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Instituto Nacional: El día en que amanecimos sitiados

Por: Richard Sandoval | Publicado: 20.08.2019
Instituto Nacional: El día en que amanecimos sitiados |
Es la hora del recreo. El sol brilla sobre los patios del liceo, pero la paz que busca recuperar el alcalde Alessandri, según ha dicho en televisión, no es más que tensión, nervio, miedo y ardor. El ardor del gas pimienta que el centro de estudiantes, acusa, fue lanzado desde dos techos como respuesta a la acción de los libros.

Giovani saca el carnet del bolsillo y lo muestra a un efectivo de Carabineros plantado, altivo, frente a su vista. No lo quiere hacer. Se siente amedrentado. No es la forma de llegar a estudiar a una sala de clases. Escucha que también debe mostrar la mochila. No se puede negar, o capaz que lo tomen detenido. Así ha pasado con otros de sus compañeros, piensa. No quiere que por no obedecer le rompan la cabeza, como sabe que le ocurrió a un compañero esta semana. Entre el miedo y la indignación, se resigna. Muestra la mochila por obligación, como si estuviera en el ingreso a una cárcel y no en la estación de metro a la que arriba cada mañana para prepararse de cara al futuro. Pero en lugar de bombas, pólvora o armas cortantes, hay lápices, cuadernos, libros. Eso es lo que encuentra el policía. 

Giovani no es un traficante, tampoco un delincuente. Giovani tiene dieciséis años y nunca, desde que estudia acá, en el Instituto Nacional, ha visto carabineros en el techo. Hasta ahora. 

Es lo primero que ve al salir de la estación y avanzar en medio del desconcierto. Todos lo comentan, se muestran fotos, apuntan al cielo, mientras avanzan por San Diego observados por una hilera de carabineros que suman más de cien, según su conteo. “Estamos sitiados”, dice. “Como en dictadura”, responde una profesora. 

Liderados por amplios escudos, tres piquetes de cerca de veinte efectivos de Fuerzas Especiales cada uno, vigilan el ingreso de Giovani desde el techo de la institución orgullo de los presidentes de la República: el techo fundado por José Miguel Carrera el 10 de agosto de 1813; el techo de Ricardo Lagos, Manuel Montt, Pedro Aguirre Cerda, y Giovani. Están arrodillados, con el casco puesto, las hombreras, rodilleras. Son hombres alto, fornidos, mucho más fuertes que el metro sesenta y los sesenta kilos de Giovani, el adolescente que hoy quiere entrar a una clase de tercero medio.

En la misma estación Universidad de Chile, otro alumno ve cómo un carabinero se burla al arrojar sus materiales de estudio al suelo. El alumno no reacciona. Es lo que ve también una secretaria de rectoría y que luego cuenta a Giovani. “Se me partió el corazón al verlo”, dice la secretaria, una de las funcionarias que no faltó a clases, como sí lo hicieron profesores, niños e inspectores, varios con licencia. 

En la perplejidad, entre clases suspendidas y materias interrumpidas por la bocina de un retén, un grupo de compañeros de Giovani, de su misma edad, sube a uno de los techos tomados por carabineros para lanzar libros sobre las planchas de zinc. Es una forma de protesta deliberada en consejo. El líder de la avanzada muestra un ejemplar en el rostro de un uniformado. “Estudia, paco culiao”, se escucha desde una sala. “No tiren nada, que ellos sean los violentos”, responde otro alumno que graba la situación. “Se dan cuenta que son ustedes los que empiezan”, lanza el joven al jefe del piquete, quien firme los insta a bajar. Es la hora del recreo. El sol brilla sobre los patios del liceo, pero la paz que busca recuperar el alcalde Alessandri, según ha dicho en televisión, no es más que tensión, nervio, miedo y ardor. El ardor del gas pimienta que el centro de estudiantes, acusa, fue lanzado desde dos techos como respuesta a la acción de los libros.

Llega el mediodía y Giovani Cáceres decide salir a la calle junto a su amigo Diego Andrade. Desde la puerta ven cuatro piquetes que pasan trotando, con energía bélica, entre la decena de vehículos verde oscuro estacionados en la esquina de San Diego con Alonso de Ovalle. La escena aparenta un campamento de campaña, entre cámaras de televisión y transeúntes que se detienen a sacar fotos, shockeados por una imagen que no habían visto jamás. Leopoldo Moreno no aguanta y comienza a gritar. Es un hombre de cuarenta años que reflexiona desgarrándose la voz: “Son estudiantes, los carabineros deberían estar en las poblaciones, combatiendo la delincuencia, el narcotráfico. Está la embarrada en las poblaciones y están aquí contra los estudiantes. No se justifica de ninguna forma. El tema se soluciona escuchando a los alumnos realmente, llamando a una mesa y que los tomen en serio. La unica manera es que los tomen en serio”. 

Giovani y Diego creen lo mismo. Reclaman que este lunes se juntaron las autoridades en la Intendencia Metropolitana “sin la presencia de ningún representante de los estudiantes. Así no se soluciona nada”. 

“Da pena, sinceramente. Es inhumano tenernos así. Básicamente es una cárcel. Uno entra, ve pacos, uno sale, ve pacos, uno tiene clases y tiene pacos en el techo. Esto es una cárcel, y si no lo creen, que vengan a ver. Esto no parece un lugar educativo. Somos estudiantes, no somos delincuentes”, insiste Giovani.

“Uno no puede solucionar un problema con mayor represión. Lo mismo que pasó con aula segura. Eso no vuelve a los espacios en espacios más seguros. Simplemente es una ley que permite expulsar a compañeros por alguna acusación que ni siquiera es probada con pruebas contundentes. Nos sentimos amedrentados, amenazados constantemente y esta violencia es una clara respuesta a lo que la municipalidad nos otorga. Si la municipalidad tuviera las ganas de conversar, no tendríamos tantos guanacos y zorrillos y retenes. Este problema parte de la municipalidad”, agrega Diego, con rostro serio, disgustado, decepcionado. 

Tan solo doce años

Vicente y Matías tienen doce años, están en séptimo básico y discuten si van o no a mostrar el pase escolar para entrar a estudiar. “No muestres ninguna cuestión”, dice Matías. Están desorientados. Son más de diez los carabineros de Fuerzas Especiales que impiden el paso en la puerta del instituto, por calle San Diego. Los policías que los deben visar los doblan en estatura y triplican en edad. Hay miedo. La competencia es desleal. Detrás de carabineros, algunas profesoras y auxiliares observan el momento con rostro compungido; el de los niños es tierno, dócil. A nadie se le podría imaginar que le harían daño a alguien dentro o fuera del colegio. Pero son estudiantes que saben muy bien lo que están viviendo. 

Encerrado entre los diez carabineros que impiden el ingreso al colegio y la cincuentena que vigila desde sus espaldas, Vicente, a sus doce, piensa que este lugar “parece cárcel, es como si fuera un internado, y nos tratan como que todos fuéramos del mismo saco, como que quisiéramos destruir el colegio, pero lo que queremos hacer es estudiar nomás. Venimos a estudiar, no a tirar fuego ni a pegarle a carabineros, venimos a estudiar como personas normales”. Matías, de rostro rellenito y cachetes rosados, dice que “se siente temor, porque después hay disturbios y carabineros toma a cualquiera y se la lleva a  la comisaría sin haber hecho nada. No quiero que eso me pase”. Tampoco es lo que quiere que le pase a su hijo una apoderada que aparece preocupada, declarando a algún canal de televisión que “el alcalde se excedió, mi hijo también tiene doce años y tiene a los carabineros en el techo”. 

Al cierre de la jornada, los estudiantes concluyen que hoy “aprendimos nada”. 

Gary Heredia, secretario ejecutivo del centro de alumnos, está agotado, indignado, impotente. Dice que hoy fueron “cerca de trescientos los carabineros que asediaron el instituto, entre los de la SIT, OS9, Fuerzas Especiales, la cantidad de drones que hubo en todo momento, los carabineros en el techo. Esto se escapa totalmente de las manos y no viene a hacerse cargo del problema real. No se escucha a la comunidad y lamentablemente estas medidas no traen nada. La jornada fue muy intranquila, no hubo clases en varios cursos y vivimos una gran molestia de los estudiantes. Se realizó un consejo de delegados y presidentes de curso para ver qué decisiones tomar, y una de ellas es hacer un referéndum para votar si se aprueba continuar con métodos de violencia este año”. 

En las noticias de la noche, los canales muestran las escenas del día. Un alcalde seguro, con autoridad, respalda la acción cuasi militar. Otra señora, una locataria de San Diego, teme que en cualquier momento muera un niño. Poco o nada aparece sobre el petitorio vigente de los estudiantes: no más aula segura, fin de la represión policial, fortalecimiento de la educación pública, cambios curriculares, educación sexual y no sexista, etcétera.

Al partir a casa, luego de un arduo día, Giovani dice lo que nadie, de ninguna trinchera política en esta disputa gris, podría negar. “Ninguna persona, sea estudiante, profesor o directivo, puede no sentir este sentimiento de represión, de rabia, de impotencia, porque no es grato para nadie levantarse para su trabajo, su estudio y estar vigilado por carabineros. Este ha sido el peor día del Instituto Nacional, hasta donde tengo conocimiento. Nunca había pasado que estuvieran los carabineros en los techos. Amanecimos sitiados y nos despedimos sitiados”.

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