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Opinión

La constituyente está sesionando desde octubre de 2019, en la calle

Por: Pelao Carvallo | Publicado: 13.10.2020
La constituyente está sesionando desde octubre de 2019, en la calle Plaza de la Dignidad |
¿Los partidos políticos, el sistema, todo, intentan aprovechar para su beneficio este momento histórico? No es nuevo ni motivo de queja o rabia. Es lo que hacen y sería raro que no lo hicieran. Lo interesante es que en noviembre del año pasado las élites políticas acordaron el fin de la Constitución de Pinochet –mediante el plebiscito que se hará el próximo 25 de octubre– como un gesto simbólico y reparador a los pueblos chilenos forzados por las circunstancias. No había estrategia allí, sólo desesperación.

Mucho ha logrado el amplio espectro del anarquismo en Chile, pese a quienes se definen como anarquistas en esos territorios no lo sepan. Es el problema de la cercanía. Los árboles que no te dejan ver el bosque o, más realista, la falta de árboles que no te deja ver la deforestación.

Los anarquismos en Chile contribuyeron, desde el fin de la dictadura de Pinochet, a no aceptar el conformismo, a no conformarse con ese dulce pacto de convivencia entre victimarios y víctimas, entre militaristas herederos de la dictadura y autocomplacientes con la herencia. Desde inicios de los años 90 los anarquismos locales empujaron la discordia, la insumisión y la deserción de la aplicación concertacionista sobre el esquema neoliberal pinochetista (pleno de militarismo). Empujaron, entre otras cosas, con sus fuerzas y sobre todo con sus flaquezas, la solidaridad ante la represión, la criminalización y la cárcel a la disidencia y la protesta social; en casi todos los escenarios en los que se dejó caer: a modo de ejemplo, Ralco, Lota y el carbón, la pesca artesanal, las forestales, la desertificación, HidroAysén, el agua, Pascua Lama, la lucha estudiantil secundaria, la universitaria, contra el crédito y la economía basada en el endeudamiento, contra el Servicio Militar Obligatorio, contra el gasto militar, por juzgar a Pinochet, contra la criminalización de las okupas, contra el abuso del Transantiago y por la evasión, y un largo etcétera.

Un eje central de la acción anarquista en Chile ha sido no aceptar la multipropaganda del éxito neoliberal. El jaguar sin pelos de Sudamérica, lavado de cerebro colectivo que creyó en las teorías del chorreo, aun cuando las élites no chorrean nada y en cambio nos “chorean” todo. Es no aceptar esa construcción capitalista de la identidad de las personas. No aceptarla anteponiendo como contrapeso la solidaridad, la crítica, la reflexión, la autoformación. Procesos de autogestión que en sí eran y son una crítica a los bonos, fondos, concursos o subsidios para integrar la disidencia en la rueda torcida de los partidos políticos, ministerios y municipalidades, desintegrándola como disidencia de paso.

Otro eje central del anarquismo ha sido ayudar a reconstruir lazos sociales desde la confianza en las capacidades autónomas de los pueblos para hacer algo más que la resistencia. En múltiples espacios, de muchas formas, algunas originales y otras adaptadas a la misma historia social, los anarquismos chilenos nunca se han quedado sólo en la academia, en la burocracia oenegística, en el aparataje gubernamental o sindical. Está también en la calle, en la vereda, en la población, en el territorio, organizando con la gente desde los sentires comunes. Construyendo alianzas locales desde los hechos y el trabajo en común. Esta reconstrucción de lazos sociales que son en sí mismos una acción de resistencia cultural al egocentrismo capitalista y su aislamiento social que propugna.

Es cierto que estos ejes no se han desarrollado de una manera homogénea, armónica y sin desvíos. El Estado, el capital y el patriarcado no es que se queden de brazos cruzados cuando encuentran resistencia. Así vemos cómo de los caminos anarquistas alguna gente se ha pasado a la lógica empresarial, ha fundado partidos políticos, ha tenido discursos feministas que ocultan prácticas machistas personales y organizacionales. La resistencia produce quiebres en toda la línea porque las personas resistentes son la línea.

Llamados a evadir el Transantiago hubo desde que comenzó ese proyecto de transporte, solidaridad activa con les secundaries, las barras bravas politizadas, por poner tres ejemplos. Los hechos de octubre de 2019 se pueden rastrear dentro de la historia corta del anarquismo en Chile y describirlo como uno, uno, de los componentes históricos y sociales de ese momento.

¿Los partidos políticos, el sistema, todo, intentan aprovechar para su beneficio este momento histórico? No es nuevo ni motivo de queja o rabia. Es lo que hacen y sería raro que no lo hicieran. Lo interesante es que en noviembre del año pasado las élites políticas acordaron el fin de la Constitución de Pinochet –mediante el plebiscito que se hará el próximo 25 de octubre– como un gesto simbólico y reparador a los pueblos chilenos forzados por las circunstancias. No había estrategia allí, sólo desesperación. Ahora intentan sacar provecho a eso que hicieron a la fuerza; no es extraño, ni una traición. Porque ya los conocemos, no es un engaño. Es lo que hacen y seguirán haciendo hasta que no tengan más público.

Por ello, ese cierto derrotismo en las corrientes libertarias chilenas que se transmite mediante una queja a una supuesta traición de los partidos políticos porque van a postular gente a la constituyente, porque hacen campaña y propaganda, porque no hay Asamblea Constituyente o lo que sea, es una pérdida de energía basada en una percepción corta de la realidad. Los partidos están tratando de acomodarse a una situación incómoda a la que los pueblos de Chile les han llevado con las fuerzas que se tienen. Una situación incómoda, un presente griego, un error forzado. Y este momento no se detiene en el plebiscito. Sigue y seguirá en tanto el agotamiento con el modelo que se vive en Chile no se acabe.

El plebiscito viene más bien a dar continuidad a la situación de politización revolucionaria de las sociedades chilenas, tratando de darle cierta formalidad a una crisis que no se resolverá tan rápidamente. El anarquismo ha hecho mucho para llegar a esa politización revolucionaria y no es el momento de sentarse a tener autocompasión. Menos por lo que hace o no hace la élite política y económica, que en resumen trata de sobrevivir sin perder mucho de lo que han robado. De hecho, para el anarquismo en Chile la constituyente está en la calle y sesiona desde octubre de 2019.

Una cosa necesaria en los anarquismos en Chile es la visibilidad de la amplitud que lo forma. No es un problema que los anarquismos difieran respecto a cómo enfrentar aspectos prácticos del momento. Hay entonces desde anarquistas por el Apruebo, pasando por anarquistas enclavados en el tema de la Asamblea Constituyente, hasta anarquistas que van por llevar la lucha sin pasar por votar en el plebiscito. En todos los casos coinciden en la necesidad de politizar el momento desde una posición revolucionaria antiestatal, antipatriarcal y anticapitalista y conciencia de la fuerza en la diversidad muy grande. El problema es que esas voces anarquistas no se escuchan, no tienen visibilidad y no generan espacios para hacerla visible. Las comunicaciones masivas en Chile responden y corresponden a las élites y sólo transmitirán opiniones disidentes de aspectos del sistema y no de la totalidad del sistema. Así que no se puede contar con que inviten al anarquismo a hablar. Al contrario, hay que dialogar en espacios construidos con esa finalidad y exponer la diversidad revolucionaria de los anarquismos en Chile.

En este proceso largo de politización revolucionaria, las asambleas territoriales autoconvocadas y las ollas comunes autogestionadas tienen mucho que decir. Amplificadas en una Asamblea Coordinadora podrían ser un contrapeso a la constituyente, un contrapeso que influya, oriente y ponga en jaque, que muestre voces de las exclusiones que plantea el proceso. Con un modelo para una transición a un Chile que abandone el capitalismo radical, el militarismo, el racismo, el egocentrismo aislacionista neoliberal, el machismo social e institucional. Total, en el pedir no hay engaño.

Pelao Carvallo