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Opinión

El deshielo

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 15.03.2020
El deshielo iceberg |
El iceberg de los noventa quiso hacerle ver al mundo que los chilenos éramos diferentes al resto de la movediza América Latina, que éramos poseedores de una personalidad que se adecuaba al modelo económico legado por las aulas de Chicago. El mensaje para los empresarios del mundo era que aquí habitaban sujetos fríos y desapasionados, como un lejano tempano de la Antártida, reserva natural que, pese a todos los vaivenes de la naturaleza, se mantenía, hasta entonces, incólume y colosal.

En estos paradójicos días y especialmente en esta semana recién pasada, en que muchos chilenos mayores de 40 años comenzaron a homenajear o lapidar el legado del Chile post Pinochet, viene bien recordar una de las imágenes más glamorosas protagonizada por la política internacional de nuestro país: el iceberg de la expo Sevilla.

Se trató de una increíble operación diseñada y ejecutada en 1992 por el entonces gobierno de Aylwin y que consistió en trasladar un trozo de iceberg desde la Antártida a España, específicamente a la expo Sevilla, iniciativa que entonces, celebraba con bombos y platillos los 500 años del descubrimiento ( invasión) de América y que recibía a países de todo el mundo quienes se ubicaban en stand y pasillos, para promocionar sus culturas y mercados.

Esta mega producción chilena tuvo un costo de 12 millones de dólares (en un país que entonces marcaba altos índices de pobreza legados por la dictadura) y llamó la atención de los principales medios del planeta (en ese planeta donde aún no había internet), quienes observaban sorprendidos la extravagante puesta en escena del tercermundista país que venía saliendo de una de las dictaduras militares más feroces de la modernidad.

En aquel noventero verano de la España de Felipe González (esa que disfrutaba del destape social demócrata) desembarcaba desde el buque Galvarino y con temperaturas que sobrepasaban los 40º C, toneladas de hielo chileno que aspiraban a simbolizar eficiencia, pulcritud y por sobre todo, lejanía del letargo caluroso que proyectaba Latinoamérica.

No está mal recordar las declaraciones del director de aquel proyecto, Eugenio García, mismo ideólogo publicitario de la campaña del NO: “si podemos transportar este hielo, podemos transportar productos frescos chilenos, como frutas o salmón, a cualquier parte del mundo con la misma eficacia” .

Entonces el New York Times hizo mofa de la operación chilena en una de sus editoriales: Chile´s chilly idea (una idea chilena para quedarse helado) y la comparaba con pasajes de las obras del realismo mágico de García Márquez. Los ideólogos del proyecto iceberg se agarraban de aquella máxima que comenzaba entonces a inundar los pasillos de palacio y las nuevas dependencias de la administración concertacionista: lo importante era dar que hablar, aunque lo que se hablara fuera sobre el ridículo que hacíamos.   

Luego de aquel episodio casi fundacional de las políticas publicitarias del comercio exterior local, comenzaron a abrirse oficinas de venta, marketing y posicionamiento país, con el objetivo de apoyar a privados y empresas estatales en el complejo escenario de globalización que comenzaba a asomar, en ese mundo que asumía la derrota de los socialismos reales y observaba el vertiginoso desarrollo de un capitalismo desbocado.

Y es que el proyecto país de la Concertación tomó la decisión de subirse al carro de la modernidad tardía, mirando a Corea del Sur o Japón como referentes, casos de sociedades que luego de sendas guerras, habían quedado en el suelo y a punta de sacrificio  y marketing, lograron revertir sus miserias, al punto de transformarse en sinónimos de eficiencia y modernización (luego supimos que también cargaban con las mayores tasas de suicidios juveniles y depresiones del planeta ).

El iceberg de los noventa quiso hacerle ver al mundo que los chilenos éramos diferentes al resto de la movediza América Latina, que éramos poseedores de una personalidad que se adecuaba al modelo económico legado por las aulas de Chicago. El mensaje para los empresarios del mundo era que aquí habitaban sujetos fríos y desapasionados, como un lejano tempano de la Antártida, reserva natural que, pese a todos los vaivenes de la naturaleza, se mantenía, hasta entonces, incólume y colosal.

Mucha agua ha corrido desde aquella mega producción publicitaria y de seguro proveniente del mismísimo deshielo del iceberg. Habría que ser necios o mentirosos si afirmáramos que las políticas de apertura comercial ejecutadas por los gobiernos post dictadura no rindieron. Cabe recordar que la salida de Chile al competitivo comercio mundial significó mejorar nuestra macro y micro economía y, con ello, se desarrollaron las condiciones materiales de un país que logró en un periodo de tiempo record reducir los brutales índices de pobreza legados por la dictadura.

Es más, la apertura comercial de Chile y el trabajo desarrollado en pos de una marca que le asociara a esa imagen de témpano, logró en alguna medida su propósito. En los últimos diez años nuestro país ha sido uno de los preferidos por inversionistas extranjeros e incluso países con estrictos controles migratorios, accedieron a liberar restricciones para el ingreso de ciudadanos chilenos a su territorio.

Fue así como el iceberg de la expo Sevilla navegó durante casi tres décadas en los océanos de la hiper modernidad, pero al mismo tiempo comenzó a experimentar los costos del progreso material, ese mismo que tal como lo expresa el filósofo alemán, Peter Sloterdijk , socava todo, hasta el techo metafísico que otorgan la religión, institucionalidad y comunidad. Es esta capa de ozono metafísica la que nos protegía de aquellos esenciales temores que el humano de la modernidad actual experimenta frente a la inmensidad y el vacío del universo.

El iceberg no toleraba comunidades, masas ni sociedad, pues su delicada superficie podía experimentar fatiga de material. Tampoco se podía hablar fuerte ni menos generar ruidos, pues podía desarrollar desprendimiento. El pedazo de hielo solo era mantenido y administrado por especialistas, mientras que nosotros teníamos que limitarnos a observarlo desde la lejanía y confiar ciegamente en su rendimiento, a través de reportes financieros o macroeconómicos.

Durante 28 años el iceberg se mantuvo a pesar de diversas inclemencias, sin embargo, apareció una variable que no estaba contemplada o que no se quiso aceptar: el cambio climático social. Ya en los últimos 9 años, informes del PNUD advertían a los gobiernos de Bachelet y Piñera sobre el ingreso de rayos de malestar social, que se filtraban por los forados que dejaba el techo metafísico de los chilenos. La hiper modernidad provocó el desprendimiento de aquella esfera que protegía, desde las sacrosantas instituciones, al exitoso trozo de hielo.

De aquel iceberg ya no queda nada y la marca país se ha derretido junto al hielo. De aquel pabellón de globalización y modernidad queda nada; la reciente peste le quitó hasta el último transeúnte y las fronteras europeas se cerraron.

Pasada la medianoche de la modernidad, uno puede mirar a los autores que la describieron desde su temprano atardecer y solicitar algunas orientaciones. Sin lugar a dudas, el que pareciera haber diagnosticado y proyectado de manera más certera al proyecto de la modernidad ha sido Marx, quién dejó anotado que, el futuro depende del pasado y este último establece las condiciones estructurales del cambio y presta también su simbología para representar los nuevos días.

Tanto la peste global (Coronavirus) como el estallido local, nos dejan en un momento crucial, donde debemos repensarnos como sujetos y comunidad, en un escenario incierto y donde las certezas que el proyecto de la modernidad parecía garantizar, se han ido desvaneciendo develándose como una fantasmagoría sin rostro.

Pensar nuestro proyecto futuro de sociedad debe partir por reconocer y aceptar lo que intentamos ser en algún momento, pues parte de aquello se metió en nuestras subjetividades. Nunca olvidar que quisimos ser un iceberg.

Cristián Zúñiga