–Muchos argentinos—menciono lo obvio.
–¿Tú eres argentino?—me pregunta entre amenazador y asustado.
–No, no lo soy—titubeo un poco, mi portugués está herrumbroso por decir lo menos—soy chileno.
Silencio por un rato. Han cerrado la calle y debemos darnos una vuelta. La policía pasa a nuestro lado.
–¿Y cómo es la relación de los chilenos con los argentinos?
–Bueno, históricamente… –comienzo político—complicada. Pero ahora está bien.
–Ah—no le ha gustado mi respuesta que no dice nada—pero Argentina tiene una situación económica muy mala.
–Sí, parece que tienen algunos problemas. Y, ¿cómo está Brasil?—retruco quizá demasiado rápido.
–No tan bien como hace unos años. Pero mejor que los argentinos. Pero no tan bien como Chile—asegura mientras volvemos a tomar la calle del hotel.
–Chile tiene una economía muy pequeña—estoy cansado y no quiero comenzar una discusión sobre las bondades o no del sistema.
–Eso es verdad, Brasil es gigante. ¿Cuántos son ustedes?
–15, 16 millones.
–¡Menos que Sao Paulo!—casi grita, alegre, al enterarse de la pequeñez chilena.
Me deja en la puerta del hotel y me desea buena suerte. Igualmente, respondo. Alrededor la seguridad se nota. Hay más guardias que argentinos. Así y todo puedo sentir el rumor leve del mar. Copacabana de noche (quizá algún día hable de otra noche en estos rumbos, pero ahora estamos hablando de fútbol).
Pasemos un tupido velo por la noche carioca:
Como en una canción de Sabina me subo al metro: Estación Cantagallo, Estación Central y San Cristóbal. Los trenes repletos de argentinos, alemanes y brasileños. Pero en el mío hay tres finlandeses que a pura sauna-sussi-sibelius sueñan apoyando a Alemania que en algún siglo no muy lejano su país llegue a estas instancias.
Ronca rueda la tempestad. Ronca el rumoroso el estadio, el marrrracaná donde Uruguay el 50, y donde un poco después el Cóndor que volaba pasó.
Por fin entro, por fin por Dios y por Marx estoy en el interior del estadio. Y miro a mi alrededor y miro la cancha aún cubierta con un plástico infame y en la mitad de ella, en el mismísimo círculo central una tarima donde justo ahora Shakira comienza a contornearse y no canta es la hora es la hora ni que el diablo es magnífico y luego me parece que Carlitos Santana toca tres acorde y medio y entonces por fin sacan toda la parafernalia y los equipos amenazan sus ingresos. Señoras y señores esto está por comenzar. El ring, el coliseo, el anfiteatro, todos mirando la boca del túnel (lo cual nos convierte a nos, la gente, en la verdad) por donde saldrán los equipos en tres, dos, uno. ¡Ahí están!