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Crónica de un encuentro feminista en Ngulumapu: Rodeada de mujeres que luchan

Por: Valentina Camilla Araya | Publicado: 20.02.2019
Crónica de un encuentro feminista en Ngulumapu: Rodeada de mujeres que luchan refresco | Collages: Valentina Camilla
Históricamente, el encuentro entre mujeres ha dado pie a los momentos revolucionarios más importantes de la humanidad. Sin embargo, la historia oficial masculinizada no ha considerado la relevancia de aquellos espacios que han puesto fin a injusticias irracionales e inicios a nuevas conquistas. La asamblea plurinacional de mujeres que luchan, realizada el fin de semana pasado en el Ngulumapu, da cuenta de la fuerza y la energía que inunda a las mujeres para el próximo 8 de marzo.

Viernes en la noche, el primero desde hace mucho tiempo que no contempla planes de tomar cervezas con los amigos o dormir en mi cama porque estoy cansada. El pasado viernes 15 de febrero, tuve el privilegio de viajar en un bus solo con mujeres, escuchando voces dulces, agudas y graves que aunque escuchara por primera vez me resultaban familiares, porque las palabras de lucha que resonaban en el bus me recordaban que nada malo habría de pasar estando todas juntas.

Nada malo ha de pasar si estamos juntas luchando por lo mismo: nuestra libertad, el fin de la precarización de nuestras vidas, el derecho a decidir por sobre nuestros cuerpos. Incluso el miedo de desconocer a tu acompañante de asiento desapareció: estar rodeada de mujeres es recordar que aquello es un espacio seguro, tan seguro como el hogar, aunque estés lejos de él.

De a poco, con la reserva respectiva, entre todas nos íbamos revelando quienes éramos y qué cosas nos interesaban, desde lo cargado que nos gusta el café hasta las formas en que el patriarcado daña nuestra integridad como mujeres en nuestros territorios. Las conversaciones no podrían ir en otro tono si vamos viajando juntas a la asamblea plurinacional de mujeres que luchan en Temuco, para preparar la huelga general feminista del próximo 8 de marzo.

Mientras el bus avanza con luces apagadas resuenan las voces femeninas relatando la precarización de las trabajadoras del Transantiago, que no tienen baño, que deben dejar el bus «botado» a la altura de Santa Lucía para pasar a usar los de la Biblioteca Nacional, que a veces debían soportar cuatro horas sin poder parar a estirar las piernas. Se escuchaban relatos de mujeres contando lo que otras les habían contado, que tampoco cuentan con espacios de recreación en esas salas llenas de cubículos en donde suenan teléfonos todo el día, cuando reciben cientos de llamadas de personas enojadas porque no les funciona el Internet en sus casas.

No tuve la necesidad de escuchar música para quedarme dormida, porque el hecho de quedarme pensando en las formas en que esos ojos presenciaban la violencia, me hizo imaginar que al estar todas reunidas podríamos contribuir a un cambio y así dormir todas tranquilas, algún día.

Sábado en la mañana, el frío de un día nublado de verano en el Ngulumapu -la tierra mapuche del oeste-  traspasa la ventana, me saca del sueño profundo -al igual que la primera vez que escuché la palabra feminismo- recordé que las hostilidades del clima son otra de las cosas que nos endurecen la piel durante nuestras vidas. Las precariedades de los territorios que no son Santiago de Chile nos han endurecido la piel.

Al bajarme del bus me sorprendo al ver a tantas mujeres, niños, niñas y muchos perros felices de recibir a tantas desconocidas, desconocidas que serían sus amigas por un fin de semana, perros que estaban replicando la calidez que desplegaríamos entre nosotras: ser sinceras, demostrar cariño y abrir nuestros corazones a las diferencias y semejanzas entre cruces políticos, ideales, expectativas, contradicciones entre privilegios y discusiones que pretendían llegar a formas de un bienestar común.

El día recién comenzaba y no sabía que muchos baldes de agua fría imaginaria que caerían sobre mí al recordar que una nunca sufre como las que sufren de verdad.

Collage: César H. Navarro

La invitación de las primeras miradas

Una compañera me ofrece un mate, lo acepto de inmediato y me abriga hasta el corazón. En medio del ajetreo de estar recién acomodándonos en la sala que nos tendría horas conversando y discutiendo nuestros futuros acuerdos, se empiezan a escuchar más sólidas las voces que van agarrando confianza.

Lo primero que hicimos para conocernos un poco fue rellenar las horas de un reloj con los nombres de distintas compañeras. Para eso debíamos pedirnos una cita «compañera, ¿quiere tener una cita conmigo?» «-Sí, puedo a las 15:00» y marcábamos nuestros nombres mutuamente a la hora acordada en las hojas de papel guardadas entre carpetas moradas que tenían el programa que nos indicaba los momentos en que debíamos conversar, discutir, almorzar y seguir conversando.

Luego llegó el momento de concretar las citas. Uno de los niños que acompañaba a su madre fue el encargado de indicarnos los números para así reunirnos y conversar sobre quiénes éramos, de dónde veníamos y por qué luchábamos. Las dudas saltaban al vernos tan distintas, tan convencidas y tan entusiasmadas con la energía que inundaba la sala Alex Lemún, bautizada con este nombre por el joven comunero mapuche asesinado en manos de carabineros el 2002, en medio de un acto de recuperación de los territorios en el fundo Santa Elisa, perteneciente a la empresa Forestal Mininco, una de las principales responsables del extractivismo en la región.

La energía del lugar no era indiferente para nadie. Entre esas paredes el pueblo mapuche despidió a Matías Catrileo, las tristezas de la historia que pesan y no pasan.

Luego de terminar nuestras citas, pasamos a escuchar lo que cada mujer que viajó kilómetros para llegar hasta ahí tenía para decir: compañeras de Coquimbo relataron los problemas habitacionales y la marginación que traía el no poder optar a un hogar por ser pobres. Mujeres de Huasco comentaban que en el lugar de donde venían el feminismo aún no se aprecia y que estaban felices de escuchar a otras compañeras relatar sus luchas. Protectoras del agua en Paine explicaban lo que el extractivismo y la agricultura indiscriminada de paltas estaba generando al territorio, mientras mujeres de Puerto Montt relataban su lucha contra las salmoneras y la corrupción que había inundado la zona por los intereses de unos pocos hombres.

Entre los relatos se escuchó con frecuencia el argumento de que las ciudades eran machistas, también se repetía la preocupación de vivir en lugares con altos índices de femicidios y violencia. Otras palabras frecuentes fueron los agradecimientos. Agradecimientos por estar reunidas, por escuchar lo que la otra tenía para decir  y gracias por ser ejemplos de lucha. La primera parte de la mañana se fue mientras reconocíamos las luchas de cada una y en los agradecimientos porque estuviéramos reunidas en Temuco, una ciudad que vive la excesiva violencia por parte de las fuerzas represivas sólo por exigir lo justo y por no guardar silencio ante la autoridad y ante el expropiador.

Collage: Valentina Camilla

Matices, subjetividades y armonías

El sábado siguió su curso dándome permiso para ser observadora de un momento histórico. Era el 2019 y cerca de 80 mujeres estaban relatando las próximas acciones para el 8 de marzo que se acerca.

Si alguna decía «8 de marzo» o «la huelga» pasaba algo especial. Se escuchaban risas de alegría, algunas un tanto ansiosas, voces preocupadas recordando las tareas pendientes y comentarios sobre la esperanza que trae consigo una huelga, la esperanza que podrá entregarle a miles de mujeres en el mundo el saber que otras miles de mujeres más están buscándolas para que se sumen, como pueda, cuando puedan, pero que están ahí, pensando en ellas, pensando en las otras, en todas las que quieren el fin de la violencia.

Pasa el día y el cansancio se siente pero las voces no dejan de sonar fuerte. Nadie dijo que sería fácil llegar a acuerdos entre tanta diversidad y cruces de vivencias, pero eso mismo es lo que enriquece la vida y es lo que ha sido característico del resurgimiento de las organizaciones feministas en Chile.

Estamos acortando la distancia política que nos tuvo separadas durante mucho tiempo. Estamos reuniéndonos de nuevo después de que la dictadura de Pinochet destrozara los espacios de organización y persiguiera a las mujeres precursoras de las múltiples luchas que se dieron en el país contra la violencia desmedida hacia los cuerpos y el trauma posterior que le dejó a todo el país.

A ratos, siento que entendemos que nuestras diferencias nos unen, lo veo cuando revolvemos el mate, cuando hacemos correr la comida por toda la sala, cuando nos ofrecemos crema para hidratarnos o un abrazo para agradecer. También lo confirmo cuando las diferencias irrumpen en el espacio y surgen discusiones.

Entre conversaciones que escucho en silencio mientras recorro el centro Pelontuwe, atiendo la urgencia de las compañeras por descentralizar el feminismo, pensando en estrategias para acercarlo más y más a todas las mujeres que las rodean, a las que no están convencidas, a las que aun no se pegan el chapuzón en esa piscina de aguas moradas.

Es casi angustiante porque las inquietudes se escuchan formuladas con tanta necesidad que dan ganas que ocurran inmediatamente, que el fin del patriarcado pase después del último pestañeo, pero sabemos que la historia se ha encargado de hacernos todo más difícil por ser mujeres, ya que históricamente hemos tenido que luchar por nuestros derechos que siempre nos han arrebatado para mantener «el orden».

Collage: Valentina Camilla

¡La huelga general feminista va!

Las palabras marcan, por lo mismo es importante la necesidad de recordar y repetir durante todo el fin de semana algunas: histórica, huelga, victoria y derechos. Muchas de las frases que resonaban en el aire tenían alguna de ellas, resguardadas de fortalezas y buenos deseos.

El vernos tan poco durante el año y en nuestras vidas hace que falte tiempo para llevar a puerto todas las ideas que surgen e inquietan, pero hay algo que es indiscutible: el 8 de marzo es todo o todo. Ganar o ganar.

El domingo en la tarde me invade la sensación de que cada vez que nos reunimos entre mujeres es una especie de huelga. Parece ser huelga porque detenemos el mundo para escucharnos y complementar las emociones que estamos «sentipensando» para aterrizarlas a acciones concretas, urgentes y necesarias.

Este primer 8 de marzo marcado por el llamado a huelga será un día histórico para todas las mujeres en Chile, incluso para las que no puedan estar ahí, in situ, junto a las demás compañeras en la marcha o en la huelga, ya que no permitiremos que en un próximo 8 de marzo no estemos todas.

Este primer 8M huelguista en pleno siglo XXI será el gran paso para que no queden dudas de que sin las mujeres es insostenible concebir el mundo, el sistema y la vida.

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