Avisos Legales
Opinión

Lecciones del Gulag para el totalitarismo actual

Por: Alejandra Silva | Publicado: 13.10.2020
Lecciones del Gulag para el totalitarismo actual |
Estamos viendo y viviendo una forma distinta de totalitarismo, pero totalitarismo igual: un pequeño grupo, extra y supra estatal, decide cómo vamos a vivir, qué productos vamos a comprar, cuándo nos vamos a vacunar y si con una o dos dosis. Solzhenitsyn ya no está, pero su incansable alegato contra el totalitarismo quedó impreso. ¿Cómo podemos luchar contra esto? Cultivando autonomía moral. Somos capaces de distinguir entre lo que está bien y lo que no. Aun cuando las clases de ética puedan no ser útiles para quienes deciden no ser personas morales.

Todo comenzó con una carta. Alexander Solzhenitsyn le escribe a un amigo en la que hace un chiste sobre Stalin y una crítica al régimen socialista; la carta fue interceptada por las autoridades y considerada propaganda antisoviética, por lo que su autor fue condenado a pasar ocho años en un Gulag, un campo de concentración en Siberia. De una u otra manera se las arregló para que sus escritos circularan underground, así como de contrabandear el texto fuera de la URSS. Ahí comienza una historia que lleva a Solzhenitsyn a ganar el Premio Nobel de Literatura. Nos interesa sacar algunas observaciones de su experiencia.

Es sobrecogedor, hasta lo escalofriante, recordar los relatos del ruso al día de hoy en que en el Occidente libre nos bloquean publicaciones en las redes sociales, se nos acusa de propagar falsedades o se detiene a personas por no llevar una mascarilla aun cuando la calle esté casi desierta, o a todos cuantos disentimos de alguna idea o acción llevada a cabo por las autoridades, sorprendentemente electas en democracia (¿?)… Curioso, es lo menos que se puede decir, cuando hay una obvia complicidad entre las empresas privadas propietarias de los medios y redes sociales y los gobernantes de los Estados.

En Occidente se nos da como ejemplo de atrocidades contra sus propios habitantes a los comunistas rusos, a la Alemania nazi, a Pol Pot en Camboya, a Corea del Norte y, obviamente, a los chinos. Pero los chilenos somos buen ejemplo que eso no sólo pasa allí. Estamos ocupados en culpar a los del otro lado del planeta, en peleas de equipos de fútbol y de políticos, en izquierdas y derechas, en ellos y nosotros, mientras entre bambalinas, ni tan ocultas, se fragua una toma de control de nuestras libertades y necesidades, espiadas por el capitalismo de vigilancia llevado a cabo con el acelerado avance de la tecnología en este siglo.

Se hace cada vez más obvio que, aunque queramos escoger algo, no podemos. Nos recomiendan algo que nos desvía de nuestro propósito inicial, todo desde el valle donde ahora se escriben nuestros deseos, necesidades y se olfatean nuestras reacciones, gestos faciales, leídos para pre-decir nuestras futuras inclinaciones.

Creo que nunca se nos pasó por la mente un control con ese tipo de sutilezas, no tan sutiles cuando se vende esa data a empresas de seguridad, Estados y corruptos. No creo que estemos tan conscientes de que dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en un producto observado para el beneficio de unos pocos, enriquecidos de manera exponencial en estas últimas décadas.

Visitando la página del Foro Económico Mundial –publicación de los que se reúnen en Davos, es decir de un organismo muy privado que reúne a los empresarios más poderosos del planeta–, lo primero que aparece es un gran letrero: “El Gran Reseteo”, con toda la descripción según como ellos ven y deciden debería funcionar el mundo luego de que termine la pandemia.

El conjunto formado por el Grupo Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, instituciones privadas, dicen en sus descripciones que el FMI “actúa como autoridad de supervisión del sistema monetario” y que el Grupo Banco Mundial “proporciona financiamiento, asesoramiento en materia de políticas y asistencia técnica a los gobiernos, y también se centra en el fortalecimiento del sector privado de los países en desarrollo”. Es decir, un enorme entretejido de organismos privados que deciden… sobre todo y todos…

Hagamos la tarea de verificar cuántos nombres y empresas se repiten en cada uno de estos organismos que tienen cabezas humanas con nombres y apellidos. Puede que no sepamos dónde viven ni a qué colegio van sus hijos y nietecitos (Elon Musk creó un colegio ultra privado para esos fines, entre otras cosas), pero son personas reales decidiendo por nosotros.

Estamos viendo y viviendo una forma distinta de totalitarismo, pero totalitarismo igual: un pequeño grupo, extra y supra estatal, decide cómo vamos a vivir, qué productos vamos a comprar, cuándo nos vamos a vacunar y si con una o dos dosis. Solzhenitsyn ya no está, pero su incansable alegato contra el totalitarismo quedó impreso. ¿Cómo podemos luchar contra esto? Cultivando autonomía moral. Somos capaces de distinguir entre lo que está bien y lo que no. Aun cuando las clases de ética puedan no ser útiles para quienes deciden no ser personas morales.

Di la verdad. Permanece escéptico sobre las justificaciones del poder del Estado (he despertado diciéndome que no creo lo que dicen ni confío en lo que hacen). Y para quien trabaja dentro de las instituciones del Estado, todas ellas: haz una línea moral en tu mente, recordando que las acciones que te negarías a hacer por voluntad propia siguen siendo igual de inmorales cuando están al mando del Estado, “del más frío de los monstruos fríos”, en palabras de Nietzsche.

Entonces, si bien es cierto que tendremos que hacer un reseteo de nuestra manera de vivir, este no tiene necesariamente que ser para someternos a decisiones de algoritmos creados por esclavos complacientes y mercenarios a megalómanos que los soltaran como fierros calientes cuando ya no les sirvan. Literalmente.

“El orden social es extremadamente importante, pero el orden moral lo es todavía más”. Eso dijo Alexander Solzhenitsyn.

Alejandra Silva