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Opinión

Por una ingeniería más humana

Por: Roberto Pizarro Contreras | Publicado: 12.09.2020
Por una ingeniería más humana Edificio del Colegio de Ingenieros |
El Colegio de Ingenieros no está sólo para recitar cual ventrílocuo los beneficios de las modas de la industria, sino para denunciar cuáles son también sus falencias y enriquecerlas en el ejercicio crítico.

Entre el 21 y 26 de septiembre se realizarán las elecciones generales del Colegio de Ingenieros de Chile A.G. Una ética ingenieril basada en una mayor aportación social es lo que requiere con urgencia nuestro gremio. El prestigio histórico no es suficiente y se agota si el impacto del pasado no se replica con propuestas frescas.

Actualmente atravesamos severas dificultades en la captación de nuevos socios, su fidelización (loyalty) y compromiso (engagement). Asimismo, late todavía con intensa preocupación la cuestión de la integración regional, que de algún modo providencial y muy levemente vino a compensar el Covid-19 y la telecomunicación forzada. Esa falta de nuevas miradas no hace más que anquilosarnos, además de volver improductivo el invaluable know-how de nuestros socios más viejos y de aquellos que viven directamente la realidad del resto del territorio. Todos salimos perjudicados en la exclusión.

Nuestro único atractivo reside en una serie de beneficios o servicios tipo “club”, pero lo que debe comprenderse es que la labor gremial no obedece a un cálculo utilitarista (“lo que me da el Colegio a cambio de mi contribución”). El tipo de trabajo que implica el gremialismo (en el sentido puro que aquí se concede al término) es el de un goce virtuoso, una dignificación del alma, como es el que Aristóteles defendió. Si ese espacio (el de defender gustosamente la ingeniería) no lo concede el Colegio, quiere entonces decir que en alguna medida lo está propiciando el mundo empresarial, específicamente el mundo de los emprendedores y otros start-uppers, quienes no sólo serían creadores de los productos y servicios que comercializan sino que, además, en los casos más exitosos, darían cátedra de su ingenio en summits y concentraciones afines. El Colegio de Ingenieros de Chile estaría, por consiguiente, quedándose a la zaga.

Hay una serie de preguntas fundamentales que aún no nos hemos hecho y de las que pende nuestra supervivencia. ¿Qué están haciendo hoy nuestros ingenieros?, ¿qué es de facto (para bien o para mal) la ingeniería?, ¿cómo debería ser el buen desarrollo del universo de ingenieros y qué está haciendo y cómo puede el Colegio ajustar sus acciones gremiales para dar cumplimiento a tal visión de la disciplina?

El Colegio de Ingenieros no está sólo para recitar cual ventrílocuo los beneficios de las modas de la industria, sino para denunciar cuáles son también sus falencias y enriquecerlas en el ejercicio crítico.

No es menor que un ingeniero prefiera que le salgan canas, se le caiga el pelo, engorde y envejezca apremiado por los plazos y los filosos indicadores de desempeño (KPI’s) como analista, jefe, subgerente, gerente o director, a cambio de una remuneración para su sobrevivencia cotidiana, sin que dé lugar a una autorreflexión de su quehacer ingenieril. No es para nada baladí que nunca se plantee la cuestión del rol de su oficio en la sociedad y en su lugar exponga que aquel es bueno en todos los contextos y que, como corolario, está libre de ejercer efectos perniciosos en la realidad. Ya Alexandre Grothendieck, uno de los matemáticos más importantes del siglo XX, laureado con la medalla Fields, nos advirtió, en un gesto honesto pocas veces visto en la historia de la tecnociencia, que debemos cuidarnos de “vender el alma”. Otro crítico de lo técnico, Günther Anders, también nos había prevenido de que “nada desacredita hoy más rápidamente a un hombre que ser sospechoso de criticar a las máquinas […] la crítica de la técnica se ha convertido hoy en un asunto de coraje cívico”.

Ciertamente, la culpa no es sólo achacable a factores externos. Es así que se nos convoca a tener la voluntad de conocerse como ingenieros, a co-construir la ingeniería y defender sus espacios y agentes en sintonía con los problemas de la sociedad global. Con el mismo empeño con el que se erigió nuestra nueva casa matriz en avenida Santa María hace un par de años, con ese “penseque ingenieril” que le hemos oído defender orgulloso a nuestro presidente tantas veces, debemos consagrarnos a la reingeniería del gremio. Aquí no valen esas excusas como “yo esperaba más cuando me asocié y al final me he sentido decepcionado”, porque es muy fácil y cómodo arribar en un lugar donde las cosas marchan viento en popa o rendirse a la primera intentona.

Nos hace falta una autocrítica severa, sincera e interiorizada al punto de que cada quien sea capaz de sintetizar una ética de la responsabilidad, para luego federar fuerzas. El filósofo alemán Hans Jonas, en su pionero y famosísimo principio de la responsabilidad, llamó a “obrar de tal manera que los efectos de la acción de cada cual sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana sobre la Tierra”.

Por último, a propósito de filósofos y de pensar la ingeniería y la razón de ser del Colegio, pienso igualmente que ya es tiempo, ahora que la ingeniería ha alcanzado un estadio de desarrollo suficiente, para impulsar la dimensión intelectual del Colegio, para emprender en diversos grados una filosofía de la ingeniería. Si no damos el ejemplo nosotros, que somos gremio, ¿quién lo hará? Ello querrá decir entonces que hemos cobrado auténtica conciencia de lo que hacemos y de lo que se hace, insisto, con la ingeniería. Porque necesitamos, qué duda cabe, una ingeniería más humana. Y cuando la tengamos, su efecto será tan reluciente que habrá tenido repercusiones estéticas y no será raro que, como en las grandes academias de ciencia, algún esteta afanoso nos dedique, por ejemplo, una estatua del ingeniero pensante que llene el espacio de la explanada de nuestra casa matriz, reconociendo de esta manera el valor que al mundo brinda la buena técnica y sus agentes. 

Roberto Pizarro Contreras