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Chileno en Qatar 11: De vuelta para la final

Por: Danny Boy, desde Qatar | Publicado: 17.12.2022
Chileno en Qatar 11: De vuelta para la final qatar de noche |
El aeropuerto Hamad tiene una atmósfera extraña. Como si el fantasma de la mascota hubiese cubierto el aire con su halo. No está repleto, más bien semi vacío. Claro, la gran mayoría ya ha regresado.

De vuelta en Qatar, por Danny Boy, para El Desconcierto.

 

En el avión a Doha, un noruego largo como una tarde verano, me cuenta un chiste:

-¿Por qué Chile es el mejor país del mundo?

-Le digo, por supuesto, que no lo sé. Me mira con sus ojos lánguidos y con una sonrisa que no alcanza a ser tal, remata:

-Porque está muy cerca de Dios.

-El chiste se lo contó, obvio, un argentino. Sentido del humor (o miedo de la vida y a la muerte) revelador; tan distinto al de los mexicanos que saben que están tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.

 

No converso mucho más con el noruego. Unas filas atrás un argentino extrañamente solitario intenta dormir. Son doce horas de vuelo hacia el este y rápidamente se hace de día y esta vez no hay luces en el desierto cuando descendemos.

El mar a un lado y, al otro, Doha, seca, árida, se preparan para los dos últimos partidos: el de consuelo entre una ex colonia francesa y un país no hace mucho arrasado por la guerra. Y el otro, la gran final, entre una Francia que hace amplio uso de sus ex y actuales colonias y un país que gusta llamarle a su capital la París de América Latina y que busca coronar a su rey y así, un poco, olvidar la inflación de la vida.

El aeropuerto Hamad tiene una atmósfera extraña. Como si el fantasma de la mascota hubiese cubierto el aire con su halo. No está repleto, más bien semi vacío. Claro, la gran mayoría ya ha regresado.

Para casi todos, el mundial ya ha sido, ya fue: ¿qué se hicieron los aguerridos uruguayos, los diabólicos belgas, los alados saudíes? ¿Los tristes portugueses y los infatigables senegaleses?

La noche ilumina los edificios modernos del centro de Doha. En el bar de un hotel, grupos de franceses y argentinos esperan ávidos, entre sorbos de cerveza a quince dólares, que pasen los minutos: un francés encajado en Fiorucci, medita sobre un viejo filme de Godard y un argentino no tan joven, con su pelo teñido de rubio, sigue sin saberlo citando al gran Luca Prodan: por el pelo de hoy, ¿cuánto gastaste?

Pienso en una chica argentina: no sé lo que quiero, pero lo quiero ya.

Es tarde y, escucho que alguien dice, mañana hay fútbol.

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