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¿Mérito o privilegio?

Por: Francisca Quiroga | Publicado: 24.01.2019
¿Mérito o privilegio? educacion | / Agencia Uno
¿Es verdaderamente meritorio obtener un determinado resultado cuando las condiciones iniciales -tanto materiales como afectivas- no son las mismas para todos? ¿Puede una persona arrogarse mérito por un factor tan azaroso como es nacer con un mayor nivel de inteligencia en el plano académico? Si todo lo anterior es pasado por alto, ¿es posible hablar de justicia cuando claramente hay un significativo número de niños y niñas que quedan abandonados a su suerte? Y mucho más importante aún, ¿depende el acceso a una educación de calidad -derecho humano básico y consagrado constitucionalmente- de la noción del mérito? ¿Desde cuando los derechos “se merecen”?

Una forma de valorar el mérito y esfuerzo de los estudiantes, la devolución a los padres del derecho a elegir la educación de sus hijos, una manera voluntaria de aportar a la calidad de la educación, una iniciativa que provee libertad para el desarrollo de proyectos educativos. Entre estas y otras afirmaciones se ha intentado defender el controvertido proyecto Admisión Justa, el cual con fecha 10 de enero del presente año ingresó a la Cámara de Diputados vía mensaje del presidente Sebastián Piñera con la pretensión de que el mencionado proyecto perfeccione el sistema de admisión escolar por el camino que el propio encabezado del Mensaje Nº 362 – 366 señala: “incorporando criterios de mérito y justicia”.

Con estas consideraciones en mente, sin dudas cabe preguntarse qué está entendiendo el gobierno y quienes apoyan este proyecto por criterios de mérito y justicia. ¿Es verdaderamente meritorio obtener un determinado resultado cuando las condiciones iniciales -tanto materiales como afectivas- no son las mismas para todos? ¿Puede una persona arrogarse mérito por un factor tan azaroso como es nacer con un mayor nivel de inteligencia en el plano académico? Si todo lo anterior es pasado por alto, ¿es posible hablar de justicia cuando claramente hay un significativo número de niños y niñas que quedan abandonados a su suerte? Y mucho más importante aún, ¿depende el acceso a una educación de calidad -derecho humano básico y consagrado constitucionalmente- de la noción del mérito? ¿Desde cuando los derechos “se merecen”?

Si uno quisiera esbozar un apoyo a la idea de que el mérito y el esfuerzo podrían ser ideas plausibles a fin de constituir un sistema justo, podría recurrirse al filósofo David Miller, quien entiende a la meritocracia como la idea de una sociedad en la cual la posibilidad de que cada persona adquiera una posición aventajada y las recompensas que ésta trae aparejada dependen completamente de su talento y esfuerzo, identificando al merecimiento como un principio de justicia social fundamental. No obstante, y reconociendo que las desigualdades entre las personas siempre permanecerán, es tarea de las instituciones sociales el asegurar que las posiciones más favorecidas se encuentren en tal posición en base al mérito individual y no a factores morales arbitrarios como son la raza o el género.

Pero el concepto anteriormente expuesto es -a mí parecer- bastante insuficiente y deja más cabos sueltos que respuestas concretas. Bien decía Amartya Sen en su artículo “Merit and Justice” que, de todas las virtudes posibles de la meritocracia, la claridad no es una de ellas. La construcción de un sistema meritocrático como la aparente panacea a las desigualdades sociales se presenta como un absurdo y una idea que se contradice en sus propios términos. En el caso particular, una iniciativa legal cuya concepción de admisión al sistema educativo se sustenta en la base del resultado que un alumno logra conseguir soslayando por completo los factores socioeconómicos, las capacidades distintas de aprendizaje, el hecho de que simplemente existen personas más talentosas que otras en ciertos ámbitos, está completamente condenado al fracaso y bajo ningún motivo podría calificarse como realmente justo. En contraposición a sus objetivos, el reconocimiento y premio a quienes por azar, talento o privilegio logran hacerse paso frente a sus pares no solo es moralmente injusto, sino que crea una sociedad de ganadores v/s perdedores: triunfador aquel que sale adelante por los medios que tiene a su alrededor y talentos que inmerecidamente tiene, perdedor aquel que tiene todo en su contra y no puede cumplir con los estándares que el sistema le impone.

Para concluir, un ejemplo ilustrador del filósofo político Michael Sandel: se tiene a dos constructores. El primero, muy fuerte, vigoroso y rápido, puede realizar una tarea consistente en derribar 5 muros en 1 día. El otro, débil, un poco más lento, pero con mucho esfuerzo al emplear su encomienda, demora 3. Los defensores de la meritocracia en este sentido, ¿premiarían con mayor entusiasmo al constructor que demora 1 día sin mayor esfuerzo o al constructor que demora 3 con todas sus fuerzas y empeño en lograr la tarea? Quienes defienden un sistema basado en el mérito, más bien defienden un sistema basado en la contribución. La justicia distributiva no puede basarse en el merecimiento moral y menos en el aporte que realiza una persona. Los factores naturales no podemos catalogarlos estrictamente como justos o injustos, pero sí podemos juzgar el cómo las instituciones regulan tales elementos a fin de no provocar una acumulación de riquezas, una dominación política o cualquier circunstancia que vaya en desmedro de los más desfavorecidos.

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