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¿Por qué dignidad y no desigualdad? Breve reflexión sobre la semiótica del “estallido”

Por: Fernanda Stang | Publicado: 13.01.2020
¿Por qué dignidad y no desigualdad? Breve reflexión sobre la semiótica del “estallido” Plaza de la Dignidad | Foto: Agencia Uno
¿Por qué no fue la desigualdad, como principal objeto de un horizonte de cambio, la idea que primó en los sentidos de la lucha?, por qué, se pregunta uno, si es la causa principal de todos los males. ¿Por qué, entre los cauces que ha ido tomando el movimiento, ganó fuerza la necesidad de un cambio constitucional más que otras demandas que podrían suponer un abordaje real de las causas de esa desigualdad?, sin desconocer la urgencia y relevancia del cambio de Constitución. No es el propósito de esta columna dar respuesta a estas preguntas, mi objetivo es compartir esta inquietud.

Siempre me han causado sospecha los escritos o intervenciones que parten con definiciones de diccionario, un poco por el facilismo del recurso, y otro poco porque los diccionarios son instituciones siempre desbordadas por la incansable semiosis social. Sin embargo, en esta ocasión recurriré a lo que critico, aún con estas aprehensiones, porque ese significado estabilizado fija una base para el argumento, aunque sea inestable.

Si uno piensa en las ideas fuerza que han atravesado los acontecimientos que hemos vivido en el país desde el 18 de octubre de 2019, “dignidad” parece ser una de las más potentes y extendidas: el rebautizo de Plaza Italia como Plaza de la Dignidad, la idea de luchar por una vida digna, pensiones dignas, salarios dignos, e indirectamente el eslogan que propone “hasta que valga la pena vivir”, son algunas materializaciones de ello.

Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de dignidad? Por supuesto que responder esta pregunta supondría indagar en las representaciones de todxs quienes han (hemos) levantado esta idea, en carteles, en memes, en posts, en tuits, en cánticos… Aún así, las definiciones de diccionario nos proveen un esbozo, un cierto trasfondo, que aunque pueda estar mutando, está ahí. En el diccionario de la Real Academia Española se sostiene que dignidad alude a la “cualidad de digno”, y que digno significa “merecedor de algo”; “correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo”; “que puede aceptarse o usarse sin desdoro. Salario digno. Vivienda digna”, cuando se dice de una cosa.

La lectura de esas definiciones deja una sensación de resignación que no parece ser la actitud de quienes han formado parte activa de este movimiento de los últimos meses de 2019, y contando ‒y digo movimiento en sentido amplio, sin adentrarme en discusiones sobre la definición de movimiento‒. “Merecedor”, “proporcionado”, aceptable, no son ideas consistentes con el “con todo si no pa’ qué”, que también ha tenido fuerza como eslogan de la lucha por estos días.

Frente a esa sensación, resulta inevitable la pregunta sobre las razones por las que unas ideas cobran más fuerza que otras. ¿Por qué no fue la desigualdad, como principal objeto de un horizonte de cambio, la idea que primó en los sentidos de la lucha?, por qué, se pregunta uno, si es la causa principal de todos los males. ¿Por qué, entre los cauces que ha ido tomando el movimiento, ganó fuerza la necesidad de un cambio constitucional más que otras demandas que podrían suponer un abordaje real de las causas de esa desigualdad?, sin desconocer la urgencia y relevancia del cambio de Constitución. No es el propósito de esta columna dar respuesta a estas preguntas, mi objetivo es compartir esta inquietud. Las respuestas, como la propia semiosis social, serán polisémicas, tan polisémicas como la idea de igualdad. Aún así, parece evidente que las implicancias de pedir una vida digna no son las mismas que las de pedir una vida con igualdad.

Fernanda Stang