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La indignante publicidad del Transantiago

Por: admingrs | Publicado: 13.10.2014

afiche transantiago1Estos últimos días hemos podido sorprendernos con una nueva publicidad en el Transantiago. Un trabajador en primera persona nos dice “gano el sueldo mínimo, pero llego a fin de mes con la conciencia tranquila”, acompañado de la leyenda “Él es honesto: él paga su pasaje”. Esta se suma a la de algunos meses atrás, que nos amedrentaba a quienes usamos el transporte público mostrando caras cuadriculadas y diciéndonos “Identificada por no pagar su pasaje… El próximo puedes ser tú”.

La violencia presente en ambos carteles es inexplicable. El primero desliza implícitamente una extraña contradicción “ganar el sueldo mínimo PERO ser honesto”. Curiosa lección de ética, que se vuelve más curiosa aun cuando proviene desde un sistema de transporte público que fue conscientemente pensado para llevar 6 personas por metro cuadrado en el Metro, que hace pocos meses llevó a un trabajador a quemarse a lo bonzo por los abusos laborales a los que era sometido, y que hasta el día de hoy sigue sometiendo a millones de santiaguinos a formas de viaje indignas e inhumanas.

El segundo es peor aún. El cuadriculado es una clara referencia a la forma en que la televisión muestra a asaltantes o violadores cuando estos son detenidos por la policía. De esta manera, buscan mostrarnos que no pagar el pasaje del Transantiago es equivalente en términos morales a las peores formas de delincuencia. Evadir seria casi como matar o violar. ¡Y cuidado!, que el próximo sometido al escarnio público, el próximo en ser apuntado con el dedo y sindicado como el peor de los delincuentes, puedes ser tú.

afiche transantiago2 Ahora bien, el problema de nuestro sistema de transporte no es solamente simbólico ni recala exclusivamente en la subjetividad de sus pasajeros. Y para ilustrarlo volvamos al aviso publicitario que motiva esta columna. Ya que en un interesante rapto de creatividad, a los genios publicitarios se les ocurrió mezclar sueldo mínimo y pasaje de transporte público, sigamos el ejercicio que nos proponen y hagamos un pequeño análisis de cómo anda esa comparación.

Actualmente el sueldo mínimo vigente en Chile es de $225.000 mensuales. El pasaje del Transantiago en hora punta esta en 700 pesos si se usa el metro. Moverse una vez al día entre el hogar y el lugar de trabajo (o en un fin de semana, para cualquier tipo de actividad) significa $42.000 en un mes de 30 días. Es decir, si ya el sueldo mínimo es a todas luces insuficiente, súmele que además un 19% se va solamente en transporte.

Si lo anterior ya es escandaloso, la sorpresa se hace aún mayor cuando se compara con otros países en el mundo. Veamos primero aquellos países de la OCDE con los que tanto nos gusta compararnos. Por ejemplo en Paris el pasaje cuesta 1.7 euros, con lo que se pueden comprar más de 2 pasajes en Chile, pero el sueldo mínimo supera los 1400 euros, con lo que el gasto destinado a transportarse dos veces al dia no llega al 8%. En Londres es posible tener una tarjeta mensual: solamente si se vive en los suburbios más lejanos la comparación resulta peor que en Santiago (220 libras de pasaje vs 1025 de sueldo minimo), pero más cerca del centro puede ser incluso la mitad.

Si creemos que el problema es que somos un país demasiado pobre para hacer esas comparaciones, notemos entonces que pasa con nuestros vecinos de economía supuestamente menos sólida que la nuestra. En un rápido repaso por las principales ciudades de America Latina, observamos que solamente Brasil nos gana en la locura del precio del transporte público, pero que países como Ecuador, Perú o Bolivia, con menores sueldos mínimos, tienen una tarifa muchísimo menor. Es decir, estamos prácticamente en el peor de los escenarios. El siguiente gráfico compara diversas ciudades en el mundo al respecto:

transantiago

 

Además de lo que representa para cada uno de sus miles de usuarios, es necesario para cerrar también pensar en la ciudad como un todo, y considerar el rol que debe jugar un sistema de transporte público en ella. Uno de sus roles es evidente: el permitir que cualquier habitante pueda acceder a su lugar de trabajo o de estudio, en especial para quienes no pueden moverse en vehículo propio (por razones económicas) ni en bicicleta (ya sea por distancia, salud, edad o la razón que sea).

Sin embargo, aquel no es el único rol. El transporte público juega un rol clave también en la descongestión y en la descontaminación de las ciudades. Cada persona que se moviliza en automóvil hace de Santiago una ciudad más difícil de habitar, por lo que parece obvio lo importante que es potenciar el mayor uso posible del transporte público, haciendo de este una alternativa real frente al vehículo particular.

Pero quizá lo anterior tampoco es lo más importante. Cuando la ciudad se enorgullece de construir un nuevo museo, de habilitar un nuevo parque, o de refaccionar un antiguo estadio, todo aquello supone que las personas podrán acceder a estos lugares. Si el transporte público tiene una barrera de entrada enorme por lo caro que es subirse a una micro o al Metro, entonces todo lo que hagamos en Santiago para vivir mejor estará restringido solamente a aquellos para los que pagar $700 no es un problema. Un transporte público digno y accesible no solamente es una herramienta de por sí para construir una mejor ciudad, es también, y sobre todo, la única manera posible de garantizar realmente a todos sus habitantes su derecho a disfrutarla, vivirla, quererla y sentirla como propia.

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