Avisos Legales
Opinión

El año del cerdo

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 28.12.2019
El año del cerdo chancho |
Aún no ha terminado de estallar el volcán chileno. Ya han sucumbido Carabineros, el Frente Amplio, la Constitución del 80, el dólar, Pepe Auth, la UDI, Carlos Peña, Karol Dance, el presidencialismo. Todos parecen piezas de cera derretidas por las rocas plutónicas.

Todo comenzaba con un empresario gordo, directivo de Gasco, expulsando a un par de bañistas desde su jardín a orilla del lago Ranco. Las redes sociales estallaban (por supuesto desde aparatos telefónicos que vacacionaban en diversos rincones de Chile y el mundo) y denunciaban la prepotencia del latifundista que se prestaba como animal de sacrificio, ante una turba virtual que ya comenzaba a hablar de guerra social.

Por esos mismos calurosos días, el Presidente Piñera aterrizaba en Cúcuta, ciudad  fronteriza entre Colombia y Venezuela,  ofreciendo ayuda humanitaria al pueblo venezolano y, además, interpelando desde la plataforma de un camión al gobierno de Maduro, respecto a las violaciones a los DD.HH. que su mandato bolivariano cometía contra los opositores a su régimen.

En ese mismo tranquilo y generoso mes de verano, eran  formalizadas dos mujeres acusadas de haber agredido a combos y patadas al Presidente del Tribunal Constitucional, Iván Aróstica, y el Festival de Viña veía las rutinas humorísticas más atrevidas del último tiempo, destacando la del argentino Jorge Alís, que incluía un vaticinio de estallido social en aquella parodia hecha desde un vagón de metro atestado de gente.

Entonces llegaba marzo y comenzaba el año legislativo con una sorpresa no menor: un reportaje de Ciper develaba que la modificación a la ley general de servicios eléctricos, votada de manera transversal (desde el PC Daniel Núñez a J.A. Kast) por el parlamento el año anterior, incluía el cambio de medidores eléctricos viejos a medidores inteligentes, pero con costo a pagar por los clientes. El Congreso hacía un mea culpa, avergonzado, reconociendo que los tecnicismos les habían pasado una mala jugada. Un error que llegaba al bolsillo del ciudadano de a pie.

Eran meses de grandes conciertos de rock, en una de las capitales donde los precios de boletos para estos eventos son de los más caros a nivel mundial. Sin lugar a dudas, el más esperado concierto fue el de Paul McCartney, al cual asistió Piñera y, claro, el Estadio Nacional se vino abajo en pifias, justo cuando el ex Beatles interrumpía su presentación para saludar a su “invitado especial”.

Pero Piñera, antes que político, es un jugador, un bróker. Por lo mismo es que no se amilana y vive cada segundo desde la intensidad de un niño adicto al azúcar. Quizás por lo mismo, es que en abril emprendía un viaje de Estado a China y no dudaba en subir al avión presidencial a dos de sus hijos. Es más: los sumó a una reunión de negocios con empresarios asiáticos de la industria robótica (cuatro meses antes los hijos de Piñera habían constituido una empresa de robótica).

Para entonces, el volcán ya echaba humaredas y  asomadas de fuego. Desde el horizonte lejano algo se veía, pero todo iba muy rápido, no había tiempo para contemplaciones poéticas. 

Las portadas de diarios daban cuenta de la Conadi respaldando la compra de terrenos del subsecretario del Interior en comunidades indígenas; la encuesta Criteria develaba un respaldo ciudadano a Piñera de 44%; dos jueces de la corte de apelaciones de Rancagua eran suspendidos por eventual tráfico de influencias y el Ministerio de Vivienda se veía en la obligación de cambiar el nombre al Parque Renato Poblete, luego que el ex cura del Hogar de Cristo fuera acusado de cometer abusos sexuales.

Parecía que la Copa América y el arribo de la selección chilena a semifinales lograrían desviar aún más la mirada hacia el volcán y sus fumarolas. Pero no, un artefacto explosivo había cruzado Santiago para alojarse en la oficina (Quiñenco, grupo Luksic)  del ex ministro del Interior (Piñera I) Rodrigo Hinzpeter.

En el centro de la capital,  los estudiantes del Instituto Nacional continuaban batallando contra un obtuso alcalde de Santiago, que en vez de intentar hacer política y llegar a acuerdos, se dedicaba a amenazarles con la clausura del emblemático establecimiento educacional. Al mismo tiempo, surgían las provocadoras declaraciones de ministros y subsecretarios -cómo olvidarlas-, cual ritual tribal clamando por el despertar del volcán, hasta entonces semi-dormido.

El subsecretario de Redes Asistenciales achacaba el colapso en consultorios a pacientes que  hacían vida social en estos centros. Por otro lado, el  ministro de Hacienda invitaba a los chilenos a comprar flores, a la hora de analizar la pobre variación del IPC del mes de septiembre. Y llegó ese inolvidable 8 de octubre, día en que el ministro de economía, Juan Andrés Fontaine, salía a defender el alza en el precio del boleto de metro, recomendando a la gente levantarse más temprano para aprovechar la tarifa económica: “el que madrugue será ayudado”.

Ese mismo día Piñera declaraba en vivo y a través de un matinal, que “en medio de la convulsionada América Latina, Chile es un oasis”.  

Lo lograron. Despertó el volcán dormido. Fue el viernes 18 de octubre que la energía acumulada durante 30 años activó al macizo andino, provocando un sismo social nunca antes presenciado en el país post Pinochet. Aquella tarde y noche, la lava comenzó a caer desde el cielo, arrasando las estaciones del metro más moderno de América Latina. Así mismo, la tronadura subterránea comenzaba a activar barricadas, saqueos, incendios y una marcha de 2 millones de personas.

Las torpes y salvajes reacciones del gobierno, en nada lograron mitigar la fuerza volcánica y por el contrario, provocaron muertes, torturas y una impresionante cantidad de ciudadanos con pérdidas de sus ojos.

Aún no ha terminado de estallar el volcán chileno. Ya han sucumbido Carabineros, el Frente Amplio, la Constitución del 80, el dólar, Pepe Auth, la UDI, Carlos Peña, Karol Dance, el presidencialismo. Todos parecen piezas de cera derretidas por las rocas plutónicas.

Nunca olvidaremos este año y de seguro los libros de historia lo marcarán como un antes y un después. Es 2019, según el horóscopo chino, el año del cerdo, símbolo de prosperidad,  organización y fertilidad. Pero mirado desde una perspectiva mundana, occidental y capitalista, el cerdo es sinónimo de pereza, vida fácil y astucia reducida. La guerra fue total: fue intestina y entre chilenos, según Piñera; fue nuclear, según Corea del Norte; y fue económica, según Washington y China. Chancho seis-seis-seis y capicúa.

 

Cristián Zúñiga