Avisos Legales
Opinión

Las calles hablaron

Por: Catalina Pérez | Publicado: 26.10.2019
Las calles hablaron marcha cata perez | Foto: Agencia Uno
Debemos organizar el clamor ciudadano, desde el espacio público, en una agenda de trabajo, con medidas de corto y mediano plazo que no permitan que perdamos la oportunidad histórica que la movilización social ha abierto para realizar transformaciones profundas al modelo neoliberal. Para eso, no nos perdamos, el debate público de los actores de oposición debe estar centrado en la discusión estructural que apueste a cambiar hoy las condiciones materiales en las que vive el pueblo chileno. Las responsabilidades políticas conducirán de manera inevitable a un cambio de gabinete liderado por la salida del hasta ahora ministro Chadwick, pero la movilización no necesariamente cerrará con transformaciones estructurales sino conducimos los esfuerzos a que así sea.

Estamos viviendo hoy una de las crisis sociales más importantes de la historia de nuestro país. Lo que comenzó con estudiantes saltando los torniquetes del metro, devino en un estado de excepción militar y en un estallido social sin precedentes con movilizaciones masivas a lo largo y ancho del país. Al descontento social acumulado por las grandes mayorías de nuestra Patria tras décadas de promesas de prosperidad incumplidas, se le sumó el desprecio de un gobierno incapaz de empatizar con la fila del consultorio o el alza del pasaje en el horario punta.

El gobierno apostó por la militarización, jugando con el miedo de una generación de chilenas y chilenos. Al miedo lo venció la rebeldía de un pueblo con memoria y desconfianza aprendida de los diálogos performáticos y los acuerdos por arriba. Nunca más sin la gente.

Nos han preguntado mucho cuál es el rol de la “clase política” y creo que ese análisis se basa en una premisa equivocada. Esta idea de que los representantes electos somos capaces hoy de construir por nosotros mismos un nuevo pacto social, es una idea errada porque supone la existencia de una democracia sana y no reconoce el momento constituyente en el que nos encontramos. Estos días la política salió de los pasillos del Congreso y de La Moneda para llegar a la calle. La gente ha hecho política con cacerolas en mano, con conversaciones en el barrio. Frente a eso la élite tradicional ha querido hacer política de la única manera en que la entiende: con soluciones por arriba, grandes acuerdos nacionales o almuerzos a puertas cerradas. La pregunta es entonces, desde dónde y con quiénes queremos hacer política. La génesis de partidos como Revolución Democrática ya tomó esa decisión por nosotros. Somos parte de una generación traicionada por la privatización de la política, por la división de dos dimensiones hasta ahora irreconciliables donde se le negó el ejercicio de la política a las personas. Somos parte de la generación traicionada por una transición que hizo política para la gente, con logros y desaciertos, pero sin la gente. Hoy, mientras vemos por fin desdibujarse la línea divisoria entre las cacerolas y la “política de verdad” debemos tomar posición. Nunca más sin la gente.

Ahora, desde esta posición, ¿cuál es la tarea que nos corresponde como sujeto político en este escenario? Tal como dijimos en la última elección nacional, donde se tildaba de excesivo e ideologizado nuestro diagnóstico sobre la desigualdad existente en Chile: una nueva revolución democrática exige que Chile pierda el miedo y organice la esperanza. Debemos organizar el clamor ciudadano, desde el espacio público, en una agenda de trabajo, con medidas de corto y mediano plazo que no permitan que perdamos la oportunidad histórica que la movilización social ha abierto para realizar transformaciones profundas al modelo neoliberal. Para eso, no nos perdamos, el debate público de los actores de oposición debe estar centrado en la discusión estructural que apueste a cambiar hoy las condiciones materiales en las que vive el pueblo chileno. Las responsabilidades políticas conducirán de manera inevitable a un cambio de gabinete liderado por la salida del hasta ahora ministro Chadwick, pero la movilización no necesariamente cerrará con transformaciones estructurales sino conducimos los esfuerzos a que así sea.

Para eso, debemos dedicar nuestras energías a la articulación de actores del mundo social, académico, cultural, artístico, municipal y político de forma prioritaria. En este esfuerzo no hay espacio para mezquindades, posicionamientos de corto plazo, o individualidades. Este momento histórico exige de unidad, inteligencia y responsabilidad.

Como primer paso, estamos impulsando un conjunto de iniciativas que, con una mínima voluntad del Presidente, pueden cambiar hoy las condiciones de vida del pueblo chileno: el aumento inmediato de las pensiones y del sueldo mínimo a partir de enero 2020 para que ningún adulto mayor o familia trabajadora viva bajo la línea de la pobreza, el pasaje gratuito para  la tercera edad en el transporte público; la disminución de la jornada de trabajo a 40 horas; el control de precios de los medicamentos; la democratización del agua a través de una modificación constitucional, un impuesto a los super ricos para aumentar la recaudación para financiar estas iniciativas y la rebaja inmediata de la dieta parlamentaria y de los sueldos de los altos cargos públicos.

¿Y después? la magnitud de la ruptura del pacto social exige reflexionar sobre cuál es el Chile que queremos construir. Chile necesita cambios al modelo donde participemos todas y todos, y eso solo es posible con una nueva Constitución. Tenemos la posibilidad de avanzar en una reforma constitucional inmediata, que permita al Ejecutivo llamar a un plebiscito, convocar al pueblo a decidir la manera en que nos dotamos de un verdadero Pacto Social, deliberado y analizado a lo largo del territorio nacional por todas y todos. Hagamos carne la esperanza de las calles, necesitamos que la política abra las puertas a que todas y todos participen de la construcción de un nuevo Chile más justo y democrático. Lo podemos hacer, lo vamos a hacer.

Catalina Pérez