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Birras académicas

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 08.04.2013

texto y fotos de Daniel Noemi

Seamos realistas…

Que a uno de vez en cuando le guste tomarse una cerveza es la cosa más normal del mundo; que de cuando vez uno prefiera beberse dos o tres tampoco es lo más extraño a nivel universal; pero que uno viaje 25 horas de ida y 28 horas de vuelta, pase tres días hablando de cultura con gente que también habla de cultura de un modo mucho más cultural que uno, soporte un frío ante el cual todo el desarrollo y tecnología germanos no pueden hacer nada, coma la peor comida de la historia del mundo mundial, se deba tragar al intragable facho de García de la Concha y su silla en la Real Academia, todo eso para beberse un par de chelas en el Pinkus Müller, probablemente parezca un tanto exagerado. O sea, una anécdota digna de Bryce Echenique, alcohólicamente hablando, claro está. Pero no: es la mismísima realidad extra-literaria de los congresos académicos, donde la deconstrucción de las ideas, los análisis formalistas, las discusiones post apocalípticas, las revoluciones paradójicas que están a punto de venir, la fijación científica alemana (me pregunto si ese afán no oculta algo más terrible: la certeza del vacío post post-moderno que dejaron los filósofos del barroco y de la pre-ilustración. Puro Sturm un Drang, mein Freu(n)d) y las brillantes interpretaciones de novelas, películas y estatuas de caballos, que no ha visto nadie (las interpretaciones, digo), se confunden al final de la jornada en la aplacable (o implacable) espuma salida del grifo que con tersa mano (según algunas) vierte en el vaso adecuado (según todos) el barman que sueña con irse de ese lugar donde medio siglo antes los estudiantes se llenaban de energías para marchar contra la guerra de Vietnam y gritar ¡Ho Ho Ho, HoChi Min! La cerveza sigue siendo la misma, pero los tiempos sin duda han cambiado. ¡Compañeras, compañeros! ¡Otra cerveza es posible! Los congresos académicos, como la teología o los partidos de fútbol, buscan lograr la confluencia entre lo abstracto y lo concreto. En ellos, especialistas (¿nos llamaremos así porque somos especiales? ¿Tres ojos? ¿De piel con diseño Mondrian?) se reúnen a hablar de sus, valga la redundancia, especialidades. Así, si yo le hago a la literatura hablo de literatura, si tú le haces a los cómics puedes hablar de Marvel & Co (“Las confluencias fálicas en la mujer maravilla y linterna verde a la luz del seminario ocho de Lacan,” por nombrar un ejemplo cualquiera). Eso sí: quien sea una experta en barriadas o country clubs o una fanática de Boca, probablemente hable de otras cosas. Pero eso es una excepción y aquí no tenemos tiempo para excepciones. El no tan imaginario lugar donde tuvo lugar el encuentro que refiero –que lleva el original título de día de los hispanistas (aunque sean más de un día y aunque España ya no exista o casi y, sobre todo, aunque sea algo que remite a la neo-colonización y neo-imperialismo de esa España casi inexistente; pero no nos dejemos achacar por disquisiciones filológicas, queden ellas para los especialistas)- se llama Münster y lo único que tiene más que frío son Iglesias y cruces en las habitaciones de los hoteles. (Debo admitir: Yo viví en esa breve hanseática ciudad en el norte de Alemania hace más tiempo del que quisiera, durante mi niñez, y regresar para estos avatares fue un viaje a la nostalgia del futuro, a vivir todo aquello que nunca pudo ser. Por suerte.) El caso antiguo, medieval está cubierto de adoquines que rodean las mismas tiendas de siempre donde se observa el bienestar de una sociedad que parece regocijarse en su devenir. Justo en aquellos días de la crisis de Chipre, una revista alemana de negocios titulaba que el tiempo de las vacas gordas había vuelto; la portada dominical de uno de los periódicos de mayor circulación era aún más optimista: nunca hemos estado mejor familiarmente, ecológicamente, sexualmente (aquí deberíamos hacer una nota refiriendo el seminario veintiocho de Lacan, pero lo obviaremos para no caer en mayores redundancias). Y Europa, muy bien, gracias. Curioso, es un caso de metonimia económica: el dinero siempre está en otro lado. Claro, porque mientras tanto en las salas de la ubérrima universidad, se escuchaban voces que despotricaban contra el sistema (de nuevo), contra el sistema (otra vez), contra el sistema (y dale con que va a llover), el camino de Santiago (qué culpa tendrá él, yo me pregunto), y el ubicuo Bolaño (que no sé si estará descansando en paz con tanto simposio sobre él). Y está bien porque es necesario y también porque hacía frío y el tiempo pasado, mi querido Ho Chi, no puede retornar. Pero para por mientras tanto, aquí en Alemania, mientras esperamos lo inesperable (que sí va a pasar), compañeras, compañeros, académicas todas, especialistas especiales, expertos exasperados, no nos queda más que irnos al Pinkus y pedirnos una más. Yo invito.

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