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Todos los juegos II: La polla mundialera

Por: Álvaro Campos Q | Publicado: 07.12.2022
Todos los juegos II: La polla mundialera Polla Xperto, publicad 1990 | Captura REC 13
Si antes se podía apostar un partido, o un nombre para campeonar, hoy florecen aquí y allá sistemas precisos y acabados de predicción, con bonificaciones para premiar los resultados exactos. Da la impresión de que en cada oficina, en cada familia, en cada grupo de Whatsapp hay una tabla de posiciones que anuncia lo bien que va alguien, lo mal que va alguien.

La fase de grupos del Mundial terminó dejando tras sí muy buenos goles, una impresionante cantidad de tiros en los palos —que ya no son de madera, pero seguiremos llamándole «palos» después de que el último terco haya dejado de decir «Holanda»— y también un buen volumen de resultados que barrieron con todos los pronósticos, los golpes a la cátedra, que por ellos vinimos a ver un Mundial.

En las redes sociales de Internet y en las redes sociales de la vida real se repetía el comentario, medio serio y medio en broma, sobre el efecto que los partidos impredecibles tienen sobre las pollas mundialeras y cabe preguntarse cuánto ha afectado este pasatiempo a nuestra forma de consumir el producto fútbol.

Si antes se podía apostar un partido, o un nombre para campeonar, hoy florecen aquí y allá sistemas precisos y acabados de predicción, con bonificaciones para premiar los resultados exactos.

Da la impresión de que en cada oficina, en cada familia, en cada grupo de Whatsapp hay una tabla de posiciones que anuncia lo bien que va alguien, lo mal que va alguien.

Hay una regla de oro que no podemos olvidar: dejar que cada quien haga lo que se le cante la gana. Habiendo dicho eso, el cambio cultural merece un comentario. Si antes las pollas mundialeras servían para darle un condimento marginal al fútbol, que servía de paso para integrar a aquellos que no participaban de la conversación pelotera, hoy han tomado una relevancia mayor.

Hay un hincapié que, con cierta mesura, vale la pena hacer: el fútbol chileno vio la aparición explosiva de un sinfín de casas de apuestas que saturó todos los medios de comunicación para ofrecernos sus ventajas, y para acercar a grandes y a chicos el fantasma de la ludopatía. En una industria tan precaria como la nuestra, donde un par de representantes de jugadores no tardan en apoderarse de todo el circo, queda tirado el chancho para que las mafias terminen por matar bien muerto el deporte. A esto se intentó oponer el poder político por décadas, antes de que la Polla Gol nos mostrara, en sus días de gloria, la fiebre que era capaz de despertar y las trampas a las que abre la puerta.

Es cierto que la polla mundialera no viene del mismo lugar, y no hay un gran control incentivándolas. Sería alarmista poner el grito en el cielo por un pasatiempo inofensivo.

La verdad es que mi reparo no tiene que ver con la moral, sino con el disfrute. Apostarle a un partido te hace hincha de tu propia predicción. Lo he visto suceder. Además, las apuestas le dan un saborcito extra a algo que nos enorgullecía que no lo necesitara. Mientras los deportes gringos se caracterizan por su extrema parafernalia, el fútbol siempre fue fome y hermoso, sin half-time shows, sin artistas invitados, sin pirotecnia ni luces. El deporte nos gusta mucho, por sí solo, y cuesta imaginar a los espectadores de una película haciendo apuestas sobre su desenlace, menos con el objetivo de disfrutarla más. Sí es fácil imaginar apuestas en torno a un reality show. El fútbol era más equiparable al cine (a veces teatro, a veces cinearte) que a la llamada televisión chatarra.

Como sea, las pollas mundialeras llegaron para quedarse. Ojalá las ganen siempre quienes menos saben de futbol. Que el presente se siga riendo en la cara de todos los pasados, demostrando que el futuro no le pertenece a nadie. Y que nos recuerden lo que tan bien tuiteó Álvaro Bley: los que saben de fútbol no son los que pronostican, son los que lo disfrutan.

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