Avisos Legales
Deportes

Todos los juegos III: La pelota manchada

Por: Álvaro Campos Q | Publicado: 15.12.2022
Todos los juegos III: La pelota manchada Maradona con balón del Mundial México 86 |
La protesta política sí corresponde, y la plataforma que da el deporte sí merece ser utilizada, aunque nos haría bien, cuando denunciamos la hipocresía de la tan corrupta FIFA —¿seguirán castigando los cantos homofóbicos después de este mes vergonzoso?— saber que nuestras propias posturas también pueden llegar a caer en la misma hipócrita forma de mirar pal lado cuando nos resulta conveniente.

Acaban de terminar las semifinales. Ganó Argentina, a quien no había que apoyar por toda la rivalidad de países limítrofes, pero también ganó Argentina a quien había que apoyar por ser el único representante que queda de la Patria Grande.

O las Malvinas, o los ídolos futbolísticos, o las tantas personas —hinchas, jugadores, comunicadores— que nos caen tan mal, o el adorable Messi. Nuestra envidia, nuestro complejo de inferioridad, nuestra bondad, nuestro altruismo. Le ganó a Croacia, que hay que apoyar porque son un país chico y tienen al gran Luka Modric y a toda una generación de hijos de la guerra. A los hinchas colocolinos cuando les dicen Croacia escuchan Mirko. Pero luego no hay que apoyarlos porque la misma guerra, porque Luksic, porque los neonazi, porque esto y porque lo otro.

Ganó Francia, a quien no había que apoyar porque basta del colonialismo enriqueciéndose con la materia prima que le roba al tercer mundo. Pero hay que apoyar a Francia porque esos mismos jugadores negros disputan la esencia de qué es ser francés, y reivindican la inmigración ante tanto odio xenófobo europeo. Y a Marruecos hay que apoyarlo porque eran el primer semifinalista africano, pero no había que apoyarlo por su vínculo militar con Israel, y porque nadie puede tener una historia tan larga sin manchas en el mantel.

El análisis geopolítico-histórico es ineludible, pero creo que se acomoda mejor en el terreno de los memes que en el de las simpatías futbolísticas. Por una razón muy simple: la tentación de establecer a unos como los buenos y a otros como los malos es siempre un brochazo demasiado tosco.

¿Qué es un país? ¿Qué es una selección? ¿Dónde están sus límites? La bandera es el emblema del dictador, pero también representa a sus víctimas. Para el mundial del 78, con todas sus vergüenzas, es muy esclarecedor el testimonio de los presos políticos, que siendo torturados y todo, de igual forma querían que triunfara la Albiceleste. Entonces, la selección es Videla, pero también las madres de Plaza de Mayo, y todo lo que hay entremedio.

Brasil era Bolsonaro y también Lula. Estados Unidos es el país de los racistas que eligieron a un cerdo narcisista que encerró a niños en jaulas separándolos de sus familias, pero también de quienes se levantaron a protestar hasta impedirlo. Estados Unidos también es el movimiento Occupy Wall Street, y Rage Against the Machine, y Colin Kaepernick, y Megan Rapinoe.

Es una ternura querer que todos los malos queden allá —pallá, bobo— y que todos los buenos, miren qué cosa más curiosa, queden acá, del lado de uno. Cada vez que el experimento es llevado a cabo fracasa, porque del lado de los buenos siempre hay gente bastante mala.

Por eso son tan sospechosas las narrativas que eligen con pinzas un par de casos puntuales de futbolistas con conciencia social o equipos cool con posición política. A estas alturas se mezcla el activismo político con el marketing, y cuando entra un invasor al campo de juego con polera de Superman, bandera del arcoíris y mensajes sobre Ucrania y las mujeres iraníes, es muy difícil tomárselo en serio. Sin ir más lejos, una empresa de telefonía muestra en sus avisos publicitarios una mujer cortándose el pelo, aludiendo a las protestas en Irán.

La protesta política sí corresponde, y la plataforma que da el deporte sí merece ser utilizada, aunque nos haría bien, cuando denunciamos la hipocresía de la tan corrupta FIFA —¿seguirán castigando los cantos homofóbicos después de este mes vergonzoso?— saber que nuestras propias posturas también pueden llegar a caer en la misma hipócrita forma de mirar pal lado cuando nos resulta conveniente.

Como para disfrutar sin culpas de un Mundial color rojo-sangre, color petrodólar. La verdad es que ha sido fantástico, y ya se acerca su fin. La final la va a ganar, esperemos, el más mejor pero eso solo lo sabremos después del partido, así como quién lo mereció más. Para las personas que anteponen lo nofutbolístico, sin embargo, el análisis va a estar hecho desde antes del pitazo inicial y va a ser el mismo, salvo leves correcciones y acomodos, después del pitazo final. El partido va a ser un breve paréntesis de pelotazos con efecto para luego volver a sus mundos seguros de líneas rectas que nunca se doblan. No podría pensar en una forma más lamentable de perderme esta fiesta.

Nunca he estado de acuerdo con esa frase de que la pelota no se mancha. Claro que se mancha. Lo sabe cualquiera que haya jugado en pasto, en barro o en dinero catarí. El fútbol nunca fue pulcro ni tendría por qué serlo: es el juego favorito de la humanidad, y no tiene la obligación de ser mejor que esa humanidad. Es lo que es, no lo que queremos que sea. Es más valioso cuando no queremos hacerlo calzar con nuestras preconcepciones, cuando no queremos que sea un lorito que nos devuelva nuestras propias consignas, y nos dedicamos a escuchar su propia voz, simplemente a disfrutar su cruel belleza.

Déjanos tus comentarios
La sección de comentarios está abierta a la reflexión y el intercambio de opiniones las cuales no representan precisamente la línea editorial del diario ElDesconcierto.cl.