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Opinión

Violencia por todos lados

Por: Carolina Ceballos | Publicado: 13.09.2019
Me preocupa pensar que este ambiente tóxico lo estamos normalizando al punto de enfrascarnos en absurdas discusiones en la fila de la caja de una tienda, me preocupan los insultos racistas en las canchas de fútbol, la violencia de las barras bravas, la del señor Laba, quien tras reventarle la pierna de una patada al “Gato” Silva en el partido del fin de semana entre La Calera y Universidad Católica, tuvo el descaro de reclamarle al árbitro su expulsión.

Violencia en el fútbol, violencia en la calle, violencia en el supermercado, en redes sociales, en todas partes por las que transito no veo más que violencia. Y, ad portas de una semana de celebraciones de nuestro aniversario patrio, donde el alcohol será el compañero fiel del entusiasta chileno ávido de un par de jornadas que, de alguna manera, nos permiten evadirnos de nuestra compleja realidad, me pregunto qué va a pasar con nuestra ya mermada capacidad de convivir desde la sanidad mental, desde la intención de generarnos mínimas condiciones para vivir y sociabilizar en paz, un concepto que, a estas alturas, más bien parece extraído de una publicación de Paulo Coelho o una clásica canción de Ricardo Arjona.

Nos estamos llenando de violencia, transversalmente. La que genera la brutal desigualdad social en nuestro país, ya debiera invitarnos a la reflexión, debiera instarnos a entender que si, como ciudadanos comunes y corrientes esa esfera no la podemos intervenir significativamente, sí debiéramos sentirnos convocados a modificar nuestro entorno más cercano, a generarnos espacios de sana habitabilidad, de alivio para nuestro recargado día a día.

Hablo de respetarse en cada lugar en el que nos toque intervenir, hablo de la compra diaria en el supermercado, en pensarlo dos veces antes de involucrarse en una discusión sin sentido vía Whatsapp, plataforma muy útil, pero bien poco amable cuando queda a merced de quien se siente en pleno derecho de descargar con su interlocutor de turno, sus frustraciones del día a día, asumiendo erróneamente y con una desidia que no es ni mínimamente tolerable, que el depositario de sus mensajes no merece adicionar a sus preocupaciones, las de un ser humano que insiste en enrostrarle a quien se cruce por su camino, las malas decisiones que tomó o, incluso, la mala fortuna que lo invade y que, ciertamente, no es de su exclusividad.

Me preocupa pensar que este ambiente tóxico lo estamos normalizando al punto de enfrascarnos en absurdas discusiones en la fila de la caja de una tienda, me preocupan los insultos racistas en las canchas de fútbol, la violencia de las barras bravas, la del señor Laba, quien tras reventarle la pierna de una patada al “Gato” Silva en el partido del fin de semana entre La Calera y Universidad Católica, tuvo el descaro de reclamarle al árbitro su expulsión.

¿Nos queda claro que así no se construye absolutamente nada? ¿Que si no empezamos a ser amables con el medio ambiente, en cualquier momento vamos a encontrar un trozo de una botella plástica dentro de un pescado frito?

Quisiera tener una mirada más auspiciosa respecto del futuro, pero cuando veo que en las salas de clases el bullying está a la orden del día, no puedo mantenerme esperanzada, no cuando veo que en Twitter se le desea masivamente la muerte a Cristóbal Cabrera, el joven conocido como Cisarro, luego de que nos enteráramos de que sufrió una agresión en el penal en el que se encuentra privado de libertad, lo que leemos escrito con una liviandad increíble en redes sociales.

Imagino que los grinch del 18 de septiembre ya deben estar preparando su embestida para, idealmente, caerle encima con total falta de vergüenza y respeto a los enfiestados, personajes que a veces hacen gala de su sobreentusiasmo en eventos varios en los que, ciertamente, tampoco tienen performances muy sobrias.

En definitiva, puedo haber perdido un poco la esperanza respecto del comportamiento que estamos teniendo, pero no he bajado los brazos a la hora de apelar a un modelo social en el que nos siga importando el otro, de quien me gustaría poder esperar un mínimo de empatía. Para vivir un poco mejor, compartiendo y escuchando discursos amables desde los cargos de poder hasta los círculos sociales más acotados, también tenemos que ser capaces de entender que hay quienes desean descansar y acuartelarse incluso, retraerse un rato.

Que la euforia no nos vuelva locos, que cada uno encuentre su espacio para disfrutar y descansar, que nadie pase a llevar al otro, que la indiferencia no se traduzca en violencia, porque cada uno merece lo mismo que el otro, no más que el otro. Y eso implica disciplina, sentido común, espíritu e intención real de habitar lugares amables, posibles de generar con disposición y humanidad. Vivir y dejar vivir, es el respetable consejo de algunos.

Carolina Ceballos