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Crónicas australiana #5: AC/DC al ritmo de la cumbia

Por: Daniel Noemi Voionmaa | Publicado: 10.08.2023
Crónicas australiana #5: AC/DC al ritmo de la cumbia Crónica australiana #5 ACDC a ritmo de cumbia | Cedida
El camino al estadio está más animado que nunca: Tranvías repletos con gente gritando, las vestimentas llenas de colores, grandiosas pelucas, plumas coloridas, y ritmos de cumbia y salsa envuelven el ambiente. El estadio se llena de amarillo, parece que estuviéramos en Barranquilla, Medellín o Manizales: todo el estadio corea el himno nacional y el aliento no tiene interrupciones (no así el partido en el primer tiempo, las jugadoras pasan más tiempo en el piso que jugando).

Los callejones de Melbourne y las pitucas galerías crean un hermoso contraste en la ciudad. Al lado, a media cuadra de una tienda de cucharas del siglo XVIII o de una cafetería donde da miedo sentarse, porque seguro que algo se va a romper, hay un bar de mala muerte que anuncia que lo que importa es el rock y nada más que el rock.

Y pensar que los AC/DC anduvieron por estos lados tocando a morir (habían venido de Escocia, armaron el grupo en Sidney y el resto es Highway to Hell), y una callejuela los recuerda y los pintores incesantemente los cantan en sus paredes.

Y ahí, de repente, un grafiti inmenso con la bandera de Colombia y el nombre de las jugadoras. De pronto la ciudad parece estar repleta de colombianas y colombianos. Como si García Márquez les hubiese convocado comienzan a emerger por todas partes.

Un chico caleño me dice que está estudiando inglés; una rola estudia programación mientras trabaja de mesera. Otros llevan más tiempo aún, pero claro, como anuncia una pancarta en el estadio, “un día me fui de Colombia, pero Colombia nunca se fue de mí”.

Y el camino al estadio está más animado que nunca: tranvías repletos con gente gritando, las vestimentas llenas de colores, grandiosas pelucas, plumas coloridas, y ritmos de cumbia y salsa envuelven el ambiente. El estadio se llena de amarillo, parece que estuviéramos en Barranquilla, Medellín o Manizales: todo el estadio corea el himno nacional y el aliento no tiene interrupciones (no así el partido en el primer tiempo, las jugadoras pasan más tiempo en el piso que jugando).

Cuando Linda toca el balón la algazara es bellísima; rápida como el rayo, hábil como Di Stéfano, con una sonrisa a prueba de balas, causa estragos en la defensa jamaiquina. Y es ella la que anima un partido que se vive más afuera de la cancha que sobre el césped. Y es ella que a sus 18 años ya conoce lo que es la vida y la cercanía de la muerte. Diagnosticada de cáncer a los ovarios a los 15, ahora no deja un minuto de sonreírle a la vida. Ejemplo total.

Busco banderas de Jamaica en el estadio y no hallo ninguna. ¿Dónde está el reggae? ¿Dónde puedo escuchar No, woman, no cry? No hay llanto para Colombia que celebra el gol de Usme y que seguirá entibiando la fría noche en Melbourne.

Busco algo para comer y me encuentro con grupos de colombianos que siguen celebrando, entre sucuchos de comida rápida y algunos baretos, mientras tanto allá más arriba Malcolm Young, vestido de negro por supuesto, esté tocando su guitarra junto a Sinead y Bob, mientras Gabo celebra el partido arrojando mariposas amarillas que vuelan de noche sobre el Yarra.

 

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