Cortes de pelo, maquillaje, tatuajes, sesión de fotografías y manicure, entre otros, son los servicios ofrecidos para las menores, que pueden invitar a sus amigas y realizar celebraciones de cumpleaños o fiestas de pijama. La práctica, aún incipiente en nuestro país, lleva años de funcionamiento en lugares de Estados Unidos, Argentina, México o Europa.
En los spa para niñas, todo es rosado y con repetidas alusiones a las “princesas”, cuyo concepto es utilizado como gancho publicitario ante los posibles clientes. De hecho, el salón Girl Sensation, ubicado en Mall Costanera Center, ofrece un combo de cumpleaños llamado “Perfect princess”, que ofrece disfraz, maquillaje, música y comida, entre otros servicios.
“Participa en el cuento de la princesa mágica y enrédate en una historia de ensueño. Recibe los dones del hada encantada, quien te vestirá, peinará y maquillará como una verdadera princesa. Disfruta del baile de gala y de una fiesta inolvidable donde serás coronada y convertida en la nueva princesa del reino”, reza la descripción de la oferta.
Sin embargo, algunos especialistas ya han alzado la voz para advertir de las consecuencias de la educación que están recibiendo las menores respecto a las imposiciones estéticas, lo que podría acarrear traumas y complejos que son difíciles de enfrentar a temprana edad. Además, otras miradas advierten sobre los valores sociales transmitidos mediante el juego, que durante los primeros años de vida, podrían permear de manera decisiva su identidad como mujeres.
Concursos de belleza: tacos, depilación y maquillaje
Las fiestas de los nuevos mini spa buscan la relajación y diversión de las niñas a través del culto a la belleza y al cuidado personal. Tras las sesiones de masajes, limpiezas faciales (generalmente innecesarias para las menores de 12 años) y pedicure, el servicio suele finalizar con un desfile donde ellas son fotografiadas con sus nuevos peinados y maquillaje.
Durante el 2010, la Asociación Psicológica de Estados Unidos publicó un informe que detalla las consecuencias de la sexualización de las niñas, señalando que éstas son incentivadas tempranamente a sostener una preocupación exagerada por su aspecto. Esto, a su vez, supone el inicio del consumo precoz de productos de belleza.
Los criterios de belleza para niños y adolescentes, de carácter hegemónicos, pueden traducirse en una permanente incomodidad con su aspecto, desde donde suelen derivar trastornos alimenticios, depresión, ansiedad e incluso suicidios.
En Gran Bretaña, por ejemplo, hizo noticia un salón de belleza que atendía a clientas de 1 a 13 años. Sin embargo, otros locales de la misma tendencia se han hecho muy famosos en Europa –con costos de hasta 60 euros por sesión-, donde además se les vincula a talleres donde las niñas pueden aprender repostería y otras actividades de dudoso contenido educativo para las pequeñas.
La valoración del cuidado de la estética y la moda en las niñas ha impulsado la creación de diversos concursos de belleza alrededor del mundo. En ellos, las pequeñas son sometidas a sesiones donde se les aplica bronceado artificial, uñas postizas, blanqueamiento de dientes, maquillaje, depilación, peinado y se les ofrece vestuarios que incluyen tactos altos, elaborados vestidos y costosas joyas.
La discusión ha abierto un debate al interior de la sociedad estadounidense, en la que incluso se han pronunciado algunos actores como Mia Farrow, quien señaló desde cuenta en Twitter que este tipo de competencias “son un error y es preocupante mostrar niñas maquilladas y vestidas provocativamente”.
En Francia, el Senado aprobó una regla –enmarcada en una ley de equidad sexual- para prohibir los certámenes de belleza para menores de 16 años, castigando a los organizadores con una pena de hasta dos años de cárcel y una multa de más de 40 mil dólares. La normativa “contra la hipersexualización” de las menores prohíbe, a su vez, la venta de ropa de adultos en tallas pequeñas, como sostenes y zapatos de taco alto. “No permitamos que nuestras niñas crean desde una corta edad que solo valen por su apariencia”, argumentó Chantal Jouanno, autora del proyecto.
En 2006, el problema dio impulso a la filmación de la película Little Miss Sunshine, de Jonathan Dayton y Valerie Faris. La cinta muestra a una familia americana que apoya la participación de su hija en un concurso de belleza y esgrime, desde su particular guión, una crítica hacia la insensatez que abunda en las competencias de este tipo, donde las niñas son forzadas a vivir preocupadas de su aspecto a una edad en la que esto no ha surgido como un interés genuino.
«Ser bonita», el objetivo.
Durante años, los organizadores de concursos y promotores de la moda infantil han apelado a cumplir lo que llaman “la fantasía común de las niñas de lucir como sus madres”. Esto, sin embargo, parece ser solo la excusa para seguir sosteniendo un negocio rentable que funciona a costa de la influencia temprana de la preocupación estética en menores.
Ante el escenario, parece fundamental que los padres comiencen a tratar el tema antes de que el mercado, la publicidad y los medios comiencen a permear las aspiraciones de las niñas y sus concepciones sobre el rol de la mujer en la sociedad. Inmersas en la tiranía de la belleza artificial, la delgadez y la corrección de las imperfecciones del cuerpo, éstas pueden confundir sus metas de vida e imposibilitar su desarrollo pleno a nivel intelectual y social, ubicándolas en evidente desventaja respecto a sus pares masculinos.
En Chile, de hecho, la anorexia y bulimia infantil se han convertido un problema común y cada día son más las adolescentes que desean realizarse intervenciones quirúrgicas para aumentar sus senos o realizar retoques en alguna parte del cuerpo. La promesa, desde los salones de belleza para niñas hasta los centros de cirugía plástica que visitan las jóvenes, apunta a lo mismo: conseguir convertirlas en las más atractivas, invitándolas a seguir desde la niñez las pautas estéticas del mercado.