MV: Y sin embargo, querámoslo o no, seguimos pensando la política a partir de la memoria del golpe. Ya sea como duelo cumplido, ya sea como pensamiento del acontecimiento, la punzadura de esa caída determina fantasmáticamente la memoria del porvenir. Dices que es necesario desplazar esa memoria, que debemos despertarnos de una vez del sueño de Allende. Pero, como atravesar el fantasma, como afirmar el imperativo de la vigilia, del yo soberano, de la conciencia vigilante, sin volver a hundirse nuevamente en la noche de la nada. Hay en todo despertar un deseo de Aufklärung que debemos interrogar sin descanso. Esa ilustración del sueño que demanda la vigilia de la razón amenaza siempre con traicionar la herida que el sueño vela. De igual modo, nunca se puede estar completamente seguro si hemos ya despertado o seguimos soñando. Esa zona umbral, de vigilia y sueño, es quiza la zona en la que habitamos. Un zona artificial, fascinante, alucinatoria que trae a la memoria la réplica de otras memorias, los espejos de otras zonas. Si todas nuestras memorias son falsas memorias, si ellas son en el sueño memorias de otros sueños, importa menos su virtualidad onírica que el hecho de que ellas nos habrán dejado pensar lo impensable. Obsesionado por estas preguntas, por los problemas a que dan lugar, Derrida sueña en Fichus con un sueño que fuese más vigilante que la vigilia, más pensador que la conciencia. Ahora bien, como no traicionar la memoria que el sueño vela, como no traicionar el sueño de la memoria al momento de afirmar la necesidad de contestar la demanda del fantasma. Pues, esa demanda, una demanda heterotestamentaria de justicia, se expresa hoy en la calle en los tiempos disyuntos que nos ha tocado vivir. Que esa demanda baliza una cripta, que está cargada de traiciones, vergüenzas y denegaciones, es algo con lo que debemos contar al momento de pensar la política. Por lo demás, la misma noción de acontecimiento —esencial a la comprensión de la política en la modernidad— incluye en sí misma las dimensiones de la vigilia y el sueño, de lo diurno y lo nocturno. Podría incluso afirmarse que es a partir de la oposición entre lo diurno y lo nocturno, entre la vigilia y el sueño, que la modernidad elaboró la noción política de acontecimiento. Noción espectral, en la cual el acontecimiento se encuentra suspendido en un tiempo de la memoria y de la espera. Tiempo de una evidencia inmemorial, a la vez que improbable. Solo hay acontecimiento auténtico, cuando se alcanza el punto crítico en que la memoria se une con la espera, cuando la experiencia va al encuentro de los hechos por venir. Este tiempo es un tiempo del testigo, ahí donde el testigo milita a favor de la doble temporalidad de la experiencia y de la espera. De ahí tambien que pueda advertirse en la condición moderna de la militancia la condición de testificacion de la política en la modernidad. El “ser del futuro” de la modernidad, o lo que puede describirse como la legitimación progresista del proyecto moderno, se construye mediante una doble testificación del pasado-futuro (las enseñanzas de Koselleck, son sin duda fundamentales). A esta doble testificación del pasado-futuro le es esencial la noción política de acontecimiento. Pues, pensar la política como acontecimiento es condición para pensar la militancia como testificación de una experiencia política de la temporalidad. Las famosas tesis sobre la historia de Benjamin pueden muy bien presentarse aquí como documentos probatorios de una noción de acontecimiento elaborada a partir de esta doble testificación del tiempo en la modernidad. Que el continuum de la historia sea identificado con el progreso, que sea esa noción de progreso la que debe ser interrumpida por el ahora inmemorial de la memoria de los vencidos, no viene sino a enseñar que la comprensión benjaminiana de la política se organiza a partir de una noción de acontecimiento suspendida entre el tiempo de la memoria y el tiempo de la espera. Por otro lado, estas formas de testificación del acontecimiento han dado lugar en la tradición de izquierda a viejas y nuevas memorias de la resistencia, a complejos bestiarios de la revolución que debemos revisar y discutir con pasión. Pensando en estos problemas Daniel Bensäid se atrevió a proponer en Résistances (2001) un ensayo de topología general del acontecimiento. En ese ensayo, el bestiario de la revolución —que está pensado a partir del acontecimiento y de la razón militante moderna—, es el bestiario de una única figura: el topo. En efecto, el topo, “el viejo topo” marxista, es para Bensäid la figura ejemplar de la resistencia y la revolución. Las toperas nos hablan de ese laborioso tiempo de espera, de ese trabajo incansable por el porvenir. Trabajo obstinado, paciente, subterráneo, trabajo de zapa. Y sin embargo, cabe preguntar si no debemos dar lugar en el tiempo actual a otras figuras, a otros bestiarios para pensar una práctica política sustraída de todo horizonte de futuro, nómade ella misma en un presente absoluto. Volviendo a las marchas y movilizaciones que hoy colman las plazas y alamedas de Chile, recuerdo un coloquio que sostuvieron hace poco tiempo atrás Alejandra Castillo y Willy Thayer en la Universidad ARCIS, donde discutían la necesidad de abrirse a nuevos bestiarios para pensar la política y las prácticas de resistencias. Nuevos bestiarios que desplazaran las metáforas militantes del topo y la topera para dar lugar a otros mapas zodiacales, a otros bestiarios y formas de acción política. Las ondulaciones de la serpiente deleuziana, el paciente trabajo de los caracoles zapatistas fueron citados en esa conversación en auxilio de un pensamiento que buscaba otras figuraciones, otras resistencias. Existir es resistir, dice la consigna. Existir pasa hoy en día por redefinir la relación entre política y temporalidad.
OAC: No estoy seguro de que hoy se piense completamente la política desde la memoria del golpe, aunque no hay duda de que esta ha sido crucial en el desarrollo de las políticas estatales y no estatales de la transición de la dictadura a la democracia. Como ambos hemos venido señalando, estas políticas están inscritas en la economía del duelo y creo que como tales pertenecen a efectos de memoria. Entonces, sin necesariamente estar en desacuerdo contigo, diría que la política se piensa desde al menos tres ejes de conformación política de la memoria y que estos, en sus efectos, están sujetos a una economía que no es ni unilateral ni homogénea, sino heterotópica y múltiple. Se trata de una economía que funciona como vertedero de residuos nemotécnicos y que sus formas de articulación dependen de las agencias políticas que estas encuentran. En el primer eje de esta economía está la apertura y desborde de la estructura parlamentaria que significó la experiencia popular durante los primeros años del gobierno de Allende. Se podría decir que la inscripción de este evento es la materia residual con la que se conforma la memoria política de una experiencia y de un experimento político inédito en el imaginario de la izquierda. Su condición inédita está dada por el hecho de que la izquierda estaba fuertemente dominada por el triunfo de la Revolución Cubana (1959) y la ideas guevaristas del foco guerrillero. Ni las técnicas de los barbudos ni el foco eran considerados por la UP. De hecho, los militantes del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario) deben de sufrir de la enfermedad denunciada por Lenin en una célebre frase: “el ultraizquierdismo caballo de trolla del imperialismo”. La experiencia y el experimento allendista se despliegan en la interioridad del régimen parlamentario-democrático. Se podría decir que el triunfo popular es nuestro “mayo del 68” a la chilena y, si embargo, la especificidad de su experimentalidad es específica de una situación local que sigue las coordenadas constitucionales de su propio impulso democratizador. Dicho de manera muy rápida, si hoy la democracia parlamentaria es el “equivalente general” de la dictadura del capital, el socialismo liberal de Allende fue el intento más serio por llevar a cabo lo que Etienne Balibar, por ejemplo, llama “igualibertad” intentando resolver la paradoja insoluble con la que carga la democracia liberal al buscar la igualdad entre los hombres al mismo tiempo que la suprime en la inequidad generada por el derecho a la propiedad burguesa. El segundo eje es el de la cancelación del “experimento Allende”, es decir, el golpe como fractura de una tradición que con la UP se había radicalizado por la vía democrático-liberal. Con el golpe se esfuma la aspiración de resolver en términos “liberales” la relación entre igualdad y libertad dentro del paradigma de democracia-parlamentaria. Si el golpe es una alegoría apocalíptica del fin de la modernidad criolla es, precisamente, porque pone fin a la aspiración de la igualibertad desde el liberalismo parlamentario. Lo que tú llamas la punzadura de lo que determina fantasmáticamente el porvenir se pone en marcha como condición de una derrota, como pulverización del cemento de una efímera construcción y como legado tortuoso de varias generaciones que van desde los actores directos hasta aquellos hijos que por efecto padecieron la crueldad de lo que Moulián llama el dispositivo del terror (tortura y desapariciones, doctrina del shock) y del saber de la dictadura (1980-Pinochetismo-Guzmaniano). En efecto, las dimensiones de este evento político-militar-constitucional de cancelación y re-invención de todo el modo de producción en Chile se inscriben en la conciencia de la izquierda moderna como el gran evento traumático de pensamiento de la política. Hay muchas razones por las cuales creo que es necesario abandonar sin abandonar la herencia del trauma y de la condición postraumática de la economía del residuo de la memoria del golpe de Estado en Chile. Lo que no se puede abandonar, lo que no tiene transacción y podríamos decir que condensa la complejidad del drama y la derrota (el trauma) es el duelo imposible para las víctimas de la represión y la política de exterminio provocada por el terrorismo de la dictadura. Pero también y en esto hay que ser bastante claros hay que hacerse cargo de la comedia, de la conciencia melodramática (el postrauma) de la “postdictadura”. Desde que comenzó la llamada transición democrática la conciencia melodramática—lagrimón y clamor de la heroicidad del pasado—experimentó un enorme auge en nombre de la administración de la memoria del golpe. Creo que podemos reserva la palabra aflicción para este fenómeno ya que, como sabes, es una de las acepciones para la traducción del texto de Freud Duelo y melancolía (1915) que los expertos resisten. Esta palabra que designa a quien sufre, al que está afligido constituye una poderosa plaga emocional del comercio político y, en algunos casos, del ascenso a lugares de poder determinados por la burocratización de la política en manos de una casta de “viejos cuadros” de la izquierda. Así, los efectos de la heroicidad sin retorno se institucionalizan en el orden de la memoria pactada como criterio de estabilidad política y, por supuesto, como panteón de la estéril e impotente memoria institucional del Estado. El efecto perverso de esta memoria y de lo que “la izquierda afligida” ha hecho con ella lo conocemos a partir del boom de la “transición”, cuyo principal objetivo fue la naturalización del orden construido por el dispositivo de saber del pinochetismo-guzmaniano. Se podría decir muchísimo más sobre esto. No obstante, me interesa señalar que hay un tercer eje de la memoria y que pareciera estar en pleno apogeo y pensando en lo que mencionas de los “nuevos bestiarios” no estoy seguro que este tercer eje de memoria desplace la figura del marxista topo, creo más bien que la complementa. El tercer eje de memoria es lo que de manera provisional podemos llamar el eje de la memoria del pingüino, la cual es tan compleja en su composición como las dos anteriores. El pingüino de la rebelión estudiantil en su condición de estudiante secundario emerge desde las entrañas del giro visual y tecnológico de siglo XXI. No obstante, tiene, por un lado, ese extraordinario legado de la historia de la FESES que recoge magistralmente el documental Actores secundarios (2004) y, por otro, conoce, al igual que todos, residualmente los dos primeros ejes de la memoria debido a boom visual que, sobre todo, la segunda ha tenido en los últimos diez años en Chile. Al mismo tiempo, el pingüino tiene toda esa cultura iconográfica del video juego, el play station, el Internet, los dibujos animados japoneses, las películas de Hollywood como Vendetta, el video clip thriller de Michael Jackson, Pokemon, Gokú o los caballeros del Zodiaco. Son iconos movilizados desde la función des/apropiadora de la potencia política que encuentra en la llamada “cultura del espectáculo” la fuerza indiciaria de los universales en política. En otras palabras, estos íconos que la cultura de la izquierda tradicional condena a cultura chatarra para diagnosticar el aburrido tema de la sociedad de consumo son, paradojalmente, puestos al servicio de una política movilizadora y desnaturalizadora del orden. La política del pingüino que llegará a formar parte de la mochila universitaria contra el lucro en educación y a orientar estrategias de democracia asamblearia es en Chile un gran evento político que rompe la aflicción y las pasiones tristes de la izquierda tradicional. Efectivamente, este tercer eje requiere de la imaginación de una enciclopedia china al más puro estilo de Borges y de la risa que esta le causara a Foucault. Se trata de pensar la política buscando en el devenir-pingüino radicalizar la escisión entre las categorías del vocabulario de la izquierda tradicional-liberal y lo que actualmente sería la cuestión de la potencia política como cuestión de los “nuevos bestiarios”. En el desarrollo de ese bestiario que, como señalas, Alejandra Castillo y Willy Thayer han propuesto como invención de la política y de la militancia, habrá que seguir desde la condición horizontal el iniciado y encarnado por el propio movimiento estudiantil. A esta propuesta habría también que añadir el reciente artículo de Rodrigo Ruiz donde advierte del fin del desencanto como augurio de un “nuevo comienzo” de la política y de lo que aquí podríamos llamar el otro lado del espejo, es decir, el lado de los juegos encantados de Alicia y también del efecto Peter Pan como resistencia al orden de la realidad naturalizada en nombre de la temporalidad del desencanto de la política.
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Términos anteriormente publicados:
Conversación. 29. Abril.2014
Militancia. 6.Mayo.2014
Democracia. 13.Mayo.2014