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¿Por qué los estereotipos de género y belleza son un tipo de violencia contra las mujeres?

Por: Francisca Quiroga | Publicado: 06.12.2018
¿Por qué los estereotipos de género y belleza son un tipo de violencia contra las mujeres? 28872009_599150493766730_1141823536160015804_n | Foto: La Rebelión del Cuerpo.
La industria del marketing y la publicidad ha sido la que dicta los contenidos que reproducirán los medios de comunicación masiva, al ser la representante de quienes mueven altas cifras de dinero y, por lo tanto, de quienes tienen el poder. Se nos olvida, constantemente, que la relación entre publicidad y libertad de expresión no es tan democrática como el consumo defiende sino que reside en el juicio de los propietarios de medios de comunicación y agencias de publicidad (quienes, muchas veces, privilegian sus intereses económicos por sobre su rol social).

Es difícil imaginar en qué momento nacieron los cánones o estereotipos de belleza y género. Probablemente no se trate de un momento único sino de un proceso gradual, en el cual los estereotipos mismos variaron junto al establecimiento de sociedades patriarcales. Lo que sí tenemos más claro es que, en el contexto actual de la ubicua comunicación de masas, el principal blanco de estos conjuntos de características socialmente aceptadas, deseadas y exigidas somos nosotras: las mujeres.

En la actualidad, los medios de comunicación masiva juegan un rol esencial ya que se han transformado en el agente socializador más importante. Como su definición lo indica, tratan de un único emisor, quien en este caso dicta y define cómo deben ser las mujeres- , con un receptor masivo, heterogéneo y anónimo. Pese a la supuesta democratización traída por Internet y las redes sociales, la prensa escrita, la radio, la televisión, el cine, Internet, son los principales productores y reproductores de opinión pública y sentido común, construyendo realidades a través de imágenes y discursos. La lógica es sencilla: si las palabras y las imágenes construyen sentido común, sólo existe lo que se muestra y lo que se nombra (lo demás, obviamente, no existe). Veamos algunos ejemplos: basta con encender el televisor o navegar en Internet y observar por unos minutos su contenido: la mayoría de la publicidad es protagonizada por mujeres, en donde son utilizadas como objetos para persuadir a sujetos – usualmente hombres – a consumir determinado producto o servicio. A la inversa, mujeres son también utilizadas para persuadir a otras mujeres a consumir determinado producto o servicio para ser deseadas y aceptadas. Posteriormente, al estar inmersos en esta dinámica, reproducimos lo que vemos en nuestras conversaciones cotidianas. Así, niñas, niños y adolescentes acceden, sin demasiado filtro, a una serie de contenidos que por su sola exposición pueden jugar un papel formativo en sus vidas.

La industria del marketing y la publicidad ha sido la que dicta los contenidos que reproducirán los medios de comunicación masiva, al ser la representante de quienes mueven altas cifras de dinero y, por lo tanto, de quienes tienen el poder. Se nos olvida, constantemente, que la relación entre publicidad y libertad de expresión no es tan democrática como el consumo defiende sino que reside en el juicio de los propietarios de medios de comunicación y agencias de publicidad (quienes, muchas veces, privilegian sus intereses económicos por sobre su rol social). Entonces, ¿cuál es el estereotipo de mujeres que nos presentan? Una que se destaca por su cuerpo joven, bello, delgado, de piel uniforme y tersa, senos firmes, cintura pequeña, caderas contorneadas, extremidades largas y tonificadas y sin defectos físicos como cicatrices o marcas y, por supuesto, heterosexual y obediente, que basa su valor personal, su éxito y su felicidad en alcanzar o no este parámetro de belleza.

Los estereotipos de género, entonces, son también estereotipos de belleza: por lo tanto, son un tipo de relación de poder ya que si estamos considerando que existe algo o alguien “ideal” o deseado, es porque igualmente hay un algo o alguien que no lo es, estableciendo un tipo de nivel de medición donde hay mujeres que “calzan más” y otras que “calzan menos”. Así, el resultado es un sistema económico y simbólico que lucra promoviendo nuestra inseguridad.
El sociólogo francés Pierre Bourdieu acuñó el concepto de “violencia simbólica” para describir una relación social donde existe un “dominador” que ejerce un modo de violencia indirecta y no física en contra de los “dominados”. Esta relación de poder ‘unidireccional’ – como la que mencionamos en el párrafo anterior – no es evidente; por lo que es ‘naturalizada’, obviada. Según Bourdieu, se desarrolla una relación de fuerza original que se hace legítima cuando el dominador y los dominados la entienden como algo compartido, por lo que la siguen reproduciendo porque comparten sus significados, los cuales son normalizados en conductas que persisten a través de generaciones.

Estas conductas normalizadas y naturalizadas componen un conjunto de microagresiones, definidas por XXXXX como “intercambios breves y cotidianos, en el que se envían mensajes denigrantes a ciertos individuos, debido a su pertenencia grupal”. Ejemplos podemos encontrar en los bien intencionados “piropos”, en donde la relativa “poca importancia” o “carácter cultural” de este tipo de microagresión es un reflejo de la normalización típica de la violencia simbólica. Al respecto, el psicólogo argentino Luis Bonino sostiene que las microagresiones son “prácticas de dominación y violencia masculina en la vida cotidiana”. De esta manera, las microagresiones son formas de presión de baja intensidad o sutiles, microviolencias que buscan mantener lo masculino en una posición de dominio y poder, atrapando a las mujeres (y a lo femenino) en un tácito contrato.

Volviendo a la pregunta que titula este artículo, ¿cuáles serían las razones que nos hacen considerar la perpetuación de estos estereotipos de belleza y género como una forma de violencia?

Razón 1: Consideramos que dichos estereotipos son violencia simbólica ya que presentan e imponen un único modelo de cómo debe ser una mujer, invisibilizando la diversidad de identidades, cuerpos, gustos y elecciones que representan y hacen valiosas a todas las mujeres.

Razón 2: Este estereotipo único destaca la apariencia física como único valor de una mujer, posicionándola según cuán alejada o cercana esté de este ideal de belleza y dejando de lado otros aspectos más relevantes. Esto tiene una doble consecuencia: por una parte cualquier otro tipo de características o cualidades de la mujer son subordinadas a una belleza que debe seguir un canon principalmente comercial, y por otro lado dichos mecanismos actúan directamente y cada vez más en la formación de niñas y adolescentes que buscarán cumplir dichas expectativas y restarán atención de otros aspectos de sus vidas.

Razón 3: Del punto anterior se desprende una situación preocupante, ya que está comprobado y respaldado por cifras serias que los estereotipos creados por los medios de comunicación masiva afectan de forma negativa la percepción y construcción de la mujer, sobre sí misma y sobre sus pares (hijas, hermanas y compañeras incluidas), atentando contra la autoestima y salud mental de éstas y lucrando con su inseguridad, a través del consumo de productos o servicios para “verse mejor”, “estar flaca”, cumplir sus deberes de esposa o madre, y un lamentable etcétera. La gran mayoría las mujeres piensa que la publicidad afecta la construcción de la identidad femenina; imponiendo cuerpos poco reales, valorando el exitismo de cierto tipo de belleza, incluso haciéndonos sentir que por ser diferentes, seremos menos queridas, posicionando el aspecto físico como la característica más importante de una mujer y que por lo tanto influye directamente sobre su seguridad personal, pero como apuntaba Bourdieu, ello no impide que sean parte de dicha normalización. Una cifra escalofriante y que por desgracia no nos sorprende es que el 61% de las mujeres declara haberse sentido ‘avergonzada’ de su cuerpo durante la última semana (LRC). No es el único dato: recopilando información seria, sabemos que las mujeres pasan alrededor de 3,6 horas diarias pensando en su cuerpo.

Los hombres sólo 1,8 horas diarias (LRC); el 85% de las mujeres declara haber evitado alguna vez visitar lugares, dar su opinión, o realizar actividades que disfruta porque no le gustan cómo se ve o cómo se siente con su apariencia física (LRC); tres de cada 10 mujeres señala que su apariencia física es la principal fuente de preocupación en su vida diaria (LRC); los trastornos de la conducta alimentaria como la tercera enfermedad crónica más común entre adolescentes (después de la obesidad y el asma) (Anuario de Estadísticas Vitales, Ministerio de Salud, 2013), el 71% del total de consultas por salud mental en el sistema de salud público tienen a mujeres como pacientes (Departamento de Estadísticas e Información en Salud, Ministerio de Salud, 2014).
Razón 4: Debido a que este tipo de violencia atenta contra la seguridad de las mujeres y está presente de forma continua e ineludible en el contexto actual de “estar siempre conectados”, afectando especialmente a las niñas y jóvenes, quienes son un grupo particularmente vulnerable, se crea un problema social ya que reduce el potencial, las capacidades, talentos y aspiraciones de éstas, construyendo las bases que sustentan la desigualdad de género estructural. En palabras de Naomi Wolf: “Las mujeres somos cotidianamente objetivizadas lo que nos lleva a aprender desigualdad todos los días” (Naomi Wolf, en “El mito de la belleza”).

¿Qué hacer? Nuestra apuesta es reivindicar la autoestima como capital político y, así, desestabilizar las bases socioemocionales de la desigualdad de género estructural. La urgencia de los cambios necesarios es evidente. Las cifras mencionadas son la consecuencia de décadas de influencia de los estereotipos comerciales sobre varias generaciones de mujeres. Todas hoy sabemos que las niñas y jóvenes de hoy necesitan una sociedad distinta que comience a gestarse ahora mismo.

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