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Opinión

«Son los nacionalistas, estúpido»

Por: Alfonso F. Reca | Publicado: 25.07.2016
El debate sobre la procedencia de los 10 votos ha sido un yermo vodevil en el que el PP agradece a los nacionalistas y éstos se rasgan las vestiduras. Pero por muy secretos que sean los votos, dejan rastro. A nadie se le escapa al revisar la prensa que el Partido Nacionalista Vasco ha entrado en la mesa del Senado dejando fuera una vez más a Podemos con el apoyo del PP.

La política española contemporánea es imposible de comprender sin entender el destacado papel que han jugado los partidos nacionalistas, especialmente catalanes y vascos. El discutido sistema electoral hispano se basa en un principio de proporcionalidad que busca que todos los territorios tengan representación en el Congreso. Conceptualmente estas intenciones son impecables, pero como siempre ocurre hecha la ley, hecha la trampa. Cuando un partido consigue concentrar su voto en una circunscripción concreta el número de representantes electos que consigue se dispara como la espuma gracias a la Ley D’Hont que se aplica para el reparto de escaños. No es complicado entender que este modelo, aunque legítimo, es sumamente beneficioso para los partidos de corte nacionalista porque hacen precisamente eso: sumar en zonas concretas. Léase Cataluña y País Vasco, aunque el fenómeno también se da en otros puntos de la poliédrica península ibérica como Valencia, Galicia o Canarias.

Desde la muerte en la cama del dictador hasta la irrupción de Podemos en el panorama político España ha sido un país eminentemente bipartidista. Una pugna entre la gaviota de la rancia derecha del Partido Popular y el puño y la rosa de la socialdemocracia liberal del PSOE. Entre ambos se han repartido los presidentes del Gobierno (con la excepción de Suárez) y han gobernado a su antojo el país. Aunque ambos partidos han ido recorriendo un callado camino de confluencia hacia los imperativos neoliberales de la Alemania merkeliana, es justo concederles una disputa ideológica, especialmente en el plano social. Pero existe un elemento trasversal en sus trayectorias: la muleta de los nacionalistas.

Felipe González (PSOE), José María Aznar (PP) y José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE) gobernaron con sus muy diferenciados perfiles en la España bipartidista. A la hora de encontrar apoyos para sus investiduras en las legislaturas en las que no obtuvieron mayoría absoluta siempre hallaron el hombro de los nacionalistas. Populares y socialistas ganaban un billete de ida a la Moncloa y los nacionalistas (que casi siempre gobernaban en sus respectivos territorios) arrancaban a las presidenciables mayores cuotas de autogobierno y mejoras en la financiación que hacían las delicias de sus gentes. Una simbiosis tácita. La gallina de los huevos de oro. Los partidos bisagra.

Las últimas elecciones en España, de las que todavía nos estamos recuperando, han tenido muchos elementos novedosos mil veces comentados ya. Pero al despertar, los nacionalistas seguían allí. Mariano Rajoy (PP), que es el único presidente que hasta ahora no ha necesitado de los nacionalistas gracias a su mayoría absoluta, no ha tardado en sumarse esta bella tradición hispana. El gallego quiere quitarse el cartel de ‘en funciones’. Son tiempos de negociaciones, de reservados en restaurantes, de wasaps furtivos. Así se hace la política en España. Y ahí se desenvuelve el PP como pez en el agua.

El Partido Popular lleva en su ideario como marcado a fuego la unidad de España. Su discurso público tiene un claro mensaje antinacionalista. Es lo que tiene ser un partido fundado por ministros de Franco, que los carteles de «una, grande y libre» ya estaban en los despachos antes de que ellos llegaran. Y eso, como la comunión, imprime carácter. La «desconexión» catalana ha sido un asunto recurrente durante las elecciones y durante muchos meses antes. El PP ha jugado sabiamente a la polarización y ha colocado estratégicamente el mensaje que les identifica a ellos como los únicos guardianes del país ante una horda de iracundos independentistas. Ante la tradicional tibieza del PSOE en estos menesteres, el PP ha ganado muchos adeptos y ha incubado a muchos nacionalistas.

La irrupción de Podemos y su idea de un referéndum aportó savia nueva al debate pero no supuso una fractura de los dos bandos ya identificados. El PP les alineó rápidamente con los salvajes. El PSOE, que seguía entre dos aguas nadó hacia la orilla derecha y se sumó al linchamiento. La estrategia de Pedro Sánchez ha mantenido un marcado carácter unitarista en un claro intento de diferenciarse en algo a de los de Pablo Iglesias. Y ese ha sido un error del que se acordarán mucho tiempo, como el de Podemos ha sido creer que por plantear una consulta tenía las simpatías de los nacionalistas.

En la legislatura fallida de hace unos meses los barones socialistas impusieron a Sánchez varias condiciones para negociar su posible investidura que en la práctica impedían el acuerdo con Podemos. La más sorprendente fue la prohibición expresa de pactar con nacionalistas. Un veto apoyado incluso por Felipe González, que fue presidente gracias a vascos y catalanes, cuyo único sentido era que sin los votos nacionalistas el acuerdo entre PSOE, Podemos e IU no tenía mayoría. O lo que es lo mismo, Sánchez pudo ser presidente del Gobierno si hubiera hecho exactamente lo mismo que han hecho todos en su misma situación pero que a él le prohibieron: llamar a los nacionalistas. Por cierto, España tendría ahora un vicepresidente con coleta.

Podemos, por su parte, siempre ha confiado o dicho confiar en poder sumar apoyos en los bandos nacionalistas. La etiqueta de aliado que le puso el PP ayudó a que esa idea cuajara en el imaginario político peninsular. Así de pizpireta llegó a sus nuevos escaños la formación morada hace unos días. Presentó a Xavier Domènech (líder de la confluencia catalana de Podemos) como candidato a presidente del Congreso pensando que podría sumar los apoyos de los partidos nacionalistas para ganar al candidato del PSOE y pasar a la segunda vuelta contra la candidata del PP Ana Pastor. En esa segunda votación forzarían al PSOE a votar a favor de Domènech y Podemos presidiría el Congreso. ¿Qué falló? Que los nacionalistas catalanes presentaron por sorpresa su propio candidato aún siendo consciente de la imposibilidad de su victoria. Ana Pastor es hoy la presidenta del Congreso.

La semana pasada hubo otra votación, la de la composición de la mesa del congreso. Es un órgano importante porque regula el funcionamiento de la cámara y por lo tanto concita un gran interés estratégico. Aquí gana el que consigue el control de la mayoría de la mesa. Y una vez más fue el PP. El sistema de votación es complejo y aburrido además de secreto, pero basta con decir que los populares lograron el apoyo lógico de Ciudadanos y de 10 votos anónimos más cuya autoría rechaza todo el mundo. 10 votos anónimos imprescindibles para lograr la última silla, controlar la mesa y dejar fuera a Podemos.

El debate sobre la procedencia de los 10 votos ha sido un yermo vodevil en el que el PP agradece a los nacionalistas y éstos se rasgan las vestiduras. Pero por muy secretos que sean los votos, dejan rastro. A nadie se le escapa al revisar la prensa que el Partido Nacionalista Vasco ha entrado en la mesa del Senado dejando fuera una vez más a Podemos con el apoyo del PP. A su vez y salvo sorpresa, el PP permitirá a Convergencia tener grupo parlamentario propio en el Congreso haciendo una interpretación libérrima de la normativa. El Gobierno, del PP, también ha liberado nuevas partidas de financiación para la Generalitat catalana, de Convergencia, y ésta se ha comprometido a retrasar la cacareada «desconexión» del resto de España. Demasiadas coincidencias, que probablemente mutarán de sospechas a realidad el día de la investidura, cuando Rajoy sea proclamado presidente tal y como mandan las tradiciones hispanas: con la muleta de los nacionalistas.

A fin de cuentas, nadie en su sano juicio mataría a la gallina de los huevos de oro ‘solo’ por principios. En eso no hay nada más parecido a un nacionalista de derechas catalán o vasco que un nacionalista de derechas español: cuando oyen patria tienden a pensar en Suiza o Andorra. Si Iglesias o Sánchez tuvieran un asesor como los que tenía Bill Clinton habrían leído en la pared de sus despachos la frase que mejor resume la política española contemporánea: «Son los nacionalistas, estúpido».

Alfonso F. Reca