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Antonia Giesen, actriz: «Es una vergüenza que hoy esté todo privatizado y que los canales hagan lo que quieran»

Por: Christopher Jerez Pinto | Publicado: 06.09.2019
Antonia Giesen, actriz: «Es una vergüenza que hoy esté todo privatizado y que los canales hagan lo que quieran» antonia giesen – copia |
Protagoniza la nueva película «El hombre del futuro», tiene un rol en la teleserie «Río Oscuro» de Canal 13 y aparecerá en «Ema», el próximo filme de Pablo Larraín. Así se configura la prometedora carrera de esta intérprete. El Desconcierto conversó con la actriz ganadora de un Premio Caleuche sobre sus proyectos en cine, el actual momento de la televisión y las luchas de género que hoy lideran las mujeres.

Debutó en televisión el 2016, interpretando a la rebelde Coca Echeñique en la teleserie nocturna de Mega «Sres. Papis». De ahí en adelante, la carrera de la actriz y psicóloga Antonia Giesen ha cosechado mayoritariamente éxitos.

A fines de 2018, interpretó a su personaje más reconocido: Karina Leiva, en «Pacto de Sangre», quien rápidamente se ganó el cariño del público. No por nada, la muerte de la adolescente en la ficción llenó páginas en la prensa y el hashtag #ResisteKarina se convirtió en la tendencia más comentada de ese día. La postal del «Señor Rojo» dejando a la joven muerta a causa de una sobredosis química se convirtió, sin duda, en todo un ícono del thriller de Canal 13.

Su primera incursión en el cine fue en la película «Calzones Rotos», estrenada a mediados de 2018, donde interpretó a una trabajadora sexual de los años ’20. Este 2019, la intérprete dio un nuevo salto hasta la pantalla grande, al protagonizar el filme «El hombre del futuro», del director Felipe Ríos.

En la ficción, estrenada a fines de agosto, Giesen interpreta a Elena, una chica adolescente que ha vivido toda su vida en Cochrane y se siente atrapada en el extremo sur de Chile. Después de muchos años, la joven se reencuentra con su padre, encarnado por el actor José Soza, y sobre ello se desarrolla la historia.

—¿Qué significa, personal y profesionalmente, dar este salto al cine?
—»El hombre del futuro» fue mi primera película en grabar. Y es bonito, porque efectivamente la historia se cuenta a través de un viaje, y nuestra filmación en el extremo sur de Chile fue un viaje; para mí, en todos los sentidos, literales y simbólicos. Me inmiscuí en un acto creativo que implicaba conectar con el colectivo, pensar y desglosar cada escena, impregnarse del sur y sus elementos, el frío, el viento, la gente y sus costumbres. Es una historia muy linda y sencilla para partir en el cine, una actuación pequeña, sutil, prematura y a ratos torpe, un lugar que podía ser incomodo, pero también honesto en mi momento de vida. Y en términos profesionales, ha sido significativa, ya que no me esperaba que con casi mi primera experiencia en actuación, después de sólo una teleserie, me premiaran por mi actuación en un festival tan bonito e importante como lo es Karlovy Vary.

—»El hombre del futuro» recibió financiamiento de BancoEstado, aporte que fue cancelado hace unos meses. ¿Qué te parece el actual escenario?
—Me parece nefasto y muy triste, porque tal cual como lo mencionó Alfredo Castro al ganar su premio en el Festival de Cine de Venecia, “el cine ha sido un embajador increíble en nuestro país y debería seguir siéndolo”. El cine chileno sólo va subiendo en categorías sobre contenido, formas de hacer, técnicamente, creativamente, etc., y es una pena que sea tan valorado afuera, pero no en nuestro propio país. Es de una ironía y contradicción tremenda. Cuando tenemos productoras intentando hacer una industria de calidad, técnica y humana, nos quitan presupuesto para que esas condiciones sean viables y llevadas a cabo. Entonces, sólo nos esperan malos sueldos, malas condiciones de trabajo, malos tratos.

Pienso que nadie aprende bajo malas condiciones. Sólo se aprende a reproducir malas prácticas. Lo mismo sucede con la educación de las niñas y niños. Más violencia, menos amor, más precariedad intelectual: todo esto sólo se traduce en una sociedad más infeliz e injusta. Creo fielmente que la gran tarea del Estado es brindar condiciones amables para que la gente sea feliz, y eso es a través de la buena distribución del dinero, educación, del resguardo de nuestros recursos naturales y, sin duda, de la cultura.

—También tendrás un personaje en la película «Ema». ¿Cómo fue participar del proyecto y trabajar con Pablo Larraín?
—Una gran aventura, en varios sentidos. Pablo tiene una manera bien intuitiva de dirigir. Sin duda, debe saber muy bien lo que desea, pero siento que se permite ir tanteando en el camino, y eso la hace una experiencia vertiginosa, donde lo que prima es la seguridad de que si te tiene para un rol, es porque uno aporta algo específico que él desea en ese engranaje. Entonces, hay que confiar, hay que jugar, entregarse sin prejuicio alguno. Mi rol es pequeño, pero aprendí mucho. Y, sin duda, confío que no sólo mis colegas lo hicieron maravilloso, sino que estéticamente es un proyecto intachable, con una dirección de foto prolija, arriesgada. Es un arte muy bien pensado, donde la visualidad y la música toman protagonismo. De lo que conozco de Pablo, pienso que es un director sensitivo, que piensa a través de texturas, pinturas, poesía y música. Entonces, no me cabe duda de que «Ema» será una gran película.

Renovar la televisión

—¿Cómo ha sido tu experiencia en una teleserie tan particular como Río Oscuro y qué te parecen los resultados de audiencia que ha obtenido? 
—Mi experiencia en Río Oscuro fue particular. Nunca me había tocado estar en un proyecto que no le fuera muy bien, y teniendo un elenco increíble de mucha experiencia y trayectoria. Pero también es interesante darme cuenta de que comencé a actuar en plena crisis televisiva, por lo que no me desarma por completo la idea del “fracaso”. Es un proyecto más en mi vida, y siempre se aprende. Hacer teleseries es un buen training. Disfruto a mis equipos técnicos, me relaciono con mi elenco. Pienso que de eso se trata, de pasarlo bien y vincularse desde lugares interesantes y creativos, y si es que uno lo desea, el espacio televisivo en algún punto también te lo permite.

—¿Es el rating un mecanismo vigente para medir el éxito de una producción?
—La medición del rating por medios formales me parece una forma prehistórica de medir el éxito o la cantidad de audiencia de un proyecto audiovisual. Todos sabemos que hoy en día la gente ve casi todo por Internet. Entonces, decir que nadie ve tal o cual proyecto, me parece una negación de la realidad actual, por ende, simplemente una estrategia comercial.

—¿Qué significó el Premio Caleuche que ganaste este año a Mejor Actriz de Soporte en «Pacto de Sangre»?
—Fue un gesto de acreditación y de legitimación de parte de mis colegas, que me ha permitido de alguna forma sentirme actriz, sin haber estudiado formalmente en una escuela de teatro. Es algo que ciertamente necesitaba de mi entorno. Mi deseo por actuar y seguir aprendiendo de este oficio ya estaba, pero había una cierta inseguridad por exponerlo al mundo.

—¿Qué le falta a la televisión?
—Educación, criterios más humanos para trabajar con lógicas sanas, con contenidos interesantes. Le falta ficción bien pensada, atrevida, reflexiva, inteligente. Porque podemos hacer comedia, pero hagámosla bien. Podemos hacer programas de entretención, cómo no, pero no hagamos daño reproduciendo modelos machistas, retrógrados y fachos. La televisión debe hacerse cargo del impacto que tiene en la sociedad. Es como los representantes políticos del país, independiente de sus formas de pensar o de actuar en su esfera íntima, en el espacio público deben operar distinto, con mayor prolijidad, porque tiene una responsabilidad sobre el bien común. Por lo menos un canal de televisión debiese tener presupuesto estatal, y que éste se ocupara de educar y de facilitar el acceso a la cultura y las artes. Es una vergüenza que hoy todo esté privatizado y que los canales hagan y deshagan como quieran, sin políticas que resguarden a sus trabajadores y que no se regule el tipo de contenido de sus programas, para que no dependan necesaria y únicamente de criterios económicos.

Cambios sociales

—Luego de las denuncias de acoso y abuso en el espectáculo durante el 2018, ¿has notado cambios en el panorama? ¿Cómo ha sido tu experiencia?
—El fenómeno del feminismo, y de todo lo que eso ha implicado, como el alzamiento de voces sobre situaciones abusivas e incómodas, me parece hermoso y necesario. Hay tantas cosas que van a comenzar a cambiar si esas prácticas y discursos los desnaturalizamos. Yo llegué a Canal 13 post conflicto Herval Abreu, y debo decir que lo que se produjo a nivel interno, sobre las relaciones, me pareció interesante. Llegué a un grupo humano cuidadoso. El primer día que grabé «Pacto de Sangre» y me tocaban escenas más atrevidas, ciertos cabecillas de la productora me preguntaron si estaba todo bien, si me había sentido cómoda y si necesitaba algo. De ahí para abajo, todo fue muy cómodo y respetuoso. Ahora, claramente las cosas no están del todo resueltas, el cambio es sin duda más lento y más profundo.

—Las actrices argentinas se han organizado en favor de la lucha por el aborto libre, ¿adhieres a esa causa? 
—Creo en la libertad de elegir si se desea o no traer una persona al mundo. Y como creo también que la gente puede equivocarse, la opción posterior a ese “error” lógicamente debiese ser poder optar si se quiere o no tener un hijo y cuidarlo por toda tu vida. Para mí, un principio básico ante el asunto del aborto tiene que ver con la cantidad de niños que se encuentran abandonados de diferentes maneras; unos de manera más literal que otros, pero abandonados finalmente, lo que se traduce muchas veces en personas dañadas, muchas veces con problemas psicológicos y psiquiátricos.

El arrebato de no dejarnos decidir por nuestra propia vida íntima, me parece sumamente violento, porque rige sobre algo que ni el Estado es capaz después de hacerse cargo. ¿Se ocupan de la educación de esos niños abandonados? ¿Los ayudan económicamente? ¿Tenemos, al menos, la opción de una educación gratuita? ¿Nos proveen de salud pública para todos? Nada. Entonces, ¿dónde caen estas personas? Al abismo.

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