El punto es que, para bien o no, la Alameda donde sólo se corre para arrancar de Fuerzas Especiales ahora cobró una nueva utilidad y vitalidad. Es una forma posible de ocupar el espacio público, con exención tributaria para las empresas organizadoras por cierto, pero una forma al fin y al cabo.
Diferentes edades, contexturas físicas, colores de piel, portes, nacionalidades y motivaciones coincidían sin embargo en el color de la polera, el punto de partida y la meta. Algunos grupitos de excéntricos se propusieron ganar y al primer pestañeo ya habían llegado de La Moneda a la Avenida Brasil. Los demás, reían, conversaban, se sacaban selfies y pifiaban a cuanta autoridad era nombrada (¿quién le dijo al diputado Pilowski que era conveniente que lo anunciaran? No es temporada de diputados).
La carrera se desarrolló sin incidentes, como diría un sargento o un periodista, y con el apoyo de cientos de personas que mostraban carteles por sus parientes, conocidos o por todos nosotros.
Lírico fue ver al Viejo Pascuero; leer un cartel que decía «Sigue a Jesús y a ninguna iglesia», que un joven nos tocara el violín con la estatua de Balmaceda y el Edificio de la Telefónica detrás; y los papás y mamás que trotaron con el coche de sus guaguas.
Especialmente, ver a los muchos que venían de vuelta del carrete, en sentido contrario, con la botella en la mano mientras nosotros hacíamos deporte. La vida es sabia: hoy estás acá, mañana puedes estar allá.
Lo difícil de aceptar: que fuera necesario mostrar el certificado de inscripción para acceder a la Plaza de la Constitución…¡De la Constitución! Pero bueno, sobre lo constituyente, La Moneda y sus inmediaciones puede pasar a los siguientes artículos de El Desconcierto.