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ADELANTO| “Vergüenza”: Libro publicado por universidad jesuita Alberto Hurtado se hace cargo de abusos sexuales en la Iglesia y en sus propias filas

Por: El Desconcierto | Publicado: 13.08.2020
ADELANTO| “Vergüenza”: Libro publicado por universidad jesuita Alberto Hurtado se hace cargo de abusos sexuales en la Iglesia y en sus propias filas |
Abusos de poder, de conciencia y sexuales. En el libro «Vergüenza: Abusos en la Iglesia católica» (Ed. Universidad Alberto Hurtado) la teóloga Carolina del Río Mena reúne ensayos de diversos investigadores y testimonios de víctimas, que aspiran a reflexionar y profundizar sobre la crisis que vive actualmente la Iglesia católica. Aquí presentamos algunos fragmentos en torno a la figura de Renato Poblete, sacerdote jesuita que abusó de niños y niñas por medio siglo, incluso en su oficina del Hogar de Cristo, donde era capellán.

Las invisibles

La imagen femenina que muchos sacerdotes han internalizado es muy compleja. Por un lado, es la madre que debe ser respetada
y cuidada —María— y, por otro, es la tentadora, la seductora —Eva—. La relación del clero con las mujeres y lo femenino es algo, a todas luces no resuelto. Baste recordar las reveladoras declaraciones de Renato Hevia, exsacerdote, al referirse a la conducta del jesuita Renato Poblete: “era picado de la araña, ¡qué le iba a hacer!”. O la experiencia de Marta que con 25 años o poco más, recuerda que, en una confesión, al revelar su vanidad, el sacerdote le dijo que “debió haber sido bataclana y trabajar en un cabaret” y no profesora de un colegio.

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¿Servir el poder o servirse de él? 

En la sociedad y en especial en ámbitos eclesiales, los sobrevivientes se vuelven personas que incomodan con sus recuerdos y dañan a “personas buenas” que, como todos, “cometen errores, tienen debilidades”, o, como expresó recientemente Renato Hevia, exjesuita, en una entrevista a propósito de los abusos del padre Renato Poblete, S.J.: “Qué culpa tiene él de ser picado de la
araña, porque lo era”. Recojo este testimonio más allá de quién lo encarna porque no es una opinión aislada, de ahí su gravedad. Su respuesta, como la de muchos al interior de las estructuras eclesiales, no se hace cargo de que “alguien picado de la araña” —frase que aliviana el hecho de que no se es confiable en la fidelidad a los compromisos adquiridos, en este caso al celibato comprometido libremente en nombre del amor— tiene la responsabilidad ética de interrogarse sobre su comportamiento y revisar la validez de una opción que, finalmente, no puede vivir. Debe preguntarse sobre los efectos que esto tiene en sí mismo; los efectos en la comunidad a la que pertenece y, ante todo, los efectos en los seres humanos que son parte de “sus relaciones pasajeras”. Y, si es un comportamiento compartido por muchos, es éticamente indispensable que ayude a abrir con honestidad la pregunta de fondo sobre la validez del celibato hoy como medio de expresión de un compromiso religioso.
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¿Hacia una nueva narrativa sexual en el clero? 

No es casual que muchos de los abusos ocurran en situaciones de acompañamiento espiritual. Eva Illouz sostiene que la masificaciónde la psicoterapia y la banalización del pensamiento psicológico en infinitos manuales de autoayuda ha profundizado de manera exponencial la idea de que la persona es la última responsable de la modificación de sí misma y de su entorno. El acompañante espiritual ocupa un lugar referencial y, de hecho, muchas veces preferencial, en dicho trabajo. Historias como las de Renato Poblete, Fernando Karadima o Eugenio Valenzuela, ocurrieron en instancias de relaciones donde un individuo recurrió personalmente a ellos en busca de orientación afectiva, vocacional. En otros casos, el abuso ocurrió no por haber acudido a un individuo en particular, sino por confiar la formación personal a una institución religiosa, a la cual se le entrega legitimidad y confianza.

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Autoritarismo y clericalismo: una reflexión desde la historia

En el caso chileno, por la simultaneidad de la creación de ambas institucionalidades —del Estado nacional y de la Iglesia— y la necesidad de delimitar sus contornos, puede identificarse el proceso de construcción de una Iglesia apertrechada en la defensa de esos espacios de poder, para lo cual requirió legitimar a sus representantes dotándoles de un áurea espiritual que los dejaba al margen del escrutinio ciudadano y que, además, les asignaba un poder de carácter trascendente, difícilmente contestable desde la feligresía e incluso desde los poderes públicos. La sacralización de la figura del sacerdote, sancionada históricamente, ha perdurado hasta la actualidad —sirva de ejemplo el caso de Renato Poblete— permitiendo que adquiriera gran relevancia social, notoriedad pública e inserción en redes de poder económico y político. En términos organizacionales y de sociabilidad, la estructura eclesiástica moderna se convirtió en un régimen endogámico que propició una cultura jerárquica y autoritaria y que posibilitó el encubrimiento al carecer de rendición de cuentas.
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