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Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana, a 29 años de que fueron quemados por la dictadura

Publicado: 02.07.2014
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Era un día de protesta nacional, enmarcada en el 86, un año en que los opositores de Pinochet agudizaron las movilizaciones y que incluso, para un sector, era el año decisivo. Durante aquellos días, se esperaba que el dictador cayera producto de la creciente presión social, protagonizada, en gran parte, por la juventud chilena.

Rodrigo Rojas de Negri, de 19 años, y Carmen Gloria Quintana, de 18, participaban de una barricada que se levantaba en el barrio de Los Nogales, en Estación Central. Era la mañana de un 2 de julio cuando el grupo que cargaba neumáticos y gasolina fue interceptado por una patrulla militar.

Ante la amenaza, todos escaparon del lugar antes de que los atraparan. Carmen y Rodrigo, sin embargo, fueron alcanzados por la patrulla comandada por el teniente Pedro Fernández Dittus. Tiempo más tarde, los uniformados aseguraron que cuando Quintana y Rojas fueron detenidos, las bombas artesanales que ellos mismos cargaban explotaron.

La fuerza militar no contaba con que Carmen Gloria Quintana viviría para contar lo ocurrido. Ésta señaló que, además de ser golpeados, la patrulla empapó sus ropas con la gasolina de la barricada y les prendieron fuego. Minutos después, fueron envueltos en frazadas y arrojados en una zanja de regadío, a más de 20 kilómetros de Santiago, donde fueron encontrados por unos trabajadores agrícolas que notificaron a la policía.

«Fuimos apagados y nos envolvieron en unas frazadas. Me metieron como un bulto en la misma camioneta en que ellos venían. Después sentí pies de militares sobre mi cuerpo. Todos se reían».

“Fuimos apagados y nos envolvieron en unas frazadas. Me metieron como un bulto en la misma camioneta en que ellos venían. Después sentí pies de militares sobre mi cuerpo. Todos se reían”, recordó la joven posteriormente.

Hoy, se sabe que el lugar donde Rojas y Quintana fueron abandonados se encontraba apenas a un kilómetro del sitio donde, un año antes, fueron degollados los militantes comunistas Santiago Nattino, José Manuel Parada y Manuel Guerrero.

 

“¡Mira cómo nos dejaron estos desgraciados!”

Según el relato de Quintana, Rodrigo Rojas, con un 70 por ciento de su cuerpo quemado, intentó levantar a su compañera para ir a pedir ayuda. “¡Mira cómo nos dejaron estos desgraciados!”, lloró ella mientras caminaban a duras penas por el lugar.

A unos 500 metros, fueron ayudados por unos obreros, que hicieron para ellos una cama de ladrillos mientras llegaba la ayuda policial. Al arribo de la policía, Quintana les pidió que le dispararan porque ya no resistía el dolor.

Posteriormente fueron trasladados a un consultorio en Quilicura, donde fueron socorridos hasta ser trasladados a la Posta Central.

Antes de morir, Rodrigo Rojas pudo reunirse con su madre, Verónica de Negri, quien residía en Estados Unidos producto del exilio. La mujer, que tenía prohibido el ingreso al país, pudo entrar a Chile gracias a la gestiones de Amnistía Internacional, la embajada de Estados Unidos y el Arzobispado de Santiago.

“Tenía hasta las orejas quemadas, al igual que el esófago, lo que le impedía hablar. No lo podía abrazar. Lo único que tenía eran sus pies. Los masajeé, ya que era la forma en que podía abrazarlo. Él estaba alerta, oía, sentía”, detalló de Negri.

Rojas murió cuatro días más tarde producto de sus heridas, pero antes, hizo un gran esfuerzo para poder declarar ante dos jueces que los responsables del ataque eran militares.

“No quiero pensar mal, pero me da la impresión de que llevaba algo oculto, se le reventó y les produjo la quemazón”, declaró Pinochet, sobre lo ocurrido.

El joven había llegado hace 6 semanas para conocer el país que dejó a los 9 años, producto del exilio. Comprometido con la lucha en contra de la dictadura, Rojas, que era fotógrafo, viajó a Chile para retratar la represión militar.

“No quiero pensar mal, pero me da la impresión de que llevaba algo oculto, se le reventó y les produjo la quemazón”, declaró Pinochet, sobre lo ocurrido.

Carmen Gloria Quintana logró sobrevivir con el 62 por ciento de su cuerpo quemado y diversas heridas. Durante años, debió someterse a duros tratamientos en Chile y el extranjero para poder recuperarse por completo.

Un testimonio escrito por Alberto Etchegaray describe el encuentro entre Quintana y el Papa Juan Pablo II, en julio de 1986: “En el Hogar de Cristo, el Papa se encuentra con Carmen Gloria, que tenía un lugar especial para que lo pudiera saludar. Ella, frente al Papa le dice: a mí me quemaron, a mí me pasó esto, míreme la cara. La tenía desfigurada”. Fuentes de la época señalan que la mujer fue abrazada por el religioso, de visita en el país.

 

El estrés post guerra del único condenado

En 1991, un tribunal militar declaró que el oficial Fernández Dittu era culpable de negligencia, por no haber prestado asistencia médica a Rojas, pero lo disculpó de cualquier responsabilidad en la incineración de los jóvenes. Dos años más tarde, la Corte Suprema lo condenó a 600 días en prisión por su responsabilidad en el caso.

El oficial tenía antecedentes por atropello y asesinato de una empleada doméstica y fue indultado por Pinochet. Fernández Dittu ingresó a Punta Peuco en 1996, pero pasó ahí durante apenas unos meses, porque luego fue incorporado a un grupo de militares que recibió beneficios por “estrés de post guerra”. Se encuentra libre desde 1997 y es el único condenado por el caso.

Justo 20 años después del crimen, el Colegio de Profesores realizó una funa en las puertas de la escuela básica Nº172, ubicada en La Reina. El ex capitán del Ejército se convirtió en el sostenedor del recinto pese a sus antecedentes penales.

Durante el funeral de Rojas, Fuerzas Especiales de Carabineros operó reprimiendo a la multitud sin consideración alguna. Hasta hoy, muchos recuerdan que uno de los presentes que protegió el ataúd del joven fotógrafo fue José Carrasco Tapia, el periodista exterminado por la dictadura apenas dos meses después.

Durante la breve ceremonia, Cristián Berríos, entonces vicepresidente de la Feusach pronunció unas palabras que se quedarían grabadas en la memoria de los presentes: “Cuando entenderán los fascistas que la vida de los que luchan por la vida, no termina con la muerte”.

Recientemente, Carmen Gloria Quintana fue designada como agregada científica de Chile en Canadá. Hasta hoy, los familiares de ambos jóvenes declaran que el caso quedó sumido en la impunidad, pese a que una de las víctimas logró sobrevivir para contarlo.

 

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