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Avanzar sin Tarzán: Enrique Lihn y la Contracultura

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 03.04.2013

“La fiesta de disfraces contra la mala política a la que convocara Lihn?nunca tendría lugar. En vez de ella, otras ceremonias, otros bailes de máscaras, servirían para encubrir la persistencia del legado autoritario que,?como una sombra omnipresente, domina la vida de este país hasta el día de hoy” Por Jaime Pinos A contrapelo de una cultura del martirologio fuertemente enraizada en la izquierda tradicional, y en claro antagonismo al discurso oficial de la dictadura, Enrique Lihn se situó en el incómodo vértice de la crítica y la contracultura como métodos de lucha contra los autoritarismos y las cegueras de turno, ganándose, hasta el día de hoy, el fuego graneado de los decanatos de izquierda y derecha, desde El Mercurio hasta los popes poéticos de la plaza. 1981. Lihn hablando de su repliegue durante los primeros años de la dictadura: Me retiré a la vida universitaria, instalándome en el campo específico de la literatura, allí donde de por sí está reñida con el discurso político inmediato. Y ahí he estado, en ese rincón recoleto, a lo largo de todos estos años. La situación, suya y del país, será radicalmente distinta solo un par de años después. 1983. Grave crisis económica, quiebre de la banca. Protestas Nacionales. 18 mil uniformados en la calle durante la protesta de agosto. El resultado son 27 muertos, incluyendo cuatro niños, los que subirán a 69 al finalizar el año. Asesinan al intendente de Santiago. Sebastián Acevedo se quema a lo bonzo en la plaza de Concepción. Militantes de izquierda son sistemáticamente asesinados en falsos enfrentamientos. La Alianza Democrática convoca la mayor concentración opositora en 10 años de dictadura. Entre 500 mil y un millón de personas, según las fuentes, llegan al Parque O´Higgins. En ese contexto, Lihn abandona su rincón recoleto y publica El Paseo Ahumada. Al año siguiente, dirige, junto a Pedro Pablo Celedón, la película–performace Adiós a Tarzán. Ambos, hitos inaugurales de una política que él mismo denominaría como contracultural. Los quince años finales de su producción, posteriores al golpe militar, podrían caracterizarse desde la idea de “contracultura” que propone en “Adiós Tarzán” dice Adriana Valdés. De hecho, Lihn prefiere, antes que teorizar, definir la idea misma de contracultura en términos prácticos a partir de esa experiencia: La expresión “contracultura” (que no es ni la acultura ni la anticultura que definen al régimen y a la década) es complementaria a la de “contraarte”. Conviene definir esta última con una práctica y un ejemplo concreto: el proyecto “Adiós a Tarzán”. Una lectura exhaustiva, tarea pendiente para la crítica chilena, de esta política y esta estética contraculturales excede las posibilidades de este texto. Sin embargo, es posible apuntar algunas ideas sobre un par de rasgos esenciales. La construcción de comunidades creativas que fueran capaces, en el libre ejercicio del juego, de resistirse y no reproducir internamente la lógica autoritaria. La relevancia del humor como forma de lucha eficaz contra la dictadura. “Adiós a Tarzán” es fruto de La Movida: arte de explotar la amistad en beneficio de un trabajo común que requiere del oficio y de la identidad de todos, sin remuneración económica para nadie empieza diciendo el folleto de invitación al estreno. Efectivamente, Lihn convoca en este proyecto a un variopinto abanico de personas y algunas personalidades, que incluye familias enteras e integrantes de ámbitos generacional y creativamente disímiles, escritores, plásticos, músicos: un exceso de gente, alguna mal informada, por lo demás, sobre el acto, e incontrolable para un director de escena improvisado, se concentró bajo los árboles exóticos describe Lihn en una crónica publicada en revista Cauce. Arte de explotar la amistad en beneficio de un trabajo común. La Movida. Eso es esta película. No importa el apego a un guión, la dirección de escena se improvisa, los actores son todos amateur y han concurrido sin mayor aviso previo acerca de qué trata el asunto. Lo que realmente importa es registrar a este grupo heterogéneo, reunido para llevar a cabo lo que parece ser un juego sin reglas muy precisas o un rito carnavalesco para cuyo desarrollo la película es sólo un pretexto. Como escribe Adriana Valdés, Adiós a Tarzán es parte de una serie de happenings contraculturales que, vistos retrospectivamente, parecen prefigurar las llamadas estéticas relacionales; a celebraciones colectivas del orden del juego, que afirman una especie de comunidad ajena al autoritarismo imperante. Todas ellas tienen en común el desafío y el disenso. Respecto de dictadura, en primer lugar, y también –quien nace chicharra muere cantando– respecto de cualquier autoridad que se fuera estableciendo en el campo de la misma disidencia. El humor, la ironía y la parodia como formas de lucha. Como dijo Juan Cameron recientemente en una conferencia sobre Lihn: El hueveo como factor de lucha, en la contingencia de la dictadura, fue una de sus últimas banderas. Con el humor, Lihn pretendía recoger lo que identificaba como un rasgo de la idiosincrasia nacional y un mecanismo de autodefensa histórico contra la injusticia y el autoritarismo: De ese humor, y de ese distanciamiento que produce el humor, es algo que ha dado muestras este país, como una manera de defenderse de la realidad, y de hacer irrisión de ella. Son antídotos, por así decirlo, contra la monstruosidad ambiental. Lejos de la afición de la izquierda tradicional por los cantos épicos y los martirologios, Lihn aboga por un discurso donde se oponga la imaginación y la risa a la solemnidad impostada del discurso cultural de la dictadura: Está vigente, asimismo, la necesidad de incorporar el humor a la resistencia cultural o contracultural a la dictadura, en conformidad al espíritu lúdico de los paros. El gobierno militar, cuya maquillada “imagen cultural” es de una gravedad irrisoria, carece por completo de la seriedad que puede tener el humor. Comunidades creativas, lúdicas y libertarias. El humor como forma de crítica y autocrítica política. Estas coordenadas llevaron a Lihn a proponer vías de protesta y confrontación contra la dictadura bien diferentes a las formas, desgastadas y meramente rituales, de la izquierda tradicional. Como escribe en 1984: Es necesario otro tipo de acciones, con contenidos de denuncia más fuerte; por ejemplo que un día equis se suban a las micros doscientas personas, evidentemente gente como profesores universitarios, científicos, poetas, y a la misma hora ofrezcan algo: una hoja de poemas o una conferencia de tres minutos. Asumir la condición de vendedores ambulantes a que nos ha llevado este régimen a todo el mundo. Asumirse en la precariedad. Hablar y actuar desde ahí, sin iluminismos ni dirigismos de ninguna especie. La clase de convocatoria política que propone Lihn, parece mucho más cerca de Abbie Hoffmann y las intervenciones de los Yippies, por ejemplo, que de las consignas y las formas de la izquierda leninista. Aquí habría que llamar, a lo mejor, a una gran concentración carnavalesca, sin más consignas que los disfraces. Hacer del grito una respuesta a los argumentos ministeriales; del silencio, una réplica a la cháchara; del arte, una protesta contra la mala política. ¿Qué ocurriría si uno de estos días las calles de Chile se llenaran de disfrazados? Desde cierto punto de vista, podría afirmarse que el desvío paródico de la consigna clásica de la izquierda, avanzar sin tranzar, metaforiza su crítica radical y la intención de abrir nuevos derroteros, tanto simbólicos como prácticos, para el movimiento social y cultural construido al calor de la lucha contra el dictador. La realidad, sin embargo, dejaría nuevamente fuera de foco a Enrique Lihn. Su muerte intempestiva, justo antes del fin de la dictadura, clausuraría esa tentativa. Así como los esfuerzos de la disidencia triunfante, en su negociación para integrarse y participar del poder, por desmovilizar el movimiento y encausarlo en los acotados márgenes de participación dentro de una democracia vigilada y cupular. La fiesta de disfraces contra la mala política a la que convocara Lihn nunca tendría lugar. En vez de ella, otras ceremonias, otros bailes de máscaras, servirían para encubrir la persistencia del legado autoritario que, como una sombra omnipresente, domina la vida de este país hasta el día de hoy.

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