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Opinión

El pequeño mapa audible de las calles de Santiago de Chile

Por: Sebastián Herrera | Publicado: 13.11.2019
El pequeño mapa audible de las calles de Santiago de Chile Plaza de la Dignidad | Foto: Agencia Uno
Hay estruendos y ruidos en los nuevos nodos de información que proliferan en las calles. Los soportes de comunicación notifican, rítmicos, los sonidos que cruzan, se evitan, chocan y contraponen a los medios formales. La interferencia de los blogs, tuits, post e historias contrastan la oficialidad: el sonido del teclado, el desliz de las huellas dactilares, el click de la cámara de los dispositivos móviles, el siútico sh, del hashtag que ahora recupera la tonalidad de la calle: el ch que impuso, durante 48 horas, a #piñeraculiao como trending topic nacional, al mismo tiempo que las pantallas líquidas, viralizan la contrainformación que WhatsApp ya no supo guardar y que Telegram traduce en el onomatopéyico psss del spray que talla el muro y la calle con el algorítmico 1312 como nuevo código de manifestación, que deja oír la carcajada que se burla de chalecos y pelucas amarillas que corren replicando la hilaridad absurda de las performances de las llamadas autoridades.

Hoy es el sonido, las resonancias mistralianas que hacen la tierra audible. Un tiempo que se divide entre quienes deciden dar curso a la voz o quienes callan. No habíamos sido testigos del registro de un sonido de esta envergadura y hoy es imposible no volver audible lo que explota. Luego de 30 largos años y a pesar de las pistas, nadie quiso escuchar lo evidente. El descontento finalmente estalló y los múltiples actores vociferan el malestar a punta de un discurso que se propaga entre pies, marchas y resistencias que exigen lo que no había sido posible: el fin de una silenciosa transición que, en su lamentable fin ciego, hace una cartografía del sonido que se quiebra en el cemento, sobre el vidrio, en el ondulante fuego que calcina el descontento de esas cajas de resonancias de cuerpos magullados.

Hay estruendos y ruidos en los nuevos nodos de información que proliferan en las calles. Los soportes de comunicación notifican, rítmicos, los sonidos que cruzan, se evitan, chocan y contraponen a los medios formales. La interferencia de los blogs, tuits, post e historias contrastan la oficialidad: el sonido del teclado, el desliz de las huellas dactilares, el click de la cámara de los dispositivos móviles, el siútico sh, del hashtag que ahora recupera la tonalidad de la calle: el ch que impuso, durante 48 horas, a #piñeraculiao como trending topic nacional, al mismo tiempo que las pantallas líquidas, viralizan la contrainformación que WhatsApp ya no supo guardar y que Telegram traduce en el onomatopéyico psss del spray que talla el muro y la calle con el algorítmico 1312 como nuevo código de manifestación, que deja oír la carcajada que se burla de chalecos y pelucas amarillas que corren replicando la hilaridad absurda de las performances de las llamadas autoridades.

Como estalactitas caen quejidos, murmullos y ecos que reverberan en los hospitales de jóvenes golpeados, mutilados, violados y también el secreto de otros tantos -demasiados- muertos. No es posible higienizar la gaza roja que emite una tirante e imperceptible resonancia sobre los ojos, pechos, piernas, muslos y donde haya hecho encuentro el azar y la mala puntería. Ahí el cuerpo se ilumina, raja, abre y devela rojo en el triste y contundente golpe numérico de los 5 mil detenidos y más de mil heridos por golpes, gases, disparos de bala, balines, perdigones o armas de fuego no identificadas, en poco más de 20 días de manifestaciones, que oyeron de una guerra, donde se construía a un enemigo ficticio, poderoso y organizado, por el solo hecho de acompañar sus armas -cacerolas y cucharas de palo-, con mascarillas de oxigenación y lentes antiparras con norma ANSI Z87.1 o Z87+.

También se resuenan, graves, los materias nobles: el sonido de las balas sobre la carne blanda que, sin embargo -siempre hay un sin embargo-, anuncia que aún falta el resto del cuerpo, así como la voz de jóvenes que supieron reivindicar su identidad y que hoy son violados con lumas introducidas en sus anos, mientras a otros los hacen respirar sobre la basura, bajo amenazas y promesas que cumplen en nombre de la seguridad pública, por medio de la vibración de los vejámenes, violaciones, muertes a golpes de culatazos y suicidios inventados que callan el asesinato.

En las pausas de silencio y muy al pesar de todo esto, otros sonidos también se congregan: las ciencias, artes, el mundo de las subjetividades, cultura, juntas vecinales, organizaciones, colectivos y comunidades, dejan que la voz dialogue, discuta y trabaje en la búsqueda de la solución que ebulle y exige, entre barricadas, botellas rotas, gritos, cánticos roncos, ahogados y disfónicos, las interjecciones de un nunca más roto.

En el lugar de la voz que desoyó el alborozo del pueblo, el sonido solo parece quebrarse cuando invocan el cuidado de la seguridad de un país que ha decidido marchar a pesar de todo o, más bien, sin perder el miedo a entregarse a la escucha, cuando quitan los ojos y quedan solo los oídos, para insistir en el cuerpo sinfónico de una raza que trabaja, padece y batalla.

Sebastián Herrera