el mote de puta por ser la única mujer del grupo. En realidad fue confuso porque no sabían si era por puta o por marimacho que yo me mantenía con varones.

Dejé de ser bonita cuando no permití que los patojos jugaran a ser ellos los cazadores y yo la presa. Cuando los liberé de la etiqueta de “novios.”

Dejé de ser bonita cuando escogí estudiar magisterio de Educación Física, y las sentencias   no bajaban de: “eso solo es para hombres, mejor hubieras estudiado secretariado como mujer que sos,” el tema era recalcar que por mi género me competía otra profesión.

Dejé de ser bonita cuando cambié las telenovelas por jugar naipe y escuchar los cuentos de miedo que los patojos contaban en la calle.

Dejé de ser bonita cuando no permití que los patojos jugaran a ser ellos los cazadores y yo la presa. Cuando los liberé de la etiqueta de “novios.” “Aquí lo único que hay es calentura” así es que quitáte ideas raras de la cabeza, no somos novios. Yo no quiero ser amigo con derecho. No, mis amigos son aparte. Lo de nosotros es puro prense nada más. Y así me gané un ramillete de seudónimos de notable cortesana. Era de todo menos bonita. En “feya.” Fieraza dirían en mi pueblo.

Dejé de ser bonita cuando comencé a practicar halterofilia y el cuerpo se me llenó de músculos abultados. “Puro hombre parecés con esas piernas tan duras y llenas de bolas, se te va a quitar lo bonito.”

Dejé de ser bonita cuando practiqué bádminton y atletismo y la masa muscular bajó de volumen. “Así parecés con enfermedad terminal, tan delgada no te mirás bonita.”

Dejé de ser bonita cuando me convertí en árbitra de fútbol. “Mejor hubieras escogido arbitraje de baloncesto que ese sí es para mujeres.”

Dejé de ser bonita cuando no acepté ser novia ni amante de ningún catrín que veía una rareza en mi profesión de árbitra. Me gané la fama de frígida. ¿Cómo era posible que rechazara tanto dinero, clase, educación y finura en un solo paquete? “Tan bonita que te miraras con un hombre blanco y ojos claros, tus niños saldrían blanquitos y mejorarías la raza.”

Dejé de ser bonita cuando no acepté sobornos ni labias para asistir a eventos sociales ni a dar charlas motivacionales cuando la fama –y el aparente éxito– de árbitra me llegó. No solo dejé de ser bonita sino que también que dijeron arrogante. Cuando vendía helados en el mercado fui invisible, ahí nadie me buscó para dar charlas motivacionales ni que sirviera de ejemplo a la niñez y la juventud. Ningún catrín quería ser ni novio ni amante. Uno no puede andarle faltando el respeto a la raíz. Ni por un costal de tuzas. “Tan bonita que te miraras en las portadas de las revistas deportivas, pero tan necia que sos.” Eso cuando no aceptaba entrevistas de ningún tipo cuando la fama de árbitra me rodeaba.

Dejé de ser bonita cuando rechacé ser amante mantenida, “pero es que tan bonita que te miraras en un carro de último modelo, bien vestida, vivieras en un apartamento lujoso y nada te costaría, pero sos bruta nadie rechazaría una oportunidad así.” Pues sí, soy bruta y de las meras potrancas indomables.

Dejé de ser bonita cuando me enamoré de un hombre 20 años mayor que yo y viví la pasión y la complicidad del amor en todas sus formas. ¡Pero es un hombre viejo!, vos estás patoja no seás bruta. Tan bonita que te mirarías con un patojo de tu edad. Ese hombre te va a pegar lo viejo en un abrir y cerrar de ojos. Te va a robar la energía. Para nada, mi relación con él fue una aventura de adrenalina pura.

Dejé de ser bonita cuando emigré y tenía el cuerpo atlético y me ofrecieron tantas veces que trabajara de stripper. “Tan bonito tu cuerpo bronceado y tan mula que sos, quién con ese cuerpo no lo explota, salieras de pobre rápido, aquí no te conoce nadie.”

Dejé de ser bonita cuando rechacé ser amante mantenida, “pero es que tan bonita que te miraras en un carro de último modelo, bien vestida, vivieras en un apartamento lujoso y nada te costaría…”

Cuando emigré dejé de ser bonita porque preferí limpiar casas que casarme con un gringo para mejorar mi estatus legal, social y económico. Me fascinan los gringos, he tenido amantes gringos, pero si casarme de esa manera implica esclavizarme, que pasen los que quieran yo me aparto del camino. “Bruta sos, quién con tanto gringo allá trabaja limpiando casas, aviváte la juventud no te será eterna, tan bonita que te miraras con un tu gringo y tuvieras hijos gringos y rubios.”

Se me está pasando la juventud, y la lozanía de la edad. Por mí ya quisiera estar en la edad de la menopausia y que terminara mi fertilidad. “Tan bonita que te miraras con un tu hijo en brazos.” Desde que decidí no parir soy más fea aún.

Dejé de ser bonita como escritora cuando dejé de escribir sobre mi nostalgia por Guatemala. Entonces quienes seguían mis relatos de cerca me lanzaron a la hoguera y me acusaron de haberme agringado, de olvidarme de mi   país, así fue como muchos lectores guatemaltecos dejaron de leer mi blog. “Tan bonita que se leía, tan bonitas sus letras cuando quería a Guatemala.”

“Tan bonita cuando escribía como guatemalteca.”

Dejé de ser bonita cuando comencé a escribir de violencia de género, de política, de discriminación, del abuso constante que vivimos los indocumentados. Cuando mis tristezas y emociones dieron paso a que mi mente se expresara con claridad. Entonces dejé de ser bonita.

Dejé de ser bonita cuando dejé de escribir de las lluvias de agosto guatemaltecas y escribí de los girasoles del agosto del verano en Estados Unidos. “Ella ya se volvió gringa, tan bonita que era.”

Dejé de ser bonita como guatemalteca cuando abrí mi mente y me di cuenta que las fronteras no existen para las luchas sociales y que en todos lados se están librando batallas de derechos humanos, de racismo y opresión.

Dejé de ser bonita cuando escribí que soy calle de doble vía. Entonces abandonaron mi blog los lectores radicales en su religión y en el odio a la diferencia. La mayoría guatemaltecos.

Dejé de ser bonita cuando no acepté escribir para medios guatemaltecos independientes que me exigían exclusividad y que no dijera que era indocumentada, que había estudiado en la Universidad de San Carlos de Guatemala y que en Estados Unidos limpiaba casas. Mi única exclusividad se la doy a mi blog. “Tan bonita que se mirara en tal medio pero usted no quiere superarse.” Los medios que me han abierto las puertas saben perfectamente quién soy y de dónde vengo y jamás me han limitado. Claro, tenían que ser de otros países no guatemaltecos.

Dejé de ser bonita al negarme a recibir reconocimientos por mi oficio de escritora, por parte “organizaciones pro migrantes y pro comunidad guatemalteca y centroamericana en el extranjero”. “Tan bonita que se miraría recibiendo tal reconocimiento hasta foto en las revistas le hubiéramos sacado.”

Dejé de ser bonita porque no uso cartera, ni zapatos de tacón y no me maquillo. “Vestíte como mujer, pintáte parecés muerta con esa cara pálida y llena de manchas, tan fea que te mirás.” Aunque de vez en cuando pareciera bonita cuando me pongo vestido en verano y me maquillo.

Dejé de ser bonita cuando me corté el pelo, “tan bonita que te mirabas con el pelo largo, para qué te lo cortaste, te mirás puro hombre.” “Dejátelo crecer sino no vas a conseguir marido a ellos les gustan las mujeres bonitas y de pelo largo.”

Dejé de ser bonita porque digo lo que pienso y siento. Porque no aparento. Porque no voy con la corriente. Porque prefiero el rechazo a la sumisión.

Pensándolo bien nunca he sido bonita, siempre he sido bizarra. No quiero ser bonita nunca en mi vida, no quiero ser bonita para la sociedad ni para el sistema. He sido y seguiré siendo salvaje.  Mi naturaleza es montaraz con toda la intensidad de mi demencia. No ser bonita no es fácil, pero a mí nunca me han gustado las cosas fáciles.

¿Y usted allá afuera, es un ser feo o bonito?

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Ilka Oliva es escritora y poetisa guatemalteca. Inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo.

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