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Opinión

Memoria disidente para que nunca más en Chile

Por: Rodrigo Mallea y Leonardo Jofré | Publicado: 20.09.2020
Memoria disidente para que nunca más en Chile | AGENCIA UNO
Cada septiembre vuelven a sentirse de forma más vívidas los retratos de quienes ya no están. La sangre se vuelve más roja, las pieles más morenas, los cuerpos más tensos ante la historia que cargamos en ellos. Pero poco se nos cuenta en ello de la política sexual de la dictadura, de los cuerpos vejados a palos por ser travestis, de la sociedad de control que no necesitó sólo del Estado, sino que contó con la denuncia anónima al maricón del barrio para luego aparecer, al día siguiente, descalabrado a golpes por los militares.

Las personas LGBTIA+ también fuimos víctimas de la dictadura. El golpe militar de septiembre de 1973 que daría inicio a la cruenta dictadura militar chilena terminó con la vida de 3.000 personas y dejó –reconociéndose como víctimas– al menos a unas 40.000 personas más. Sin embargo, en el camino de la lucha por justicia hay una omisión permanente: la historia de las disidencias sexuales y de géneros. La memoria histórica hoy nos retumba como un eco a la población LGBTTTQA+ con una pregunta que permanece pendiente: ¿qué pasó realmente con las historias de la población disidente durante este periodo? Los crímenes de odio debido a la orientación sexual o identidad de género no tuvieron cabida en el Informe Rettig ni en la Comisión Valech. Pareciera como si las golpizas, las agresiones físicas y sicológicas, las violaciones y el haber quitado vida a personas sólo debido a ser parte de las disidencias sexuales no hubieran ocurrido en la dictadura militar de nuestro país.

Más allá de los grandes y valorables esfuerzos de activistas, que mediante sus recopilaciones y testimonios han logrado reconstruir el pasado, nuestro país aún no se hace cargo de la búsqueda de verdad que merecen las víctimas LGBTTTQA+ de la dictadura. Existió una tolerancia por omisión a la homosexualidad que proveniere de la clase acomodada, mientras se perseguía a la disidencia sexual marginal en prostíbulos, circuitos de artistas, bailarines, performers. Porque ser maricón y ser pobre es peor. La violencia hacia tales se sumó a la obligatoriedad del vivir el cotidiano en secreto y recelo, manteniendo la generalidad de las reuniones sociales de forma clandestina, sin acceso a informaciones específicas de cuidados y prevención de índole sexual, especialmente siendo en aquella época que muere la primera persona que fue notificada como una que vivía con VIH en Chile, retratado en una irresponsable y discriminatoria portada del diario La Tercera como: “Murió paciente del cáncer gay chileno”. A la violencia física y sicológica se sumaba la simbólica, retratada en la represión obligatoria para la expresión de la identidad sexual y afectiva.

También hubo ideología como discurso oficial del régimen. Esa que señalaba como características intrínsecas a la genitalidad un rol social, lo masculino y lo femenino como dicotomías, pero dicotomías que debían unirse bajo el régimen de la heterosexualidad obligatoria y la familia monoparental. Todo lo que estuviera por fuera de dicha norma, sedimentada y catalizada en dictadura, era objeto de reproche y violencia. Pero, además, ideología desde el Derecho, que penalizó las relaciones homosexuales consentidas mediante el delito de sodomía en nuestro Código Penal (antigua redacción del artículo 365), como también del delito de ofensas al pudor y las buenas costumbres (artículo 373), que fue utilizada como una herramienta para castigar todo aquello que osara desafiar el régimen cis-hétero-sexual. Una dictadura que sin duda alguna fue política, pero a la vez también fue una dictadura sexual.

Es indiscutible afirmar el carácter selectivo de las violencias que sufrieron mujeres y disidencias sexuales, quienes fueron víctimas de casos de secuestros, golpizas, violaciones, desapariciones y asesinatos solamente por el hecho de vivir por fuera de la cis-hetero norma patriarcal. El homicidio de Mónica Briones es claro en constatar lo anterior: el primer crimen de odio documentado en contra de una mujer que fue golpeada hasta la muerte sólo por el hecho de ser lesbiana. La historia oficial buscó cambiar el motivo: un accidente. Pero en nuestras memorias disidentes no hay ni habrá olvido: el relato de quienes fuera y su historia debe continuar. Y así, tantos otros casos que hoy día permanecen como una cifra negra de nuestra historia, sin verdad, justicia ni reparación.

Cada septiembre vuelven a sentirse de forma más vívidas los retratos de quienes hoy ya no están. La sangre se vuelve más roja, las pieles más morenas, los cuerpos más tensos ante la historia que cargamos en ellos, o que, tras las reproducciones de la historia sobre nuestras propias identidades, genera el eco de la necesidad de tener acto y voz. Pero poco se nos cuenta en ello de la política sexual de la dictadura, de los cuerpos vejados a palos por ser travestis, de la sociedad de control que no necesitó sólo del Estado, sino que contó con la denuncia anónima al maricón del barrio para luego aparecer, al día siguiente, descalabrado a golpes por los militares. Violencia hacia identidades que no denunciaron, porque si ya era difícil hablar frente al delito político, ¿cómo lo hacías frente al que tuvo como móvil la orientación sexual o la identidad de género?

Por esas voces calladas hasta hoy tiene sentido decir que tenemos memoria. Memoria disidente para que nunca más. Memoria disidente para construir futuro. Memoria disidente para una nueva Constitución, para un nuevo Chile, para una nueva disidencia sexual llena de lucha y compromiso social.

Rodrigo Mallea y Leonardo Jofré