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Opinión

Masterchef Chile: La ética del emprendedor

Por: Juan Pablo Troncoso Chandía | Publicado: 29.03.2019
Masterchef Chile: La ética del emprendedor master |
Entendemos que estamos frente a un producto del capitalismo espectacular, en que a mayor “drama” mayor audiencia. Y es justamente por la poderosa influencia que aún ejerce la televisión en la producción de imaginarios, que consideramos de vital importancia adentrarnos en aquellos discursos que circulan de manera (no tan) subterránea por las cocinas de MasterChef.

Cris Carpentier es quizás el rostro más reconocible del jurado en la versión chilena de MasterChef, programa televisivo en que un grupo de cocineros amateurs compiten por llevarse el cetro de vencedor. En la misma dinámica que The Voice  o Xfactor,  MasterChef es una exitosa franquicia que se ha colado en la intimidad de los hogares de más cuarenta países. Además de cocinar, Carpentier tiene larga experiencia en el rubro audiovisual por lo que se desenvuelve con soltura y simpatía frente a las cámaras, sin embargo  alecciona con dureza a los aprendices cuando estos cometen algún error, ya que MasterChef pretende atraer a la pantalla la severidad y el temple propio del mundo de la alta cocina. En este sentido, el programa explota la dialéctica maestro-aprendiz en su versión más vacua: los aprendices carecen del conocimiento que el maestro posee, quien está dispuesto a entregarlo siempre y cuando los aprendices se sometan a su juicio incontrarrestable. Entendemos que estamos frente a un producto del capitalismo espectacular, en que a mayor “drama” mayor audiencia. Y es justamente por la poderosa influencia que aún ejerce la televisión en la producción de imaginarios, que consideramos de vital importancia adentrarnos en aquellos discursos que circulan de manera (no tan) subterránea por las cocinas de MasterChef. 

En una reciente entrega de la cuarta temporada local el chef Cris recrimina fuertemente a un competidor que cuestiona una decisión de los jueces y ofrece una reflexión fundamental:

“La gran diferencia entre un ganador y un perdedor es que el ganador siempre encuentra el problema en él. El perdedor siempre le echa la culpa a otro. Entonces si tú quieres ser un ganador empieza a pensar  qué haces mal tú y no qué hace el resto. Esa es la forma”

A diferencia de jueces anteriores, como el francés Yann Ivvin o el español Sergi Arola, quienes vomitaban sus reprimendas, Carpentier es calmo en todas sus intervenciones, sin embargo cada una de sus frases pareciera estar sacada de una “guía para el éxito”, puesto que el chef Cris es quien mejor encarna el ideal capitalista del emprendedor; un hombre forjado a sí mismo a base de esfuerzo y perseverancia, que sin importar su origen social, estudios, clase o raza, es capaz de sobreponerse a todas las adversidades y alcanzar la plenitud económica (y por cierto, el reconocimiento público). En este sentido y en términos del filósofo Byung –Chul Han[1], habitamos una “sociedad del rendimiento” en la cual el verbo poder se ha impuesto al deber. Es decir, ya no es necesario el látigo para coaccionar a los individuos, puesto que el sujeto devenido en “empresario de sí mismo” es su principal fuente de (auto) explotación. El discurso neoliberal  ofrece un mundo de oportunidades y mercados infinitos, lo cual privatiza e individualiza el éxito o el fracaso de un determinado proyecto. Sin embargo, estamos frente a una paradoja: Si triunfas no es únicamente gracias a tu esfuerzo, sino gracias a que existen las condiciones adecuadas para que “cualquiera” pueda hacerlo. Ahora bien, el fracaso se achaca a tu propia incompetencia, a tu incapacidad de aprovechar las posibilidades que ofrece el mercado. Esto último, cuestión fundamental, puesto que la lógica del emprendimiento es inseparable de su dimensión económica. Ya sea en la alta cocina, en la televisión, en las relaciones amorosas, prácticas sexuales, en el trabajo, enfermedades o en la relación con uno mismo, la noción de emprendimiento es una construcción político-económica que atraviesa de manera transversal todas las esferas de la realidad humana en el contexto neoliberal.  Un claro ejemplo en este sentido, es la relación culposa que hemos establecido con enfermedades como la depresión, cuadros de angustia, trastornos del sueño o el stress, los cuales son vaciados de todo contenido social por parte del discurso siquiátrico clásico. En palabras del teórico cultural Mark Fisher, “los individuos se culparán a sí mismos más que a las estructuras sociales”[2], por lo tanto la tristeza, desesperanza, el insomnio, la cesantía y en definitiva, la incapacidad de ser exitosos y felices en un mundo que pareciera estar hecho a nuestra medida, terminan siendo culpas asumidas únicamente por un yo deprimido y atomizado.

De vuelta a MasterChef, una de las máximas más repetidas por los jueces es que “todo puede pasar” por lo que los aspirantes son presa de un estado de alerta constante; al igual que el emprendedor, todo momento es una oportunidad que ha de ser aprovechada, cada preparación es un peldaño en el camino ascendente hacia el triunfo y toda esfera de la vida es factible de ser capitalizada. Sin embargo, los jueces nos recuerdan constantemente las dificultades que esto conlleva, puesto que ellos ya experimentaron el rol del aprendiz sometido y ahora observan con desdén en la altura de sus exitosos restaurantes. El caso de la chef Fernanda Fuentes –primera mujer jueza en la versión local– es significativo en tanto ha triunfado en un ambiente extremadamente machista y en el extranjero. La decisión de sumar a una chef mujer era esperable e inclusive se agradece, por dotar al show de un giro que anteriormente no habíamos visto. Sin embargo, Fernanda es igualmente (o más) severa que Carpentier. Transita de manera ambigua entre la contención y el desprecio. Su historia de vida es admirable y parece confirmar que aquella mujer que busca triunfar en un ambiente sexista, debe excederse en la dureza (sin por ello masculinizarse).

La dialéctica que entablan los jueces con los aspirantes implica un vaivén y una manipulación emocional que explicita los modos en que la lógica corporativa-empresarial ha cooptado un significativo espectro de nuestras relaciones sociales. Fernanda invita a los competidores a que “salgan de su zona de confort” puesto que los jueces “creen en cada uno de ustedes”. Esta es la forma en que la sociedad del rendimiento nos fuerza, a través de medios y prácticas que apelan a la emoción y a la subjetividad, a empujar los límites y siempre esforzarnos un poco más. Todo gracias a la promesa de que “alguien cree en ti. Por ello es que en MasterChef, inclusive en la derrota, siempre hay espacio para el aprendizaje. Los jueces son capaces de encontrar todo lo positivo en aquellos competidores que son eliminados. El programa es pura positividad, ya que tanto los consejos como las reprimendas e inclusive las lacrimógenas despedidas, están dirigidos hacia un fin último que es ser mejores, siempre mejores. Cada concursante que se despide promete seguir esforzándose, puesto que “no lo dio todo” o “sabe que puede dar más” (¿¡cuánto más puede esforzarse una persona!?) Estos gladiadores del circo contemporáneo, incluso luego de ser decapitados en vivo, prometen dar más. Es imposible entonces acceder a un verdadero agotamiento que permita decir “no puedo” (quizás uno de los gestos más disruptivos ante el actual estado de las cosas).

En sintonía con MasterChef y particularmente con el léxico valórico promulgado por los jueces, se encuentra un extendido fenómeno en las redes sociales en que los usuarios comparten frases o citas vinculadas al esfuerzo. Esta práctica encuentra en los futbolistas chilenos un fértil nicho. Los insignes Alexis Sánchez, Arturo Vidal, Claudio Bravo o Gary Medel, son expertos en postear material del que Carpentier podría nutrirse sin problemas. Una somera revisión del Instagram de Bravo y Alexis nos ofrece la siguiente batería de consejos:

  • “Siempre convencidos de que todo es posible”
  • “Un ganador es solo un perdedor que se esforzó una vez más”
  • “La vida es un reto; vívela siente, ama, ríe, llora juega, gana pierde, tropieza. Pero siempre levántate y sigue.”

Y por último, en un llamamiento que a todas luces aparece como imposible.

  • “Sé tan fuerte que nadie pueda herirte, tan notable que nadie pueda ofenderte. Tan humilde que todos puedan admirarte y tan original que nadie pueda imitarte. Simplemente sé tú”

Cabe mencionar que todas estas frases van acompañadas de imágenes en que Alexis levanta trofeos, ejercita su escultural cuerpo o disfruta de unas vacaciones en alguna playa paradisiaca. Conocemos la historia de esfuerzo de Alexis y sus orígenes, así como los de Gary, Vidal y la mayoría de los futbolistas. Sabemos que tienen vidas extraordinarias y que se han sobrepuesto a la marca de clase condenatoria que significa nacer y crecer en ciertos barrios o ciudades.De ahí la dimensión excepcional de sus vidas. Son las excepciones que confirman la regla, tal como lo es Ignacio Riveros, finalista de la primera temporada de MasterChef y que trabajaba como recolector de basura. Por cada Ignacio, por cada Alexis, hay miles de niños que jamás saldrán del pobre puerto de Tocopilla. Sin importar todo su esfuerzo. Pero tranquiliza pensar que si Ignacio o Alexis lo lograron, todos pueden. Como nos recuerda Fisher, es más fácil responsabilizar al individuo que a las estructuras. Lo trágico en este caso, es que esta farsa, cristalizada en redes sociales, difundida por programas como MasterChef, avalada por la clase política y la élite empresarial, constituye una sentencia a muerte para cualquier salida al neoliberalismo que exceda lo individual.

La insoportable ética del emprendimiento echa por tierra cualquier idea de comunidad, en donde lo social ya no aparece como opción política. Estamos ante un futuro clausurado que propicia el voluntarismo político y el aislamiento. Al igual que el terrorista que se inmola en medio de la multitud, nuestros cuerpos sometidos al incesante rendir, son incapaces de imaginar alternativas que supongan lazos  solidarios y que no conduzcan a la autodestrucción. Sin embargo, no todo está perdido. Paradójicamente, MasterChef reactualiza “antiguas” disputas que impugnan el paradigma neoliberal, en este caso, el resentimiento de clase. Esto, ya que desde la primera temporada, en que Daniela Castro (una joven perteneciente a la clase alta) venció a Ignacio Riveros, el programa ha sido un campo de batalla que obliga a los espectadores a posicionarse frente a los competidores, de quienes conocemos su nombre, profesión y comuna de procedencia. Y es gracias a estos tres datos que podemos comprender los grupos de afinidad que se forman dentro de los aspirantes, los cuales corresponden –casi siempre– a orígenes similares. Es decir, aquellos competidores que provienen de comunas o profesiones que corresponden tradicionalmente a la clase trabajadora, se agrupan entre ellos. Lo mismo con quienes provienen de comunas como Las Condes, La Reina, Vitacura o Viña del Mar. Y en esta última temporada, esta división de clase se ha visto más marcada que nunca. Las redes sociales “arden” con comentarios odiosos hacia el “grupo de zorrones” que se habría tomado el programa y que sería beneficiado únicamente por su condición socioeconómica. Esta es la misma rabia que suponen casos como el de Martín Larraín[3], en que la justicia hace vista gorda cuando el implicado tiene cierto apellido. En los espectadores aflora el resentimiento, la rabia y la impotencia, cuando varios de los participantes declaran nunca haber comido un chacarero, nunca haber probado la lengua, panita o pantrucas.  MasterChef, al valerse de uno de los pilares de la noción misma de cultura –la comida– necesariamente remueve la imagen de aparente homogeneidad que busca vender un producto televisivo y, sin quererlo, resquebraja la idea de consenso, repetida hasta la saciedad por las élites de este país. Cuando lo que está en juego es el alimento, la disputa es por identidad, por pertenencia, por sabores, ingredientes y preparaciones que suponen una carga histórica, que no son neutrales. No haber comido nunca pantrucas es y será una marca de clase indeleble. La herida que abre MasterChef en cada capítulo está a la vista, a la espera de espectadores que la mantengan abierta y supurando.

[1] Byung-Chul Han. “La agonía del Eros” Herder: Barcelona, 2015.

[2] Fisher, Mark. «Los fantasmas de mi vida: escritos sobre la depresión, hauntología y futuros perdidos”. Buenos Aires: Caja Negra. 2018

[3] Hijo del ex presidente de RN, Carlos Larraín. En 2013 fue acusado y luego absuelto por manejar en estado de ebriedad y atropellar a Hernán Canales en la comuna de Coñaripe. El caso involucra la huida del lugar de los hechos, una falsa autopsia, entre otras irregularidades.

Juan Pablo Troncoso Chandía