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Brutalismo, Un Espacio para el Arte

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 11.01.2013

El brutalismo, conviene explicarlo, aunque traiga a la mente el concepto ahistórico y perfectamente aplicable de brutalidad –pensando en los tantísimos ejemplos que a diario nos proveen nuestros gobernantes–, en realidad es un movimiento y estilo arquitectónico heredero de Le Corbusier, caracterizado por macizas construcciones que dejan a la vista su materialidad (béton brut en francés, hormigón crudo, y de ahí al inglés brutalism).   Por Edison Pérez Columnista de El Desconcierto, condición a la que accede inopinadamente En nuestro país existe un lugar así –inconcluso, bizarro– que reúne estas dos acepciones del término; aunque nunca cumplió su destino, ni lo hará, porque el actual modelo económico no es nada auspicioso para las obras concebidas en un Estado de bienestar y otras abstracciones ideológicas totalmente demodé. Sin embargo hace poco se usó como locación para episodios de una teleserie nocturna. Caso excepcional porque sistemáticamente se ha denegado el permiso para la realización de obras de más peso cultural, seguramente por lo mismo. Escenario digno de performances y fotografía de autor; ya se quisiera una Paz Errázuriz colarse y retratar a sus moradores, porque contra toda expectativa, los tiene. Me refiero a… vamos desde el principio, al Hospital del Empleado, que así se llamaría cuando Eduardo Frei Montalva firma el decreto de 1969 donde destina para ese uso un extenso terreno fiscal a un costado de Ochagavía. A juzgar por el año y la costumbre, durante su administración posiblemente se puso la primera piedra y ninguna más. Su construcción corresponde al Gobierno Popular. El tiro de gracia lo recibió de un Golpe: por supuesto, la dictadura de Pinochet no sería la que continuara la obra. La estructura sin embargo estaba tan completa que se alcanzó a adquirir parte de los revestimientos y los ascensores. De los primeros no se tiene noticia y los últimos fueron destinados al Hospital Militar en Providencia. Al también llamado hospital de Ochagavía se le conoce como Elefante Blanco –hay leyendas que explican el concepto. La alcaldesa de Pedro Aguirre Cerda, la reelecta Claudina Núñez, prefiere llamarlo “monumento a la desidia” (no tengo que explicarlo). Son 84 mil metros cuadrados edificados distribuidos en nueve pisos y un área de 23 mil metros cuadrados de terreno que albergarían al hospital más grande y moderno de Sudamérica, que atendería a la población de Santiago sur. Sin embargo la tendencia actual (pero no de hace 20 o 30 años, cuando pudieron retomarse los trabajos) son los hospitales modulares y ultraespecializados, de ahí que el de Ochagavía sea inviable. Otra razón aducida es que la estructura no soportaría los actuales niveles de equipamiento necesarios, amén de los virus, gérmenes y bacterias acumulados incompatibles con la vida: más barato que librarse de ellos resulta demoler el edificio. Afín con los tiempos que corren, el Fisco vendió la propiedad a un privado, la Constructora Mapocho, en 1999, a un precio cercano al 1 por ciento de su valor real. La idea original para reconvertir ese espacio (término que lo libera de toda tensión dramática) contemplaba un centro comercial y departamentos. Ignoro si nuestro glamoroso retail esté dispuesto a instalar allí sus multitiendas, o si parejas emergentes piensen en adquirir un departamento con vista a los tejados de las poblaciones vecinas. Acerca del público, esperaría un estudio de mercado. La mole en cuestión ya cumplió 41 años, más que gran parte de la población del país, con la que comparte rasgos identitarios: llegó a la vida con infundadas expectativas, vegeta en el más humillante abandono, cosa que a nadie parece importarle. Una criatura nacida y criada en el patio trasero, su único mundo, donde finalmente morirá. El primer elefante blanco (así se llama también) no es el chileno sino uno que está en Buenos Aires. El proyecto Hospital de la Liga Argentina contra la Tuberculosis –el más grande y moderno de Sudamérica, ¿le suena la expresión?– se proyectó en 1923, se comenzó a construir en 1938, los últimos trabajos se realizaron durante el segundo gobierno de Perón, pero en 1955, tras el golpe militar que lo derrocó… Bueno, ahí está con sus 12 pisos, y desde el 2007 las Madres de la Plaza de Mayo lo tienen en comodato como “merendero”, algo así como una olla común interminable para los habitantes de la aledaña Ciudad Oculta, así llamada por los dos murallones levantados para el Mundial de Fútbol de 1978 con los que la dictadura quiso desaparecer la villa miseria Nº 15 y con ello, a su entender, el problema de la pobreza en su país. También espacio para el arte, y en un ambiente más libertario que el nuestro, en él se han realizado cuánta intervención, performance, taller o exposición sea imaginable, y algo que en Chile parece impensable: una película. Elefante blanco, de Pablo Trapero (Argentina, 2012). En nuestro caso los extras podrían ser los mismos pobladores –algunos personajes secundarios como cogoteros y violadores ya integran el reparto. Sólo falta una pareja protagónica de jóvenes europeos o unos curas anarquistas que vengan a salvarnos. No hay salud.

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