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Patricio Guzmán, El Memorioso

Publicado: 19.03.2013
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Algunas de tus obras de los últimos 25 años, como Chile, La Memoria Obstinada y Salvador Allende, no sólo se relacionaron con el pasado sino que retrataron cómo era nuestro país cuando fueron realizadas, el de la primera época de la transición en un caso y el de la post detención de Pinochet en el otro. ¿Cómo ha evolucionado la relación con el pasado en el Chile actual, en comparación con lo que se muestra en esas obras?

Las cosas sí han cambiado, hay una evolución, pero aún no se ha estudiado profundamente el golpe de Estado ni la dictadura. Lo percibo cada vez que voy a Chile a un festival o a dar un seminario. En un 60 por ciento los casos de violación a los derechos humanos no han sido resueltos todavía y cuando tú le preguntas a la gente si lo sabe, la mayor parte dice que no. Tal vez haya menos miedo, pero el don de la palabra, es decir, el de hablar claramente y llamar las cosas por su nombre, todavía no lo veo en Santiago.

En Chile, La Memoria Obstinada, muestras, entre otros, a la generación de los llamados hijos de la dictadura, los que en los 90 eran secundarios o universitarios. A diferencia de ellos, se dice que esta generación de jóvenes, la del movimiento estudiantil, ha ido dejando atrás el miedo y junto con ello ha reivindicado, entre otras cosas, la memoria de Allende. ¿Cuál es tu mirada al respecto?

Que es lo menos que podría pasar, porque Allende es una figura universal. En cualquier parte del mundo si tú lo mencionas la gente sabe de qué se trata. Lo mínimo es que Chile comience a reconocerlo como uno de los líderes latinoamericanos más importantes del siglo XX. Mira, casualmente, hace dos días, se pasó la segunda parte de La Batalla de Chile en el Forum des Images, una multisala de París administrada por el Estado, había 270 personas y no te puedes imaginar la conmoción del público, la mitad era gente joven y el debate duró una hora y media. Y ahora, en el Festival de Du Réel, también en París, que comienza dentro de dos semanas, se van a pasar las tres partes y va a ocurrir lo mismo, una gran discusión sobre Chile a 12 mil kilómetros. Entonces creo que el fenómeno de la memoria está bastante atrasado todavía. Sin embargo pienso igual que tú: en este momento el movimiento estudiantil chileno tiene mucha cuerda para cambiar las cosas. Y es uno de los mejores del mundo.

La memoria institucionalizada

¿Cuál es tu opinión del rol que juegan o deben jugar las instituciones dedicadas al tema, como el Museo de la Memoria

Ése es un museo que no compra nuestras películas. Nos han obligado a donarlas y eso me parece inoportuno, porque si la televisión chilena abierta no compra películas de este tipo, si ni las facultades de historia ni la Biblioteca Nacional lo hacen y aparece el Museo de la Memoria y tampoco las compra, sino que te obliga a regalarlas, me parece un gran falta de solidaridad con los realizadores de documentales. He hablado con los tres directores que ha tenido el museo y ninguno me ha sabido dar una explicación razonable. Dicen que fue creado por un decreto de Michelle Bachelet que es tan complicado de modificar que habría que citar a mucha gente, incluida la Cámara de Diputados completa, para cambiar los estatutos. Pero yo me pregunto, ¿cómo es posible que hayan comprado un terreno, que hayan hecho un concurso de arquitectos y levantado un edificio, que paguen a un equipo de empleados para que el museo funcione y que se les haya olvidado el ítem adquisición de obras? Eso no lo puedo entender y además nadie lo cuestiona. Yo no les voy a regalar mis películas, se las voy a vender cuando ellos las compren. Y no se trata de una cuestión de dinero. Lo que realmente no me gusta es la gratuidad en el arte en Chile. Todo tiene que ser gratis.

En este tema, como en muchas cosas en Chile, hay una suerte de consenso no confeso entre la Derecha y la Concertación. Ambas coaliciones han construido una memoria oficial, cuya cara se verá este 2013, a 40 años del golpe. Frente a ese discurso, ¿cuál es la importancia de las instituciones que no están alineadas con el poder, tal como la de los testimonios individuales?

Existe un gran archipiélago de grupos que trabajan por la memoria, como Villa Grimaldi, determinadas facultades universitarias, algunos canales de televisión en los barrios populares, un gran conjunto de organismos independientes que trabajan con rigor y competencia, pero la gran masa de los chilenos, los 17 millones, aún no se enteran bien de lo que significó el período de Pinochet, la destrucción del aparato del Estado y tampoco no han estudiado a fondo lo que hizo Allende. Por otra parte, ¿cómo es posible que las Fuerzas Armadas sigan aún defendiendo a los 300 o 400 implicados en las violaciones a los derechos humanos? ¿Por qué no hay todavía una lista de dónde están los cuerpos de los desaparecidos, cuántos arrojaron al mar, dónde hay otras fosas comunes? Frente a esta situación cada testimonio, cada voz que participe, cada testigo, cumple una función de primera importancia.

Bajo ese prisma, entonces es perfectamente coherente que tu obra no haya sido reconocida ni apoyada por las instituciones en Chile.

Acuérdate que la primera vez que yo me he ganado un Fondart, desde hace 20 años, fue hace un mes para El botón de nácar, mi próxima película. Mis últimas tres obras fueron desestimadas por las ayudas del Ministerio de la Cultura. Nostalgia de la luz, Salvador Allende y El caso Pinochet no tuvieron ese fondo, ni el de la Corfo. Y esas tres películas han estado en el Festival de Cannes, dos de ellas en la selección oficial. Y las tres hablan de la memoria. Cuando hablo de esto afuera, la gente cree que estoy inventando. Cada año me invitan a impartir dos o tres clases en la Escuela de Ciencias Políticas de París (Sciences Politiques) y otra en la Escuela de Cine (La Femis). Siempre hay uno o dos chilenos que me dicen mire, “es la primera vez que realmente me doy cuenta de lo que pasó en Chile” y agregan que después de pasar por el extranjero vuelven con otro criterio al país.

La Concertación y Allende

¿Cuál es tu apreciación del modo en que han abordado el tema de la memoria, en general, los gobiernos de la Concertación?

No es muy positiva. Es bastante mala en realidad, a pesar de que sé perfectamente que una transición política es complicada y casi siempre interminable. En su conjunto ninguno de los gobiernos de la Concertación ha tenido una real vocación de llegar hasta el final, no ha habido ningún Kirchner entre nuestros presidentes chilenos. No niego que ha habido dos comisiones investigadoras muy positivas, tampoco que en los primeros momentos de su gobierno Aylwin fue uno de los más humanistas al decir que estas cosas tenían que ser reconocidas, pero también ahora, viejo y chocho, dice que el gobierno de Allende fue una de las calamidades grandes que ha sufrido Chile, lo cual indica que aplica su ideología conservadora sin ninguna perspectiva. Muy por el contrario, Kirchner impulsó a fondo en Argentina los juicios contra los responsables y transformó la Escuela de Mecánica de la Armada en un gran museo. Desalojó a los militares y creó un “campus” de la memoria. El año pasado estuve ahí para presentar todas mis películas.

De los mil días del gobierno de Salvador Allende, ¿qué es lo que te llama más la atención que no se haya rescatado o qué se haya rescatado mal?

Lo más interesante fue el movimiento colectivo de la sociedad, es decir, se descubrió que el “concepto solidaridad” era necesario. Los partidarios de Allende crearon un frente de participación en las fábricas, minas, poblaciones, campamentos, universidades. Era una ola de solidaridad. En la última elección democrática, seis meses antes del golpe de Estado, los partidarios de Allende obtuvieron el 43.4% de los votos. Esto no es una minoría. Es prácticamente la mitad del país. Son más votos que los que sacó Rodríguez Zapatero en España. Allende obtuvo este resultado cuando en Chile no había azúcar, pan, harina, aceite, tallarines, café, gas para la cocina, calefacción, transporte colectivo, materias primas, stock de repuestos, etcétera. Se enfrentó a un boicot de los grandes empresarios y un sector de la clase media. El 80% de la prensa escrita estaba contra su gobierno. El 70% de las radios criticaba su gestión. Sus adversarios le insultaban casi a diario y él no prohibió ningún medio de comunicación. El gobierno de Nixon y Kissinger le asfixió desde el primer día. Los camioneros recibían 5 dólares diarios para dejar de trabajar. ¿Y el señor Aylwin se atreve a decir que Allende ha sido la mayor calamidad de Chile? La transición chilena ha sido complicada. Está basada en un pacto de silencio entre los militares y una clase política traumatizada.

En cierto sector de la Izquierda existe el debate respecto al tipo de rescate que se hace de Allende, porque se le puede recordar como un mártir y llevar una ofrenda floral a la estatua de la Plaza de la Constitución, pero guardar silencio sobre su legado político. ¿Cuál es tu mirada sobre esa dualidad?

Allende es elegido como presidente democrático en medio de una América Latina convulsionada por las guerrillas, que tenían como propósito hacer un cambio radical a partir de la lucha armada. Y en medio de este clima aparece un señor con anteojos gruesos y aspecto de profesor universitario, sin populismo, sin un lenguaje fácil, sino por el contrario con un verbo muy educado y convencional, que logra convencer a una enorme cantidad de ciudadanos para llegar al poder. Esto es sorprendente. Allende se convirtió en algo mucho más interesante para América Latina y mucho más peligroso para los Estados Unidos que todas las guerrillas juntas. Inventó la posibilidad de hacer una revolución sin destruir el aparato del Estado y sin pasar por una guerra civil. Era un proyecto al cual las personas se podían enrolar cuando quisieran y se podían salir cuando quisieran. Era un movimiento donde no había la presencia de un solo partido dominante. Allende detestaba el partido único y quería, al revés, un frente amplio, una izquierda plural como se la llamó después en Francia. Observar a Allende desde esta perspectiva es extraordinario.

Hemos hablado de obras que tienen que ver con Chile, pero hay otras que tienen que ver con la memoria, como Pueblo en Vilo ¿Por qué para ti ha sido necesario volver, una y otra vez y durante décadas, a repensar la historia de Chile y a repensar sobre la memoria?

Pertenezco a una generación y a un momento histórico del cual no me puedo escapar. No puedo dejar de recordar la injusticia del golpe de Estado contra un pueblo inerme. Descargar contra él un ejército entero y liquidar una república liberal que había tomado 200 años de trabajo es un acto tan innoble que no se puede dar vuelta la página. Y no es una cuestión militante. Nunca he sido militante de ningún partido, sino que es una cuestión moral. Me siento como la gente que ha pasado por experiencias de la tortura o de un campo de concentración, mucho peores que la mía por supuesto, y que no puede dejar de denunciar los hechos para mejorar en el futuro la vida humana. Ésa es la razón y la raíz de mi condición de cineasta.

¿Respecto a esa experiencia histórica, tú tienes la ilusión de que pueda ser reconstruida por generaciones posteriores o te parece más bien que es un paréntesis en la historia de Chile que no se va a volver a abrir?

Creo en las dos cosas. Por una parte se trata de un período irrepetible y por otra parte pienso que dentro de cien años se va a recuperar el equilibrio, porque el pueblo chileno tiene una gran disciplina interior y una gran capacidad de trabajo. Se va a terminar el período de los historiadores conservadores. ¿Qué confianza podemos tener en nuestros héroes si la historia siempre la escribe la derecha? América Latina está llena de estatuas de cartón piedra, con personajes a caballo que no sabes para dónde van ni de dónde vienen. No creo en la historia oficial de Chile. No creo en los textos de Frías Valenzuela, que es lo que yo estudié en el colegio.

 

El Botón de Nácar, la próxima obra.

Es una obra en gestación. Se desarrolla en el sur de Chile y es una reflexión sobre el agua como materia que engendra la vida, de lo significa para nuestra vida humana y la vida en el universo. Cada movimiento del agua responde a una fuerza que viene desde fuera, cada movimiento de un arroyo o de un lago lo produce la Luna y los planetas más cercanos a la Tierra. Por lo tanto, el agua es un intermediario entre nosotros y el cosmos.  Éste es el envoltorio universal, metafórico que tiene la película, que también se refiere a acontecimientos que han tenido que ver con el agua en Chile.

 

La Cruz del Sur y Benedicto XVI

Entre 1989 y 1992, Patricio Guzmán realizó La Cruz del Sur, un memorable retrato del carácter excepcional del catolicismo mestizo y popular en América Latina. En esa obra tuvo un lugar destacado la Teología de la Liberación, corriente que dio un sentido local al Concilio Vaticano II y renovó la fe en el continente, antes de ser purgada por Juan Pablo II a través del entonces Cardenal Joseph Ratzinger. Desde ese interés, Guzmán opinó sobre la renuncia de Benedicto XVI:

Su gesto tiene mucho de valentía. Yo respeto su renuncia.  Sin embargo, lo que hizo con la Teología de la Liberación no tiene nombre, porque él es el responsable de que América Latina haya caído en manos de las sectas norteamericanas. Mientras existió la Teología de la Liberación hubo una gran organización de base que la Iglesia Católica tenía en América Latina para ayudar a las masas populares, apoyados por las mejores inteligencias del Brasil y de muchos otros países. Eso yo lo vi con mis propios ojos porque conocí personalmente a todos esos teólogos. Es extraño decir esto, pero el papa Wojtyla era mucho más anticomunista que católico. Y Ratzinger fue su ejecutor. Y para qué hablar de Chile: la iglesia chilena era una maravilla, después de la brasileña, ésta era una cantera de tolerancia y los obispos no eran pechoños, eran hombres de Estado, que pensaban en el país y no en su credo, eran impresionantes y por eso Allende también tuvo en ellos un apoyo importante. El cardenal Silva Henríquez sentía un afecto personal por él.

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