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Black Mirror, binge-watching, y el apuro de consumir una serie

Por: Gonzalo Espinoza | Publicado: 16.06.2019
Black Mirror, binge-watching, y el apuro de consumir una serie black mirror |
En múltiples instancias me he visto recomendando una película o una serie para luego recibir la interrogante “oye, ¿pero está en Netflix?” que, tras brindar un “no” como respuesta, genera una especie de rechazo ante la búsqueda de la producción audiovisual sugerida. Porque claro, si no está ahí, que paja buscarla en otros medios. Mejor ver “Friends” y gozar el episodio del sandwich de Ross por octava vez, ¿no?.

El pasado 5 de junio se estrenó a través de Netflix la quinta temporada de “Black Mirror”, la popular serie antológica creada por Charlie Brooker que expone cómo los constantes avances tecnológicos han influenciado la manera en que nos relacionamos. Ya saben, “oh, la weá Black Mirror” y todo eso. Las historias que conforman esta nueva temporada son tres: “Striking Vipers”, “Smithereens”, y “Rachel, Jack and Ashlee Too”. Sin embargo, esta tanda de episodios causó cierto desconcierto en algunos miembros de la comunidad tuitera porque, bueno, son sólo tres. Esto no es algo nuevo dentro de la historia de la serie: sus dos primeras temporadas —estrenadas en 2011 y 2013, respectivamente— contaban con la misma cantidad de entregas. En aquella época, la antología de ciencia-ficción era transmitida íntegramente por el canal británico Channel 4 y quienes nos enganchamos por estos lados con los relatos distópicos de Brooker sólo podíamos optar a verla a través de algún amigable sitio web que nos brindara links de descarga o, en su defecto legal, en el iSat.

A fines del 2014, Netflix agregó la serie a su catálogo digital. En septiembre de 2015, la plataforma adquirió “Black Mirror” en su totalidad e inmediatamente comisionó un lote de 12 episodios que terminaron conformando la tercera y cuarta temporada —estrenadas en 2016 y 2017—, con seis episodios cada una. Para la sorpresa de nadie, el traspaso de la serie que cuestiona nuestra relación con la tecnología a la plataforma de streaming más popular del último tiempo resultó ser una combinación ganadora, al punto que a fines del año pasado nos sorprendió con “Black Mirror: Bandersnatch”, la película interactiva que nos llevó a decidir las acciones de su protagonista y exclamar “oh, la weá Black Mirror” y todo eso. Seis meses después, Netflix estrena una quinta temporada que, tras la ya-mencionada crítica a su longitud, no fue muy bien considerada en comparación a sus entregas anteriores. Esto llevó a muchas personas a preguntarse “¿acaso “Black Mirror” ya no es la misma serie de antes?”.

Corría el falsamente apocalíptico año 2012 cuando supe de la existencia de “Black Mirror”. Si no me falla la memoria, leí en un foro que era una serie antológica, con muchas vibras de “La Dimensión Desconocida”, y que en el primer episodio el Primer Ministro de Inglaterra tenía que tener sexo con un chancho. Nada malo podía salir de eso y así fue; la perspectiva satírica de la serie me sorprendió de grata manera y quería ver más episodios lo antes posible. Tuvo que pasar un año para que recién pudiese disfrutar de una segunda temporada y otro más para presenciar el especial navideño “White Christmas”, estrenado en 2014. Recién el 2016 se estrenó en Netflix la tercera temporada, con la misma cantidad de episodios que las dos primeras combinadas, y el resto es historia.

En mi experiencia, aquél tiempo de espera entre temporada y temporada fue clave para procesar y analizar cada historia, debido a lo impresionante de cada entrega. Al ser una serie antológica, la trama de cada episodio difiere del anterior, brindándole la oportunidad al espectador de reflexionar respecto a temas como la justicia social, la violencia como entretenimiento, y el concepto de ‘crimen y castigo’ (como en el episodio “White Bear”), o simplemente teorizar respecto a qué pasaría si un reconocido personaje televisivo resultara electo presidente (como en “The Waldo Moment”). Al momento de su estreno, se mencionaba que este último episodio no funcionaba tan bien como sus predecesores , pero tras las elecciones presidenciales estadounidenses del 2016, la gente no podía dejar de hacer paralelos entre el oso virtual llamado Waldo y el ex-conductor de “The Apprentice” llamado Donald Trump. Entonces, ¿debe ocurrir un secuestro en Uber similar al de “Smithereens” para que la quinta temporada tenga mejores reseñas en retrospectiva? Obvio que no. Según yo, el problema tras el tibio recibimiento de la última tanda de episodios no radica del todo en su calidad, si no en la manera en que últimamente hemos estado consumiendo la serie. Me explico.

En múltiples instancias me he visto recomendando una película o una serie para luego recibir la interrogante “oye, ¿pero está en Netflix?” que, tras brindar un “no” como respuesta, genera una especie de rechazo ante la búsqueda de la producción audiovisual sugerida. Porque claro, si no está ahí, que paja buscarla en otros medios. Mejor ver “Friends” y gozar el episodio del sandwich de Ross por octava vez, ¿no?.

Binge-Watching

La masificación de plataformas de streaming como Netflix, Amazon Prime y HBO Go han limitado nuestra curiosidad ante la infinita cantidad de producciones realizadas en el mundo, para sólo conformarnos con la comodidad que nos brinda el catálogo de turno. Si bien “Black Mirror” ya era ampliamente comentada en foros o redes sociales cuando era transmitida en Channel 4, una vez que fue parte (como serie original) de Netflix, su popularidad —y demanda— creció, al punto que hemos tenido nuevos episodios cada año. Porque claro, si está en Netflix, hay que verla, y si hay que verla, ¿por qué no hacerlo toda de una? El problema no es que “Black Mirror” haya llegado al servicio de streaming, si no el modelo de consumo que ha fomentado este tipo de plataformas: el binge-watching o el llamado “arte” de maratonear una serie. Cabe mencionar que esta mecánica de consumo no es propia de las plataformas on-line. Antes bastaba con tener el box-set de tu serie favorita de turno, el DVD conectado a la tele, y ya estaban las condiciones mínimas para una maratón. Estas series eran creadas con fines netamente televisivos, considerando los “anteriormente en…”, espacios para la tanda comercial y, generalmente, cliffhangers o enganches al final de cada episodio con el objetivo de asegurar su audiencia.

Hoy en día, los creadores de series originales de Netflix como “Orange is the New Black” o “BoJack Horseman” no necesitan recurrir a este tipo de gimmicks ya que, como este tipo de producciones son estrenadas de manera íntegra temporada a temporada, los episodios son estructurados narrativamente con la intención de provocar una sensación de inmersión en el espectador similar a cuando le dedicamos parte de nuestro tiempo a un libro o a una película (bastante larga). Al estar tan sumergidos en una cultura en donde la inmediatez prevalece ante todo, no es una sorpresa que este modelo pegue tanto. Al fin y al cabo, lo único que nos brinda el “arte” de maratonear es la sensación de gratificación instantánea. Piensen que ahora existen sitios como BingeClock que nos facilitan esto, calculando cuánto tiempo nos demoramos en ver una serie de corrido. Sin contar “Bandersnatch” —que dura de acuerdo a las decisiones de cada espectador—, una maratón de “Black Mirror” duraría 21 horas y 20 minutos, pero ¿vale la pena hacer esto con una serie antológica?

Sin mencionar los problemas que puede generar a nuestra salud mental, el gran problema que que conlleva el binge-watching es que no da espacio para pensar lo que acabamos de presenciar. Una vez que el episodio terminó, ya nos encontramos viendo el siguiente y el siguiente, hasta finalizar la temporada y quejarnos porque no era lo que esperábamos. Gracias a Netflix, “Black Mirror” terminó convirtiéndose en una adicción digital del montón cuando su propósito mismo era advertirnos las consecuencias del mal uso de la tecnología. Las series emitidas semana a semana —o al menos de manera dosificada— generan una experiencia colectiva super bonita: análisis en diversos tipos de medios, discusiones en comunidades de fans on-line, y teorías respecto a qué ocurrirá en las próximas emisiones.

Lo interesante con respecto a esto y la recepción de la última temporada de “Black Mirror” es que, al ser una antología, cada episodio tiene sus propias reglas y es imposible estar preparado para lo que viene. No sacamos nada con compararla con ediciones anteriores. No sacamos nada con teorizar. Toda conversación en base a la historia viene después de haberla experimentado. Es esencial examinar a cada episodio por sí mismo, tomándonos el tiempo para que la historia crezca y se desarrolle en nuestra memoria, más que preocuparnos de terminar la serie el mismo día de su estreno para comentar “meh, no era tan buena como cuando el Primer Ministro de Inglaterra tenía que culiarse a un chancho”. A diferencia de lo que está diciendo la mayoría, creo que “Black Mirror” es tan buena como cuando el Primer Ministro de Inglaterra tenía que culiarse a un chancho. “Striking Vipers” es un brillante comentario respecto a los problemas de identidad y comunicación que puede llegar a tener un hombre que reprime sus impulsos sexuales; “Smithereens” es una atrapante historia que reflexiona el completo impacto o la nula recepción que conlleva una simple notificación; y, si bien es el menos logrado de la temporada, “Rachel, Jack and Ashlee Too” presenta una crítica bastante interesante a la explotación de artistas musicales, similares al movimiento #FreeBritney o a la presión que día a día enfrentan las estrellas de k-pop.

Como les comentaba, el pasado 5 de junio se estrenó a través de Netflix la quinta temporada de “Black Mirror”, la popular serie antológica creada por Charlie Brooker que expone cómo los constantes avances tecnológicos han influenciado la manera en que nos relacionamos, y si no has tenido tiempo para verla, está bien. No hay apuro.

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