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El hoyo: Una tenebrosa alegoría en tiempos de cuarentena

Por: Iván Ávila Pérez, periodista, escritor y guionista. | Publicado: 12.04.2020
El hoyo: Una tenebrosa alegoría  en tiempos de cuarentena |
Hay películas que tienen la suerte de estrenarse en el momento preciso, de lo contrario corren el riesgo de pasar inadvertidas. Quizás el éxito de El hoyo se debe en parte (una muy pequeña) al complejo presente provocado a nivel mundial por el impacto que ha generado, en todos los niveles de nuestras vidas, la epidemia de COVID-19.

No quiero quitarle méritos al primer largometraje dirigido por el español Galder Gaztelu-Urrutia (Bilbao, 1974), pero los efectos del coronavirus generan lecturas de este filme que quizás en otro contexto no estaríamos realizando.

La premisa de la película tiene algunos paralelos con El cubo (Vicenzo Natali, 1997) y Snowpiercer (Bjong Joon-ho, 2013), ambas convertidas en películas de culto que se desarrollan en espacios claustrofóbicos, con personajes que parecen conejillos de indias de un invisible poder superior. Goreng (Iván Massagué) ingresa voluntariamente a “el hoyo”, una especie de prisión vertical, con un número indeterminado de celdas, prácticamente diseñada para matar o enloquecer a sus prisioneros debido a que la comida (un opíparo banquete hecho en base a los gustos de cada interno) se reparte sobre una gran plataforma desde el nivel 1 hacia abajo. Quienes están en el fondo nunca o rara vez reciben alguna ración de alimento. Su compañero de encierro es Trimagasi (Zorion Eguielor), un anciano que parece llevar mucho tiempo en el lugar. Gracias a él descubre que cada mes ambos serán trasladados a una nueva celda. El problema es que no saben si ese cambio los favorecerá dejándolos en los primeros niveles o si serán perjudicados al bajar a las jaulas de concreto ubicadas en los pisos inferiores.

Trataré de resumir brevemente algunas de las lecturas que nos deja el filme. Primero, es una alegoría a la perversión del poder y el abuso de los privilegios. El temor del ser humano hacia la muerte al encontrarse en la parte más baja de la escala alimentaria, es rápidamente olvidado cuando manos misteriosas nos elevan cerca de la cúspide y podemos, en este caso, elegir qué y cuánto comemos sin que nos importe un carajo quienes están más abajo. Es ahí que la brutalidad, el abuso, la soberbia y el egoísmo se imponen a la solidaridad, aunque Imoguiri (Antonia San Juan) logrará provocar un quiebre en Goreng que quizás pueda revertir la situación.

Segundo, es imposible negar la influencia de La divina comedia de Dante Alighieri en los guionistas David Desola y Pedro Rivero y claro, en todo el diseño de producción. Aunque estés en la parte más alta, “el hoyo” no deja de ser una prisión –un infierno– en el que es más fácil de lo que parece descender a las profundidades de la perdición. Algunos de los castigos perfilados por Dante están implícitos en varias escenas y el coqueteo con los siete pecados capitales es constante, profundo y muy bien logrado.

Tercero, es indudable identificar en El hoyo las influencias  que el mismo Gaztelu-Urrutia ha reconocido en su forma de hacer cine, entre las que destacan El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962), la todavía insuperable Delicatessen (Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, 1991)  y la insigne Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Con esos antecedentes, se comprende la cuidada y claustrofóbica atmósfera que seduce desde el primer minuto de la película, los diálogos siempre en contexto, entregando la información suficiente para que el espectador entienda lo que ocurre, pero impidiéndole ir descubriendo lo que vendrá en el próximo e inminente cambio de celda; un paisaje asfixiante de concreto y luces opacas que definitivamente, contribuye en gran medida a mantener la tensión.

Y cuarto, tal como comenté al inicio, los paralelos con el encierro obligado y sus efectos, rápidamente comparables con lo que ocurre en buena parte del mundo hoy por hoy, nos obligan a hacer una lectura social y política de esta torre de Babel donde es tan fácil tener el control y el poder, como perderlo. Un lugar que lleva a sus protagonistas a los límites más brutales y hasta abstractos de la supervivencia. Un confinamiento espantoso que nos hace mirar al fascista, abusador y egoísta que todos llevamos dentro y que reprimimos para no recibir la condena social, pero que en El hoyo se libera de maneras indecibles y violentas, metaforizando nuestras sociedades consumistas, criticando abiertamente el uso y el abuso del poder, así como el estricto orden social que nos separa en clases y castas. Podría poner varias escenas como ejemplo, pero prefiero omitir esas descripciones para que usted, que quizás aún no ha visto la película, evite perder el encanto que tiene este thriller de ciencia ficción.

Si a eso sumamos las correctas actuaciones de sus protagonistas, música incidental que contribuye a mantener la tensión en la hora y media del filme, y la exquisita dosificación de las acciones, tenemos finalmente una película redonda, con críticas positivas y premios muy bien merecidos aunque quizás no tan del gusto de todo espectador: hay en El hoyo un par de secuencias excesivamente violentas pero más allá de eso, está esa constante y molesta sensación de estar mirándonos en un espejo un tanto deforme, pero que de todas maneras refleja cómo nos comportamos en algunos momentos de nuestras vidas: nada más que seres traidores e individualistas, llenos de gula, codicia, egoísmo y hambre de poder. Y estoy seguro que no a todos les gustará quedarse con esa imagen. Si El hoyo tiene una gran virtud es esa: la capacidad de dejarte esa incómoda sensación revolviéndote las tripas una vez que termina.

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