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Crónicas australianas 4: La final anticipada

Por: Daniel Noemi | Publicado: 08.08.2023
Crónicas australianas 4: La final anticipada | Cedida
Un milímetro, dizque el var, fue que la pelota cruzó la línea. Pero, como sabemos, los partidos no se han perdido o ganado en ese penal (ay, Rapinoe, ay Sophia!). Y fue Mosuvic la que ganó el partido para Suecia, en los 90 minutos.

Escucho los comentarios de la gente saliendo del estadio, mientras intento consolar a mi hija e hijo que lloran sin cesar, pero, como también sabemos, no hay nada que apacigüe la tristeza y aplaque el dolor de la derrota, más encima cuando se creía que se tenía ahí nomás, tan cerquita (ay, rapinoe, ay Sophia!).

Todo lo que se me ocurre decirles son frases comunes (a veces se gana, a veces se pierde; siempre hay un próximo domingo; lo que importa es competir); lo sé por experiencia demasiado propia que no hay nada más que el tiempo que puede aplacar la tristeza del dolor de la derrota, que es casi como el dolor del amor.

Pero el amor, esa palabra y Melbourne: ciudad llena de dibujos y garabatos y graffittis que disparan bellezas eclécticas y disímiles. Ciudad de pingüinos y de gente durmiendo en las calles como en cualquier urbe del mundo y de humo de cigarrillos entre los edificios de arquitecturas inverosímiles y del río Yarra que corcovea de barrio en barrio.

La final anticipada decían los que saben. Yo que no sé mucho, haré mis apuestas y digo que Inglaterra gana este Mundial y que Japón le gana a Suecia en cuartos. Y que Melbourne da para volver una y dos y mil veces y me pregunto cuántas chilenas y chilenos habrán hecho de estas tierras su hogar después de lo que pasé hace cincuenta años y que ahora se nos viene encima como penal que se enfrenta muerto de tiempo y de miedo.

Australia juega mañana. Imagino que el fan fest tendrá otra cara: llena de matildas deseosas. El martes juega Colombia aquí en Melbourne contra el reggae jamaiquino; duelo de ritmos, de sabores y de música, no woman no cry…
Todos se bajan del tranvía.

Está fresca la noche, pero aún hay bares abiertos. Las lágrimas de mi hija y de mi hijo se han ido, poco a poco, apaciguando. Juran que no irán nunca más a un estadio, juran que no saldrán del departamento en el que nos quedamos, juran que este ha sido el peor día de sus vidas. Y tienen razón, porque no importan las palabras ni las excusas, la vida es así. Son cosas del fútbol.

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