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El tango queer de «Yo Soy Lorenzo»

Por: César Tudela | Publicado: 28.02.2020
El tango queer de «Yo Soy Lorenzo» Yo Soy Lorenzo |
En el capitulo de este jueves de la teleserie de Mega, la pareja conformada por los personajes de Lorenzo Mainardi (Jorge Arecheta) y Francisco Baeza (Hernán Contreras) se tomaron las calles de la ficticia Vista Hermosa para transformarla en una bohemia pista de baile, en la que ambos interpretan una remozada versión de ‘Un compromiso’, en la que también deciden bailar, mostrando una romántica y disidente performance de tango queer.

La escena de casi tres minutos, sirve en la comedia para sellar la relación entre Lorenzo y Francisco, «que decidió jugársela por vivir su amor a pesar de tener todo en contra», según se indica en la web del canal emisor. Vale recordar que «Yo Soy Lorenzo» está ambientada en la década de los sesenta, donde la temática del amor homosexual era totalmente tabú en la entonces ultra conservadora sociedad chilena.

De hecho, conocidas son las polémicas que en la época protagonizó Cecilia, La Incomparable, debido a sus supuestos romances lésbicos con otras mujeres. La cantante fue, justamente, la que popularizó ‘Un compromiso’ (una balada rock de los hermanos compositores españoles García Segura y arreglada por Valentín Trujillo, que sale en su disco Gracias a la Vida de 1970, pero que trascendería muchos años después), canción que la pareja interpretó en la ficción.

Tango queer: juego de roles

Pocas ciudades tienen una identidad musical tan definida y ampliamente reconocida como Buenos Aires. El tango es la expresión por antonomasia de la cultura rioplatense, una expresión revitaliza desde hace unas décadas cuyo epicentro reside no tanto en los musical, sino más bien en el baile. En los últimos 10-15 años, el tango ha vuelto a convertirse en un fenómeno convocante, con llegada a sectores que hasta hace poco tiempo lo consideraban una música extraña, como los estratos más jóvenes de clase media, quienes desde los años sesenta, se identificaron más en el rock y el pop, oponiéndose al tango por considerarlo conservador, machista y reaccionario.

En este contexto emerge el tango queer, una apuesta de emprendedores culturales porteños que intentan una interpretación particular del tango para abrirlo a otros públicos. Se trata de una expresión fuera del canon del estilo, en la misma ciudad de donde surgieron las melodías arrabaleras que mezclaban tradición europea con el lunfardo y erotismo urbano de Buenos Aires.

El tango queer se distingue del tradicional por expresarlo sin las ataduras que rigieron por décadas la norma de esta danza, rompiendo los roles de género, adscribiendo que en esta (no tan) nueva propuesta no hay razón para que el baile se desarrolle exclusivamente en el marco de una pareja heterosexual (hombre/mujer) ni tampoco para que el hombre sea quien ocupe el rol de conductor ni, a la inversa, para que la mujer sea ubicada en el rol de conducida. Por el contrario, se defienden aquí formas más liberales y liberadas en estos terrenos, haciendo que las parejas de baile se conforman libremente y el que conduce no tiene por qué ser hombre ni la conducida mujer: cualquiera puede guiar, cualquiera puede dejarse llevar e incluso cambiar de roles con solo un guiño en el mismo baile. Da lo mismo, también, si uno es homosexual, bisexual, heterosexual o sea cual sea la identificación de género que te represente. Desde lo político, para un ámbito que fue (¿fue?) machista y heteronormativo, el cambio es profundo. Un baile contra el machismo y los prejuicios.

Hoy, es más común de lo que se cree. En el mismo Buenos Aires se multiplican las milongas sin roles fijos ni restricciones para elegir pareja. Para Mariana Docampo, pionera del tango queer en Argentina, la ruptura de la tradición a través de este movimiento ciudadano incluso «ha ayudado a las leyes de identidad y de matrimonio igualitario», según comentó hace un par de años en entrevista a Página 12. «El nuestro es un trabajo real con la gente y fuerte en relación a la visibilidad», complementó.

“Hay en el tango algo ligado a lo militar, a los códigos, al honor, a las jerarquías, a la ley, a las reglas y a la obediencia. Y hay algo en el tango queer ligado a la subversión de esas reglas y a la libertad”, escribe la misma Docampo en su libro Tango Queer (2018). Para la socióloga Sofía Cecconi, la emergencia con la que surgió y se posicionó el tango queer en Argentina «supone una serie de cambios culturales profundos, relacionados con la mayor visibilización de las minorías sexuales y con la reciente irrupción de los jóvenes en el circuito del tango porteño, con sus códigos más flexibles y abiertos a la diferencia», en lo que habría fomentado también el turismo gay, al ser «una propuesta que les acerca un producto cultural local y tradicional», y con el que se explicaría, a su vez, su rápida internacionalización.

La importancia del tango queer en tiempos donde temas como el feminismo, la inclusión y diversidad de género y las nuevas masculinidades están en constante metamorfosis, dialogo, contradicción y aceptación, es que se introduce, en el ámbito del baile, la exploración de la diferencia, expresada en una política del cuerpo. Cecconi refuerza esta idea: «la propuesta corporal de transitar por las distintas posiciones, independientemente del sexo, es concebida por los protagonistas como una forma de actuar y expresar la diferencia, flexibilizando así las convenciones establecidas en el campo tradicional del tango (…) El cuerpo constituye una superficie que sirve de soporte para cuestionar la heteronormatividad asociada a la convención del baile. En este sentido, se trata de un desafío a la norma de la heterosexualidad obligatoria, cuerpos en cuyas performance se expresa una diferencia y una vocación de rebeldía».

Es decir, las personas que se reconocen en posiciones diferentes de las heteronormativas, encuentran en este ámbito alternativo del tango un espacio de encuentro y resguardo, donde practican esta forma alternativa de danzar con relativa “naturalidad”, desde su propia perspectiva. Tal como lo hicieron los personajes de la ficción «Yo Soy Lorenzo», que fuera de la narración cómica, sin duda representan una disidencia y que con su escena de baile queer, marcan un precedente de estar en contra de la normalización del orden obligatorio del pensamiento binario que supone una linealidad entre las categorías de sexo/genero/deseo.

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