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Venezuela, una guerra que no da tregua

Por: Rodolfo Fortunatti | Publicado: 17.03.2019
Venezuela, una guerra que no da tregua venezuela |
La razón de fondo está en la guerra, que no da tregua al gobierno ni al pueblo venezolanos. La guerra, que emplea todos los recursos, también la información, para conquistar, acumular y conservar el poder: instrumentalizando la ayuda humanitaria con fines políticos, promoviendo la sedición y cosechando la deserción, quemando camiones, induciendo la asfixia económica, generando escasez de productos de primera necesidado provocando cortes del suministro de electricidad con sus nocivos efectos sobre el funcionamiento de los servicios de agua potable, gas, transportes y actividades productivas y educativas del país.

El video mostraba con nitidez la forma en que los guarimberos ―piqueteros en Argentina; encapuchados en Chile— quemaban un camión con mercancías en la frontera de Colombia y Venezuela. Las imágenes dieron la vuelta al mundo el mismo día que ocurrieron los hechos, el 23 de febrero. Y aunque resultaban por sí mismas elocuentes, fueron desacreditadas por la oposición venezolana, Estados Unidos, la OEA y el Grupo de Lima, que las encasillaron como una manifestación más de la propaganda chavista.

Hace algunos días The New York Times volvió a difundirlas bajo el epígrafe ¿Quién fue responsable del incendio de la ayuda humanitaria para Venezuela? Esta vez, sin embargo, la noticia cobró credibilidad.

¿Por qué la negación, omisión o distorsión de la información? ¿Por qué las suspicacias acerca de la verosimilitud de la noticia?

La razón de fondo está en la guerra, que no da tregua al gobierno ni al pueblo venezolanos. La guerra, que emplea todos los recursos, también la información, para conquistar, acumular y conservar el poder: instrumentalizando la ayuda humanitaria con fines políticos, promoviendo la sedición y cosechando la deserción, quemando camiones, induciendo la asfixia económica, generando escasez de productos de primera necesidado provocando cortes del suministro de electricidad con sus nocivos efectos sobre el funcionamiento de los servicios de agua potable, gas, transportes y actividades productivas y educativas del país.

Es otro tipo de guerra, una sin precedentes en el continente americano, pero declarada y conducida por «los americanos». Se trata de una conflagración que supera la lógica de las hostilidades convencionales y que no encuentra explicación satisfactoria en las teorías de las comunicaciones y de la globalización. Es una guerra híbrida, concepto de las ciencias militares acuñado el año 2005 por los estadounidenses James N. Mattis y Frank Hoffman y descrita en sus detalles en La guerra del futuro: el ascenso de las guerras híbridas.

Una confrontación híbrida es aquella que combina fuerzas movilizadas, medios tecnológicos y objetivos de lucha de distinta naturaleza. La invasión no se inicia cuando el ejército regular del país conquistador ha cruzado las fronteras del país que pretende ocupar. La invasión está ocurriendo dentro de las fronteras del Estado víctima, sea por la presencia de un ejército irregular, como podrían serlo tropas paramilitares o guerrilleros; sea por la movilización social y política activa de grupos herodianos funcionales a la agresión externa contra el gobierno que se busca deponer; sea minando por dentro la legitimidad de las instituciones, erosionando la gobernabilidad y perturbando la estabilidad política interna; sea por el embargo ilegítimo de los bienes y activos financieros en el exterior del país sitiado; o sea por sabotajes cibernéticos sistemáticos a sus fuentes generadoras de energía y a sus sistemas de comunicaciones. Kalev Leetaru, académico y columnista de Forbes, ha apuntado esta semana a la probable autoría de Estados Unidos en el apagón de cinco días que afectó a Venezuela, dada la obsoleta y, por ello, insegura infraestructura de servicios públicos que presenta el país.

La lucha se libra en todos los planos. Moviliza a grupos de países proclives a la invasión pero que, en la fase preliminar, se muestran cuidadosos de no prestar apoyo explícito a la incursión militar. Emplea los recursos diplomáticos e institucionales en los foros, organismos y agencias internacionales. Y, desde luego, pone en sintonía la intervención en curso con la función persuasiva que deben desempeñar los grandes complejos de la información, en especial, los vinculados a la Internet y a la telefonía. Aquí, lo realmente importante no es la fidelidad del mensaje a la realidad, sino generar una percepción tan censurable del adversario y de sus aliados que los inhiba de perseverar en sus propósitos. Así, lo que es verosímil, no obstante su obviedad, se torna inverosímil, sospechoso, dudoso y oscuro, como la quema del camión atribuida al gobierno de Maduro.

El Líbano, Irak, Afganistán, Siria y Libia constituyen casos recientes de guerras híbridas protagonizadas por Estados Unidos. En cambio, Giorgia, Crimea y Ucranía —donde el año 2015 se registró el primer ciberataque a una compañía eléctrica— son ejemplos nítidos de conflictos de esta índole ocasionados por Rusia. La que tiene lugar hoy entre Estados Unidos y Venezuela, sin haber escalado aún al estado de beligerancia, es pionera en su clase.

En la actual guerra híbrida, hasta ahora Estados Unidos contaba a su haber con la legitimidad política que le granjeaba el apoyo de la mayoría de los países del Grupo de Lima, de los más importantes países de la Unión Europea, y de una oposición interna unida y atrincherada en la Asamblea Nacional. Por cierto, gracias a la imagen de dictador brutal imputada a Maduro, concitaba una adhesión sin reservas morales ni políticas a su poder de bloqueo económico y a su superioridad tecnológica, puesta de manifiesto a través de los recientes atentados a las generadoras de energía eléctrica de Guri, de un Comando Sur en permanentes ejercicios de guerra y de unas bases militares emplazadas alrededor de Venezuela.

Pero la firme y resuelta resistencia del gobierno venezolano puso a todos las cosas cuesta arriba. Tras el fracaso de la temeraria operación de ayuda humanitaria desplegada el 23 de febrero, la potente ofensiva diplomática de Venezuela en los consejos de Seguridad y de Derechos Humanos de Naciones Unidas, y la extraordinaria resiliencia exhibida por Maduro —esta semana dio 78 horas a la diplomacia norteamericana para abandonar el país―, los términos de la relación se compensaron en un nuevo equilibrio que deja a Estados Unidos sin más «plan b» que la agresión militar. Así lo ha anticipado Washington, pese a la formal renuencia del Grupo de Lima y de la Unión Europea, y así también lo ha advertido la oposición venezolana que, invocando el artículo 187, numeral 11 de la Constitución, ha anunciado su apoyo al despliegue de grupos paramilitares y al ingreso de tropas extranjeras en territorio nacional, suscitando de este modo la duda de si verdaderamente existe una oposición democrática en Venezuela.

Si en enero la única salida posible para la oposición era la convocatoria a elecciones libres, hoy esta opción no parece estar disponible tras haberse instalado un teatro de operaciones ahí donde debió haberse levantado un escenario político.

Rodolfo Fortunatti