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Asesinados con los que llevaban puesto

Por: Vivian Lavin Almazán | Publicado: 29.09.2016
Asesinados con los que llevaban puesto parade |
«Septiembre no es solo chicha y empanada, ni cumbia ni terremoto, es también la muerte que nos ronda y se nos aparece de maneras imprevistas, en tierras extrañas, en idiomas diferentes», escribe la periodista a raíz de la obra Parade.

“No entiendo cómo en este país celebran una derrota”, dice Joshua Finkel, el actor que representa a Leo M. Frank en la obra de teatro musical llamada Parade. Es el Día de los Caídos y la población de Atlanta está en las calles, en medio de un gran festejo, un gran desfile, como se traduce la palabra Parade al castellano, en el que todos llevan una bandera que recuerda a los Estados Confederados de América y la derrota de sus soldados frente a la Unión, a mediados del siglo XIX.

Es 1913 y el gerente de la fábrica, Leo M. Frank, está en su oficina más preocupado de pagar los salarios que de la algarabía exterior. Hasta allí llega Mary Phagon, la menor de 12 años, a recibir un dólar y unos cuantos centavos por la semana de trabajo en la fábrica en la que él lleva la contabilidad. Míster Frank hace un pequeño chiste que la niña no entiende. Al día, será él quien no entenderá cuando la policía lo vaya a buscar  a su casa, como uno de los sospechosos de violar y asesinar a la pequeña Mary Phagan. A partir de entonces, Míster Frank enfrentaría un juicio en el que sería, después de un año, declarado culpable y sentenciado a la horca. Las contundentes pruebas de las compañeras trabajadoras tan infantiles como Mary, su ama de casa y tantos otros que aparecieron vociferando en su contra en la prensa de la época, hacían imposible que el pueblo de Georgia aceptara otra versión.

Parade está basada en el guion escrito por Alfred Uhry y que Jason Robert Brown tradujo al lenguaje musical junto a Harold Prince, por cuyo trabajo obtuvieron luego de su estreno, nada menos que un Premio Tony, el más importante de la industria musical en Estados Unidos. Una historia triste y tan verídica, como que el cuerpo de Leo M. Frank fue colgado desde un árbol donde fue sacrificado por un grupo de fanáticos que no se resignaron a que su sentencia de muerte fuera revisada e hicieron justicia por su propia mano, y sigue colgado hasta hoy, en internet, donde la perturbadora fotografía de su humanidad pendiendo desde una rama, aparece con extrema rapidez a 103 años de los hechos.

¡Dios bendiga las altas cumbres rojas de Georgia…!, rezan los primeros versos de la canción que abre este musical que fue presentado durante el mes de septiembre en el Centro para las Artes de la ciudad de Thousand Oaks, California, cuando un soldado recuerda su partida a la Guerra Civil y la añoranza por su tierra y su gente. Junto a él, un elenco de 30 artistas recrearon esos agitados días en que los ciudadanos de Georgia se ensañaron con un judío en lugar de buscar la verdad que lo exculpaba, como quedó demostrado años más tarde, cuando ya la muerte de Leo M. Frank había saciado la sed de venganza de esta Fuenteovejuna americana.

Una historia que podría sonar tan distante como ese siglo que nos separa de ella, pero que, sin embargo, resulta estremecedoramente actual y próxima. Un hecho histórico que la cultura estadounidense supo rescatar paras las futuras generaciones a través de destacados escritores y artistas convirtiéndolo en un relato inmortal traducido al invencible idioma de la cultura y del arte, en el que el público se estremece y sale agradecido por incorporarlo a su propio relato nacional.

Una historia que conmueve al público y también al elenco que participó en su puesta en escena durante septiembre, un mes particular para quien ha nacido en Chile, como es el caso de la joven actriz Bernardita Nassar. Estremecedora y real, como cuando los verdugos sacan a Leo M. Frank, en mitad de la noche y con escasa ropa encima, desde la cárcel de la que él pensaba saldría prontamente, y le espetan la frase de que no necesitaría nada más para el lugar donde lo llevaban. Una frase que de manera fatídica sería repetida 60 años más tarde por las fuerzas represivas de la dictadura militar chilena, cuando la noche del 8 de septiembre de 1986, se llevaron en las mismas circunstancias al periodista Pepe Carrasco, desde su departamento en el Barrio Bellavista. El profesional sería encontrado al día siguiente casi desnudo y con 44 impactos de bala en su cuerpo. Era una de las tantas víctimas de la vendetta del dictador en contra de sus detractores, una manera de hacerlos temblar ante la idea de volver atentar en contra de su vida.

Porque septiembre no es solo chicha y empanada, ni cumbia ni terremoto, es también la muerte que nos ronda y se nos aparece de maneras imprevistas, en tierras extrañas, en idiomas diferentes, con personajes de otras épocas que nos recuerdan a nuestros propios caídos de otros tiempos pero que adolecen de la misma intolerancia y discriminación universal de la que hoy hacemos gala.

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