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El año que cambió a Nicaragua

Por: Francisca Quiroga | Publicado: 20.04.2019
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Desde que estalló la crisis, Ariana no ha vuelto a dormir en su cama, a sus 19 años tuvo que tomar la decisión de pasar a la clandestinidad y las casas de seguridad se convirtieron en su hogar. Carlos, ex guerrillero sandinista, hoy tiene a su hijo en la cárcel por apoyar las protestas y eso lo llevó a convertirse en uno de los principales activistas por la liberación de los presos políticos. “El Soldador” lleva la marca de este conflicto en su propio cuerpo, ha pasado dos veces por la cárcel y un paramilitar le arrancó de un balazo un dedo de su mano derecha. Por su parte Ivonne, se mantiene leal al gobierno a pesar de ver a su hija partir al exilio hace ya varios meses. En este escenario, la palabra “normalidad” continúa apareciendo una y otra vez en los discursos oficialistas.

La chispa que detonó la mayor crisis de las últimas cuatro décadas fue, paradójicamente, un incendio en una reserva biológica, motivando a miles de jóvenes a salir a las calles para exigir información y transparencia. A los pocos días vino el anuncio de la reforma al Instituto de Seguridad Social y ahí fue donde todo estalló. Las vidas de miles de nicaragüenses comenzaron bruscamente a cambiar en un año en el que dicen, ya no hay vuelta atrás.

En Managua se siente la desconfianza, se mira con recelo al que está al lado y guardar silencio es una buena idea para mantenerse a salvo, porque en un país donde es legal la figura del “policía voluntario” y los paramilitares se mezclan entre los civiles, cualquiera puede ser un sapo. Es que los más de 300 muertos, los más de 600 presos políticos y los más de 30 mil exiliados que van en este año, han logrado generar el efecto esperado: miedo, mucho miedo.

Nicaragua no tiene petróleo, nadie organiza conciertos con megaestrellas para visibilizar su crisis, tampoco hay países haciendo fila para entregar ayuda humanitaria. Al parecer, su segundo lugar en el ranking de países más pobres de América (superado sólo por Haití), no despierta tanto interés en los demás países del barrio.

Orteguismo

Desde el triunfo de la revolución a principios de los 80, Daniel Ortega se instaló en el poder, primero como Coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional de Nicaragua y en 1985 ya como presidente elegido democráticamente. En 1990 perdió la reelección y no fue sino hasta el 2007 en que retornó en gloria y majestad. Hoy enfrenta su tercer periodo consecutivo y esta vez nombró como vicepresidenta a Rosario Murillo, su esposa, la que es sindicada por la oposición como una de las principales gestoras de la crueldad que desborda las calles.

Guillermo Cortés, profesor universitario, periodista y escritor, se define como sandinista, pero no orteguista y a pesar de haber trabajado muchos años al servicio de la revolución en diferentes medios de comunicación, hoy hace un análisis crítico de la situación y de cómo se llegó a este punto: “El autoritarismo que estamos viendo desplegado en su máxima expresión ahora, tuvo manifestaciones muy tempranas. Antes de abril de 2018 están muriendo prisioneros en diferentes cárceles de este país, antes de abril hay operativos conjuntos en la montaña, entre el ejército y la policía, para asesinar a campesinos levantados en armas, pero a partir de las medidas draconianas anunciadas en relación a la reforma de seguridad social, se molesta buena parte de la gente y se da un clic impresionante. Ese hecho específico se enlaza con toda la historia reciente y es cuando la mayoría de la gente comienza a darle un sentido a todos esos hechos anteriores, aislados, perdonados y dispensados. Eso fue lo que pasó esos días de abril, donde vimos la protesta generalizada, millones de personas en toda Nicaragua”.

Carlos Silva venía acumulando desilusión desde hacía tiempo, a pesar de haber combatido en primera línea en los años de la revolución, hoy enfatiza en la importancia de separar aguas: “No confundan Frente Sandinista a Daniel Ortega Saavedra, Frente Sandinista era un partido revolucionario, no éramos capitalistas. Daniel Ortega todo lo hace maquiavélicamente y no le importa sacrificar a su pueblo, que le tenía un amor, una consideración y un respeto a la bandera rojinegra”.

“Yo no tengo presidente, porque a mí no me va a gobernar un asesino”. Su desprecio a Ortega y al autoritarismo que representa, se acrecentó aún más cuando una tarde de sábado le avisaron que a su hijo se lo habían llevado preso mientras jugaba básquetbol cerca de la casa. Su error, apoyar la toma de la UNAM. Pasó 60 días sin ser judicializado, lleva más de 7 meses preso y Fiscalía está pidiendo dos años. Ahí Carlos perdió el temor y comenzó su lucha personal por la liberación de todos los presos políticos.

A fines de febrero, tras la reanudación de la mesa de diálogo congelada desde julio, el Gobierno anunció la excarcelación de 200 presos políticos, otorgándoles el beneficio de la prisión domiciliaria y hace pocos días volvió a hacer un anuncio con motivos de las festividades de Semana Santa: 636 reos «comunes» saldrán de prisión y pasarán también a arresto domiciliario, sin embargo, desde el Comité Pro Liberación de Presos Políticos se apuraron en precisar que sólo 13 corresponden a opositores detenidos por participar en las protestas.

La normalización de la violencia

En la mañana del 20 de abril, a sólo dos días de iniciarse las protestas masivas, “Lorenzo” se encontraba coordinando la entrega de víveres a los estudiantes movilizados en las diferentes universidades, en eso llegó un joven a ofrecerse como voluntario en esta distribución y rápidamente le asignaron una función. Cuando estaban en la Universidad Nacional de Ingeniería, planeando una salida que sorteara el cerco policial, Álvaro cayó intempestivamente, un francotirador apostado en el Estadio Nacional contiguo a la Universidad dio en el blanco, la sangre brotaba de su cuello y todos corrieron a auxiliarlo, trataron de sentarlo y de calmarlo, fue en ese momento en que Álvaro Conrado dijo la frase que se transformaría en ícono de las movilizaciones: “Me duele respirar, me duele respirar”. Hasta ese momento nadie sabía que tenía 15 años.

Lo subieron a un auto y lo llevaron al Hospital Cruz Azul, lugar en donde le negaron la atención, la orden desde arriba era clara, no atender a manifestantes heridos durante las protestas. “Su muerte era evitable, si él hubiera recibido la atención hospitalaria necesaria que se le negó en ese hospital. Álvaro formó parte de los más de 20 muertos de ese día y que pues solamente llevaba agua”, señala “Lorenzo”.

“El Soldador” se ganó su apodo por su habilidad en la fabricación de escopetas hechizas y lanzamorteros, de sus manos salieron cientos de estas armas artesanales dirigidas a los diferentes “tranques” que bloqueaban calles y accesos a las universidades. A sus 25 años acumuló rápidamente experiencia en la confección y uso de armas de fuego, al punto de portar dos revólveres para su uso personal.

El viernes 13 de julio fue el día de la “Operación Limpieza” y “El Soldador” estaba como de costumbre en la Universidad Autónoma de Nicaragua: “Tuvimos ataques desde las 12 y como yo era uno de los pocos que tenía armas bajé a la rotonda a repeler el ataque, pero llegaron las fuerzas especiales de ellos, encapuchados y con AKs, iban preparados para un combate de guerra, al ver eso bajé al cauce de un canal que pasa por el costado de la calle y seguí a uno, yo andaba buscando uno, un paramilitar, conseguir el AK era mi meta”.

Pero lejos de alcanzar su objetivo lo único que consiguió ese día fue un balazo de AK que le destrozó el dedo medio de su mano derecha, además de una brutal golpiza y el traslado a la cárcel donde pasaría once días.

Resistencia

Ariana Moraga (19) es miembro de la Alianza Universitaria Nicaragüense(AUN) y a estas alturas ya le salieron ojos en la espalda. Recién iniciado el conflicto su seguridad se vio amenazada y rápidamente todos sus cercanos cayeron presos o se fueron al exilio. Ella decidió quedarse y hacer frente desde la clandestinidad. Se mueve con extrema precaución, volteando la mirada en cada esquina.

“Daniel Ortega ha desplegado todo un estado policiaco, donde nosotros podemos estar aquí conversando, pero no sé si al salir me van a seguir y me van a capturar”, señala Ariana. Para ella la solución pasa por la organización y la politización de la ciudadanía, el llamado es a preparase para cuando llegue el momento decisivo, “que en los baños de las universidades, en las oficinas, en las cuadras, en silencio, se organicen, pero que lo hagan para que estemos listos”. Y el petitorio es claro: “Que dejen de perseguirnos, que dejen de asediarnos, que entren organismos de Derechos Humanos acá y que se sepa la verdad de lo que ocurre aquí” y le manda un último mensaje al presidente: “Daniel, date cuenta, por favor date cuenta, que nos vas a matar a todos”.

Intervencionismo

El fantasma de la intervención norteamericana ronda permanentemente las frágiles democracias latinoamericanas y ante cualquier signo de inestabilidad, la amenaza del imperio se comienza a sentir.

“Yo a los gringos no les creo absolutamente nada”, dice Juan José Ubeda, economista nicaragüense afín al gobierno, y agrega: “Ellos no tienen ninguna moral para venir a decir qué país es dictadura o no y me preocupa que se genere el precedente en toda Latinoamérica del desconocimiento de las autoridades políticas”.

Ivonne Ampié se despidió hace más de cinco meses de su hija cuando ésta se fue al exilio, pero para ella eso no es argumento suficiente para comenzar ahora a desprestigiar al gobierno, después de toda una vida en las filas del Frente. Para Ivonne la solución es que simplemente lo dejen terminar su mandato: “que haya elecciones como ellos plantean, libres, limpias, transparentes, la cantaleta de ellos siempre, pero déjenlo que termine el periodo y exíjanle todo eso que están pidiendo, eso para mí, sería lo correcto”.

Para Guillermo Cortés, la injerencia foránea es siempre hipócrita: “Ninguna solución va a venir del exterior, y si hay una solución que se base en el exterior, va a ser una solución falsa. Toda solución pasa por una participación beligerante y protagónica de la ciudadanía. El problema es que este desenlace está siendo antecedido por un derramamiento de sangre y una represión sin precedentes en nuestro país, es decir, Daniel Ortega superó a la dictadura somosista”.

En enero de este año el Consejo de la Internacional Socialista decidió expulsar de sus filas al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) por las violaciones a los derechos humanos y a los valores democráticos perpetrados por el régimen de Ortega. Pero este duro golpe para los sandinistas no remueve su interés por mantener el status quo y así seguir controlando los cuatro poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral), el monopolio de los medios de comunicación, los principales sindicatos y federaciones de estudiantes, las Fuerzas Armadas y más de tres cuartas partes de los municipios.

Por estos días, la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, pidió al gobierno de Nicaragua “evitar la represión durante el aniversario de la insurrección de abril” y expresó su preocupación ante la posibilidad de que “las protestas convocadas para los próximos días puedan desencadenar otra reacción violenta”.

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