La actual copa tiene en los chilenos/as un sentido cercano y próximo, se juega en nuestros estadios, las selecciones se alojan en nuestras ciudades y en esta copa “somos más protagonistas.” Aunque la mayor parte de los chilenos/as sólo se entera del fútbol por los medios de comunicación y son los menos los que participan de la fiesta de las galerías, los cantos, gritos de aliento, noventa minutos de saltos, gritos, de ofensas y chuchadas al equipo rival.
Cada día el fútbol con su maquinaria comercial, multimedial, económica y de moda impacta más en la población; todos los medios y su difusión harán que el mes de junio sea sólo Copa América y toda la propaganda en torno a los noventa minutos más esperados por los hinchas. Un mar de poleras rojas, banderas, cornetas y papel picado adornaran las calles, todos preocupados del aparato donde transmiten los partidos, del asado y de la diversión. Las diferencias estarán marcadas por los barrios donde se reúne la hinchada, por sus bares, plazas y puntos de encuentro.
Sin ninguna duda esta fiesta futbolera en la que jugamos de local y que reúne a los mejores jugadores de este lado del mundo, lleva en su entraña la pasión orgásmica del triunfo, de burlar al rival, de hacer una jugada para ridiculizarlo y gritarle fuerte en su cara que agujereamos su entrepierna más resguardada, el arco; para demostrar con ello nuestra superioridad.
En ese espectáculo nos divertimos hombres, mujeres, niños/as, muchos jóvenes y cada vez más mujeres. Destacamos que cada vez más mujeres se hacen parte de esta fiesta porque toda la industria mediática, propagandista y amplificadora de la cultura futbolera tiene un sello machista, clasista, discriminador y sexista donde las mujeres son cosificadas de acuerdo a su cuerpo y el tipo de transgresión a las que están dispuestas, siempre a los ojos de los hombres que las miran con la misma pasión y calentura de gol. Además en este contexto futbolero regional, la explotación sexual infantil, la homofobia, son algunas de las prácticas que se generan en torno al fútbol y los dominios masculinos hegemónicos.
El fútbol nos gusta como juego, con su pasión, esfuerzo, juego de habilidad, trabajo colectivo y mucha garra. Si el equipo gana o pierde nos sigue gustando, nos gusta hacer la fila en el estadio y caminar rápido a la entrada de puerta que nos lleva a la galería, nos gusta cuando sale el equipo y millones de papeles picados, voces, gritos, saltos sudorosos, poleras al viento, millones de partículas azules, rojas y blancas en el cielo tras un sólo clamor, ganar y pasar la mejor tarde de la vida alentando al equipo.
Si ponemos la pelotita en tierra y miramos por donde va el contexto de esta Copa América y del fútbol cada vez más manejado por las empresas, nos gusta menos. Se levanta la estela de una fiesta diseñada para los hombres donde las mujeres son transformadas en un objeto de consumo, como la cerveza o el asado. Toda la fiesta es una fiesta de transgresión al servicio de los varones lo que potencia la fiebre machista y la hegemónica cultura patriarcal.
Mientras la pelota corre por los estadios de Chile en esta Copa América, los hombres debemos poner la pelota en el piso, mirar en contexto y decir con fuerza que el partido de la violencia contra nuestras compañeras, amigas, vecinas, familiares y muchas otras mujeres, no lo jugamos, pero también debemos cuidarnos de ser parte de la hinchada que vocifera y canta una canción cargada de burlas, expresiones donde la feminización del rival es la constante y lo femenino es un objeto de uso, de burla y de ofensa.
Es cierto que el futbol, las copas, torneos, tardes de estadio y de bares mirando el partido, son mucho más que el machismo descrito, pero también son parte de él y no podemos quedarnos parados viendo botear la pelota…
En esta Copa América no juguemos el partido de la violencia y del machismo. Juguemos el partido de la colaboración, el respecto, la indignación frente a la violencia machista que asesina mujeres en nuestra sociedad.