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Bajo la retórica de Ottone

Por: José Miguel Ahumada | Publicado: 05.05.2016
Bajo la retórica de Ottone ottone |
La reacción conservadora, promueve el retorno a los antiguos valores, ritos y estandartes, porque supone que las causas de la pérdida de poder han sido, justamente, no haber seguido disciplinadamente los dictámenes originales, y férreamente buscará desmantelar la crítica. Este gran freno de manos, la gran defensa corporativa junto con el gran ataque a la herejía, ha venido de aquellos cuyo capital político, justamente, yace en ese pasado: Lagos y su intelectualidad funcional. Y el mejor ejemplo es Ottone.

El análisis discursivo de las elites dominantes en sus procesos de pérdida de poder, identifica tres tipos de reacciones: la mera repetición de sus acciones, la adaptación activa y  la reacción conservadora. Estas tres alternativas, defendidas siempre por diferentes facciones, combaten dentro de la elite por imponer una estrategia exitosa de salida.

Dentro de la Nueva Mayoría es posible identificar las diferentes retóricas que se enfrentan por imponer el relato de la coalición. Por ejemplo, la DC y el escalonismo dentro del PS son un ejemplo de una retórica de la repetición, en cuanto se han limitado a repetir su accionar convencional y defender su legado, bajo la esperanza que la crisis naturalmente terminará.

Por su parte, Isabel Allende y su grupo, junto con el PPD y el PRSD han seguido la forma de la adaptación activa que implica realizar cambios internos, promover reformas e integrar elementos y actores de la crítica para -incluso mutándose a sí misma-, mantenerse en el poder. Así, han defendido las reformas del gobierno y su integración con otros bloques (ya sea con el PC, IC y MAS, como con algunos de sus cuadros, como con RD).

La última opción, la reacción conservadora, promueve el retorno a los antiguos valores, ritos y estandartes, porque supone que las causas de la pérdida de poder han sido, justamente, no haber seguido disciplinadamente los dictámenes originales, y férreamente buscará desmantelar la crítica. Este gran freno de manos, la gran defensa corporativa junto con el gran ataque a la herejía, ha venido de aquellos cuyo capital político, justamente, yace en ese pasado: Lagos y su intelectualidad funcional. Y el mejor ejemplo es Ottone.

Las retóricas reaccionarias: con Hirschman leyendo a Ottone

En 1991, el economista Albert Hirschman publicaba un influyente libro, «Retóricas de la Reacción«, donde relataba los distintos argumentos conservadores contra los avances sociales. Analizando las reacciones de autores liberales y conservadores contra la Revolución Francesa y los avances sociales durante el siglo XX (desde Tocqueville, Burke, Spencer hasta Hayek), enumera las tres tesis ideales de la reacción: la tesis de la perversidad (toda búsqueda de mejora de X sólo terminará en su empeoramiento), tesis del riesgo (el costo del cambio es demasiado alto en tanto mina un logro previo) y la tesis de la futilidad (la ignorancia respecto a la realidad hace que el intento de cambio sea fútil).

En sus recientes artículos, Ottone reproduce nítidamente las tesis que Hirschman descubriera en el pensamiento reaccionario. Es bajo su pluma donde uno percibe este necesario relato justificador, esa retórica que busca, ansiosamente, validar el orden en franca caída y volver a brindar a la elite de ese manto que la cubrió en los noventa: la cordura, la razón en su accionar, y crecimiento en sus resultados.

Porque de acuerdo a Ottone, el movimiento estudiantil es ignorante, en cuanto hace un diagnóstico errado de la situación chilena hoy: a pesar de ciertos problemas económicos, no vivimos en la catástrofe, nuestro régimen tiene sólidas bases que, al margen de ciertos problemas, no afectan la vida de los chilenos. En sus palabras «Pero tengamos sentido de las proporciones, no estamos inmersos en una crisis generalizada y decir que el país no funciona es una exageración, no se sostiene en pie ni por un instante. Las altas cifras de chilenos en vacaciones dentro y fuera del país creo que no deben tener antecedentes en nuestra historia». Cabe recordar que, en la misma línea, otro intelectual orgánico de la elite, Eugenio Tironi, relataba con un goce inusitado, la democratización veraniega de las estaciones de servicio como un ejemplo concluyente del progreso chileno.

Por otro lado, bajo la retórica de Ottone el movimiento estudiantil combatiría contra molinos de viento. El neoliberalismo que los estudiantes buscan superar ya habría sido desmantelado por la propia Concertación cuando lograron vencer a Pinochet. En último término: sin reconocer el bienestar hoy imperante y sin entender cómo funciona la economía, el movimiento estudiantil deviene fútil en su lucha. Aquí Ottone no hace más que seguir con un discurso que intentaron posicionar algunos intelectuales de la Concertación para justificar sus políticas: Oscar Muñoz hablando a mediados del 2000 de cómo la Concertación, en realidad, impuso un modelo alternativo al Consenso de Washington o bien a Guillermo Larraín señalando que el «nuevo modelo» de la Concertación tenía un anclaje en el propio gobierno de Frei Montalva. De más está decir que ninguno de aquellos intentos pudo ser tomado con seriedad, y años después el mismo Guillermo Larraín aparece escribiendo «El Otro Modelo» donde plantea proponer un modelo alternativo al (ahora sí lo reconoce) neoliberalismo imperante. La misma suerte corrió la negación de Ottone del carácter neoliberal de la Concertación a manos de Ruiz, Sánchez, Rivera y Cortés.

En la retórica de Ottone la batalla de los estudiantes es no sólo fútil, sino también es riesgosa y perversa. Los estudiantes, a su entender, han enarbolado un lenguaje «jacobino», y «vengativo». El repertorio de su crítica nos trae hasta el mismo Nietzsche. Los estudiantes estarían movidos por un resentimiento típico de la moral del esclavo: «Aparece en algunos un rencor ácido que hace recordar la frase de Nietzsche «quien busca demasiado la justicia, suele buscar la venganza», parecería que en ocasiones hay quienes actúan por resentimiento y sueñan con una hoguera para quienes consideran con o sin razón responsables de sus pesares y frustraciones.»

Este espíritu del resentimiento y de la violencia es un peligroso elemento que puede correr la legitimidad del sistema democrático chileno. Parafraseando al aristócrata de Tocqueville, Ottone nos plantea que es aquella violencia y maximalismo estudiantil el que pone en entredicho el pilar mismo de la democracia: la convivencia republicana.

De esta forma, el movimiento estudiantil, al momento de demandar educación pública, destruiría, sin saberlo, los pilares mismos de la democracia. Se destruye el objetivo buscado (no hay reformas sin democracia), pero también un fin mayor (la democracia conquistada).

Pero no se equivoque el lector, Ottone no sólo crítica a aquellos jóvenes herejes. Su pluma también se dirige a la elite. Pero no por los casos de corrupción, sino por negar los «gloriosos noventa», y haber optado por un intento de cambio, y adaptación frente a los nuevos tiempos.

En su última publicación, Ottone ataca al gobierno por su lógica refundacional y su aparato retórico: «realismo sin renuncia» «terminado la obra gruesa» y el discurso anti-elitista serían concesiones ilegítimas a los gritos jacobinos de la calle. En sus palabras, «Más vale entonces la sobriedad política, tratar de revertir lo torcido y hacer esfuerzos por consolidar aquellas cosas que se han hecho bien y que el propio espíritu fundacionalista deja en las sombras, porque se tiende a resaltar desesperadamente las cosas que se cree tendrán la aprobación de las minorías radicalizadas».

Y, como si siguiera siendo parte del equipo comunicaciones de Lagos, Ottone desecha la adaptación activa defendida por ciertas fracciones de la elite, y sugiere, como salida, una reacción que conserve aquella década de los noventa llena de pragmatismo, orden y acuerdos. Se requiere, finalmente, de líderes que tengan «sentido de la realidad, orden en la gestión política y búsqueda de acuerdos.»

Así, construye el discurso en el cual su jefe levita desde el problema a convertirse en la solución del mismo. Esto sería un trabajo fantástico de construcción discursiva de una necesidad si no fuera por sus juegos de manos, silencios, negaciones y construcciones fantásticas que Ottone debe realizar para construir dicho escenario.  

Ottone: entre el desplazamiento, la negación y la fantasía

En la retórica de Ottone, la democracia tiene su principal enemigo en la ciudadanía y en una elite incapaz de gobernarla. Su pluma es ácida y no economiza en espacio al criticar a la primera, pero guarda una sintomática mesura al momento de referirse a la segunda y sus casos de corrupción.

Ante los problemas de deslegitimidad y crisis de representatividad, Ottone reparte culpas a todos los agentes políticos habidos y por haber. Por supuesto, consiente de que el gobierno ante los casos de corrupción, debe ser «más prolijo y preocuparse de dar mejor gobierno«, y que los empresarios debieran invertir un poco más … pero también la culpa la tienen los humoristas y periodistas que debieran informarse e informar con rigor y sin «sentirse obligado a usar la peluca de Robespierre», los gremios sindicales por sus «intereses corporativos» y, por sobre todo, los estudiantes que, presos de un espíritu «vengativo» y «jacobino«, amenazan la convivencia democrática.

Y es que para Ottone, el problema de fondo no es la oligarquización rentista de la república sino la pérdida de, a su decir, la «convivencia democrática» a manos de periodistas, humoristas y estudiantes, por un lado, y un gobierno que ha abandonado el camino sagrado de los noventa. Ottone, en un acto casi freudiano, desplaza el centro de atención desde la elite a la ciudadanía. Y al hacerlo, no sólo cambia de problemática (de derechos sociales a gobernabilidad), sino la solución: la reconstrucción del orden.

A su vez, en un acto de negación perfecto, hace un juego de manos conceptual estremecedor: Chile no es neoliberal, sino una economía de mercado con una fuerte lógica ciudadana. El gobierno al cual él prestó religiosos servicios no abrió los mercados financieros, ni disminuyó los impuestos a las ganancias de capitales, ni concesionó las autopistas, ni firmó TLC en forma compulsiva. No. Impuso una lógica republicana que domesticó al mercado.

El resultado de todo esto ha sido una construcción fantástica de creciente bienestar material de la población, orden social dominado por el principio ciudadano que gobierna al mercado y, ante ciertos problemas de la elite, una muchedumbre enardecida, ignorante y vengativa que mina la democracia ante los tímidos ojos de una elite incapaz de defender su obra.

De esta forma, la solución lógica de su construcción fantasiosa, la vuelta a la mesura-orden-consenso, sólo puede venir de aquellos con supuesta sobriedad y sabiduría, de aquella estirpe sacerdotal sabia y adulta, fiel a su pasado y su historia… la solución sólo vendría de la mano de (¡oh coincidencia!) aquel al  cual él prestara tan fieles servicios.

En último término uno encuentra en Ottone la retórica reaccionaria en su estado puro, destilado, desnudo. Y su relato actúa como el sentir de un Consejo de Ancianos que fuera considerado sabio y valiente en los noventa pero hoy predica en el desierto (o en La Tercera) en una franca bancarrota completa.

El llamado de Ottone y su generación ya no es un nuevo futuro, un novedoso proyecto, sino únicamente la vuelta al orden, por el orden mismo.

 

José Miguel Ahumada