«Yo me demoré dos años en denunciar y me atreví a hacerlo en Puerto Montt, a finales de 2012. Alcancé a estar cuatro años con él. Mi ex pareja era músico, entonces salíamos a las tocatas juntos. Yo lo acompañaba, pero cuando nació mi hijo cambió todo y comenzaron los problemas.
Él tenía malas juntas, frente a la casa que arrendábamos vivía un traficante y empezó a consumir cocaína y pasta base. Esta persona le pedía que le guardara una pistola a cambio de drogas. Un día, haciendo el aseo en el patio, me di cuenta de que estaba la pistola dentro de una caja de herramientas. Cuando él llegó de la tocata yo le pregunté qué diablos hacía eso ahí, que de quién era. Esa fue una de las golpizas más fuertes que me dio», recuerda.
La pregunta de Francisca fue respondida con una patada que terminó por tirarla al suelo. Su pareja tomó la pistola y recorrió su espalda con ella, mientras le recordaba que no se metiera en sus cosas. «¿Querís jugar, querís tomárla? » le decía. Descontrolado, golpeó a Francisca con los pies y los puños antes de arrojarle un cajón de verduras desde la cocina, a pocos metros de distancia. En medio de eso, el hijo de ambos -entonces de un año de edad- se asomó por la puerta.
«Yo lo alcancé a ver. Te juro que lo hubiera matado. Él habría matado a mi hijo con ese cajón si yo no lo cubro con mi cuerpo. Así que tomé a mi hijo, lo escondí, lo llevé a la cama y me siguió pegando, me pateaba en el suelo y después que se cansó de pegarme, agarró la tele, la desenchufó y abrió la ducha en el baño. Me dijo que se iba a matar, así que yo corté la luz. No podía pedir ayuda porque había un narco afuera», recuerda.
Francisca comenzó a acostumbrarse los golpes. Para su agresor, la carrera y el desempeño laboral de su pareja se transformó en un motivo de sospecha y celos. También lo fueron sus antiguos amores y una vieja carta de amor bastó para darle motivo a una nueva golpiza, que terminó por dejar su rostro morado e hinchado una vez más.
Los vecinos nunca dijeron nada. Francisca evitó salir a la calle en varios días, lo que motivó la preocupación del padre de su ex pareja. «Me ve toda morada y me dice: mijita, ¿qué paso? Yo le conté y él me dijo pero cómo llegaron a estas condiciones. Quizás usted a lo mejor le hizo algo«, describe.
«Pasó un año. Me aguanté los golpes y me fui a Puerto Montt a la casa de mis papás, yo, acá, en Santiago, no tengo a nadie. Él llegó a rogarme perdóname, que por el niño. Mis papás no sabían que él me pegaba y lo recibieron. La verdad, yo tenía vergüenza de contarles. Cuando tienes estudios, la discriminación hacia las mujeres que somos golpeadas es fuerte».
«Él me pegó, celoso porque yo había ascendido en el trabajo. Para él no fue por mis cualidades, sino porque yo me había acostado con mi jefe. Me pegó un combo y me comenzó a salir sangre de nariz. Mi mamá llegó, entró y lo echó. Le dijo que cómo me había podido pegar y ahí ella se dio cuenta que yo había sido víctima de violencia intrafamiliar», relata Francisca.
Más tarde él comenzó a manipularla. «Tú no me vas a separar de mi hijo», fue una de sus advertencias. Sin embargo, la consejera técnica encargada del caso le recomendó que retiraran la denuncia porque su maltratador ya había abandonado Puerto Montt. «No te quiero exponer a que te tengas que hacer peritajes y gastar tiempo innecesario». Ese fue su consejo. Más tarde, según Francisca, la abogada del Sernam le dijo lo mismo. Su decepción se profundizó: «Si tú ves que las personas que están ahí, que son quienes deberían incentivarte a que continúes con la denuncia, te dicen que no… quedas en el aire».
«La misma jueza me obligó a tener vínculo con él»
«Se hacía pasar por estudiante y sabía que no podía decirle que no. Se sentaba frente a mí y me decía que yo era una maraca, una perra y una tonta. Lo hacía en voz baja, para que nadie lo escuchara», describe.
El hijo de ambos extrañaba a su padre y él insistió hasta conseguir la última oportunidad. Francisca pagó una terapia de familia y, cuando ésta terminaba, descubrió que su esposo lo engañaba. Al encararlo, éste volvió a violentarla, pateándola en el suelo y tirándole la cama encima. Esta vez, incluso fue más lejos: «Tomó un cuchillo y se me abalanzó y me hizo un corte en el brazo. Yo, aleteando, tomé una tabla, se la tiré en la cabeza, agarré a mi hijo y me fui».
Desde el pasado 14 de mayo, luego de tres denuncias, su agresor volvió a tener medidas cautelares. Sin embargo, Francisca ha debido sortear un extenso camino de inexplicable burocracia que hoy la tiene obligada a mantener contacto con su agresor.
«Estoy agotada con esto. Han sido 4 años donde yo he escuchado de todo. La experiencia de violencia de género no la he vivido solo a manos de mi ex pareja, estoy hablando del Estado, de los jueces, de los consejeros técnicos».
«Haz este ejercicio conmigo. Tú pones la denuncia en Carabineros, ésta se va al Tribunal de Familia y te dan medidas cautelares. Como ya tengo tres denuncias, la derivan a Fiscalía. En Fiscalía, si no pones una querella, no te pescan y la causa duerme ahí. Yo tengo tres causas en Fiscalía y ningún fiscal me ha llamado por teléfono. Nadie me ha hecho un seguimiento«.
Continúa: «Recién después de todos estos años voy a presentar una querella. Un tribunal de familia te levanta medidas cautelares, entonces yo tengo que entregarle a mi hijo a mi agresor. Yo solicité que hubiera una tercera persona cada vez que nos encontráramos y mientras él estaba con mi hijo, porque él se podía descontrolar y pegarme. Él lo rechazó y la jueza lo aceptó. La misma jueza me obligó a mantener el vínculo con él«, cuenta.
Según Francisca, pese a los antecedentes psiquiátricos de su ex pareja y de las agresiones constantes, la consejera técnica le aconsejó que le dieran al agresor la oportunidad de ser padre. «Como si yo no se la hubiera dado», precisa. Más tarde, la jueza se comprometió a garantizar un tratamiento para él, pero no estipularon ninguna fecha y aún no se concreta. Mientras, él sigue viendo a su hijo por decisión del tribunal.
«Mi hijo se puso a llorar, yo iba a agarrar a mi hijo para constatar lesiones, él volvió, me agarró de un brazo y me dice: me voy a llevar igual al niño. Mi hijo lo mira y le dice: papá, ¿me tengo que ir contigo? Yo me voy contigo, pero no le pegues más a mi mamá. Luego él mismo me pidió: mamá, pero anda a dejarme al metro porque tengo miedo. Yo se lo tuve que pasar en esas condiciones y cuando llegué a Carabineros le dije el padre de mi hijo me golpeó en la calle, necesito constatar lesiones. Pero ellos me dijeron no, señora, ¿para qué va a constatar lesiones si usted ya tiene una causa pendiente?», recuerda.
El desamparo de las instituciones
No quiso seguir yendo a las terapias del Sernam y perdió su trabajo a causa del hostigamiento constante de su ex pareja. Desesperada, Francisca terminó por perder su autoestima y la fe en sí misma.
«Yo era músico. Yo tocaba en un escenario y creía en mi talento. Dejé de componer, de escribir, de hacer música, de ser yo. Para mí hablar en público es terrible y antes era muy segura. Como persona, te anulas. Dejé de creer en mí. En este momento estoy pegando palos de ciego para ver si alguien me escucha. Te vulnera el sistema, los tribunales, la Corporación de Asistencia Judicial, es increíble lo mal que te tratan. Busco ayuda en Twitter, voy a funas, le escribí 25 cartas a la presidenta. Me respondió que me iban a derivar al Sernam, ¿de qué cresta me sirve?».
A estas alturas, dice, una se pregunta para qué denunciar. «¿De qué me sirve si no me van a defender? ¿De qué me sirve la ley de violencia intrafamiliar? Mi hijo es vulnerado en sus derechos, está siendo víctima de violencia. Lo están obligando a una historia de violencia, él se acuerda de todo. Me dice mamá, te van a matar, te van a apretar el cuello«.
«Ese miedo no se pasa, porque cuando ves a esa persona, sus mensajes, te acuerdas de todo lo que te hizo. Yo me acuerdo de cada uno de los golpes que me dio y me acuerdo de mi cara después de los golpes. Lo revives todo y te das cuenta que este sistema es lento, es ineficaz, negligente y manipulable. Ellos normalizan la violencia intrafamiliar«.
Hace unos días, reconoce, se enteró por las noticias del femicidio de Susana Bustillos (38 años) en Maipú. «Ella tenía medidas cautelares y él la estranguló», especifica, detallando que siente que podría pasarle lo mismo.
«Yo exijo que el Estado me defienda y uno tiene que estar dispuesta a defender a cualquier persona en la calle. Mi maltratador me botó, me tiró el suelo y mi hijo de 5 años se metió al medio. Nadie más me ayudó. Los vecinos de mi casa cuando escucharon que me pegaban, ¿por qué cresta no me ayudaron? la gente no se mete. Y finaliza: «Estos han sido mis cuatro años de tormento».