Abusos de poder, de conciencia y sexuales. En el libro «Vergüenza: Abusos en la Iglesia católica» (Ed. Universidad Alberto Hurtado) la teóloga Carolina del Río Mena reúne ensayos de diversos investigadores y testimonios de víctimas, que aspiran a reflexionar y profundizar sobre la crisis que vive actualmente la Iglesia católica. Aquí presentamos algunos fragmentos en torno a la figura de Renato Poblete, sacerdote jesuita que abusó de niños y niñas por medio siglo, incluso en su oficina del Hogar de Cristo, donde era capellán.
Las invisibles
La imagen femenina que muchos sacerdotes han internalizado es muy compleja. Por un lado, es la madre que debe ser respetada
y cuidada —María— y, por otro, es la tentadora, la seductora —Eva—. La relación del clero con las mujeres y lo femenino es algo, a todas luces no resuelto. Baste recordar las reveladoras declaraciones de Renato Hevia, exsacerdote, al referirse a la conducta del jesuita Renato Poblete: “era picado de la araña, ¡qué le iba a hacer!”. O la experiencia de Marta que con 25 años o poco más, recuerda que, en una confesión, al revelar su vanidad, el sacerdote le dijo que “debió haber sido bataclana y trabajar en un cabaret” y no profesora de un colegio.
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¿Servir el poder o servirse de él?
¿Hacia una nueva narrativa sexual en el clero?
No es casual que muchos de los abusos ocurran en situaciones de acompañamiento espiritual. Eva Illouz sostiene que la masificaciónde la psicoterapia y la banalización del pensamiento psicológico en infinitos manuales de autoayuda ha profundizado de manera exponencial la idea de que la persona es la última responsable de la modificación de sí misma y de su entorno. El acompañante espiritual ocupa un lugar referencial y, de hecho, muchas veces preferencial, en dicho trabajo. Historias como las de Renato Poblete, Fernando Karadima o Eugenio Valenzuela, ocurrieron en instancias de relaciones donde un individuo recurrió personalmente a ellos en busca de orientación afectiva, vocacional. En otros casos, el abuso ocurrió no por haber acudido a un individuo en particular, sino por confiar la formación personal a una institución religiosa, a la cual se le entrega legitimidad y confianza.