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CRÍTICA| De qué se trata todo este encierro

Por: Tomás Henríquez, escritor | Publicado: 05.05.2020
CRÍTICA| De qué se trata todo este encierro |
Antes que interesarse por la anécdota, la intriga, el presunto móvil del delito, o la sucesión de eventos causales que derivaron en la particular posición de ese cadáver, el autor se desplaza por el salón y describe uno detrás de otro los elementos que lo componen. Y en ese paseo ingresa en detalles y narra pequeñas historias, todo, en un solo largo párrafo que busca describir un fugaz momento de apenas 12 segundos.

Un cadáver en el centro de una habitación. Es el cuerpo de un hombre de entre 50 y 60 años. Viste de manera formal y está tendido boca abajo. A un costado, una anciana fibrosa, un chino, un lobero irlandés y una joven andrógina miran el cuerpo. Parecen ser los principales sospechosos de esta escena del crimen. Hay muebles, alfombras, pinturas que cuelgan de la pared, mapas, libros y un reloj. Ignoramos muchos detalles. Pero sabemos que todo ocurre en una pieza y transcurre como si fuera en cámara lenta. La escena inquieta, no solo por la atmósfera de incertidumbre en torno al muerto, sino por el misterio que guarda la imagen del encierro.

Ciencias ocultas (Editorial Fiordo) de Mike Wilson es una novela poco convencional. Aunque su fábula sea aparentemente un lugar común, su despliegue narrativo es una rareza. Porque la presunción del lector de estar frente a un misterio o lo que podría parecer una novela policial, rápidamente se diluye. Aquí no hay asesinato, no hay sospechosos, no hay disparos ni criminales, no hay persecución ni grandes explosiones. No hay delitos vistosos ni una sofisticada manera de construir una coartada. En sentido estricto, no hay un asesino y, por ende, tampoco podríamos decir que haya una víctima. Mucho menos un detective que pesquise la escena. Como si fuera una fotografía o una naturaleza muerta, el relato suspende toda posiblidad de acción en virtud de la descripción del cuadro. Antes que interesarse por la anécdota, la intriga, el presunto móvil del delito, o la sucesión de eventos causales que derivaron en la particular posición de ese cadáver, el autor se desplaza por el salón y describe uno detrás de otro los elementos que lo componen. Y en ese paseo ingresa en detalles y narra pequeñas historias, todo en un solo largo párrafo que busca describir un fugaz momento de apenas 12 segundos.

Pero entonces, ¿qué hay detrás de esta larga sucesión, extenuantemente descriptiva, repleta de detalles, datos que poco importan o eventos que parecen del todo irrelevantes? Aparentemente nada. O al menos nada que resuelva el crimen en un sentido convencional. El vértigo está en la prosa. En el goce de la descripción perimetral de eventos que evocan algo parecido a la angustia o al vacío. En la circulación ociosa que realiza el narrador en torno a los no-sospechosos. Porque los personajes no hablan, apenas se mueven. Parecen parte del mobiliario. El autor evita hacerlos partícipes, y los convierte poco menos que en objetos incapaces de cometer un crimen. Porque no hay causalidad alguna que justifique este crimen. Por definición, el crimen subvierte el orden desatando irremediablemente el caos. Y Wilson intenta sacarle una fotografía a ese caos, incluso sabiendo el fracaso que implica: “El caos verdadero es por su naturaleza categóricamente inordenable. Nombrarlo es en sí no comprenderlo y así mismo, no comprenderlo es la única alternativa posible”.

Dicen que toda buena historia siempre tiene en el centro un cadáver. Y aunque aquí pueda entenderse de modo literal, subyace también como problema filosófico o desvío especulativo que deja ver una crisis epistémica mayor: la muerte de la tiranía de la razón. No por nada el autor elige una variante de este género, el policial, pues no es sino frente a un crimen donde la matriz deductiva y el procedimiento lógico, debieran operar como salvavidas. Acá, sin embargo, todo falla. Estamos frente a un puzzle cuyas piezas no encajan. La novela incluso se resiste a la clásica promesa, propia a todo misterio, de satisfacer la expectativa del castigo. Las pistas carecen de verdad y juntarlas no te lleva a ninguna parte, pues nunca hubo tal orden, ni adentro ni afuera de esa habitación, solo simples intentos —artificiales, engañosos y por ende falaces— de entender el mundo en base a causas y efectos. 

Ciencias ocultas es una novela extraña, atípica pero sin duda lúcida y desafiante. Un artificio cuya brevedad y elocuencia hace del lenguaje su principal misterio. Y no solo porque abra preguntas que deliberadamente se encarga de no responder. Sino porque su protagonista, el crimen, más parece una alegoría de lo inaprensible, de aquello cuyo sentido jamás lograremos capturar. Cuando leemos, qué duda cabe, nos entregamos afanosamente a la búsqueda de un sentido, cualquiera sea, y aunque no lo haya, lo inventamos, acaso porque nos espanta la idea de habitar en el vacío. Vivimos en una sociedad a la que le aterra el aburrimiento. Y sí, este es un libro muy fome. Pero también es la posibilidad de una experiencia con el tiempo. Así, su autor logra algo bastante difícil: hallar la viva oscuridad de imágenes que en su interior resguardan cierta nostalgia de lo oculto. Ante el furor y la aceleración, ante la transparencia y lo entendible, Wilson prefiere habitar un extraño tiempo que se suspende y se ralentiza, opaco, apenas legible, como si de esta forma pudiéramos entender mejor de qué se trata todo este encierro. 

Ciencias ocultas

Mike Wilson

Fiordo

117 Páginas

Precio de referencia: $12.000

 

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